Problema de seguridad

Había una comisaría adscrita al Congreso, con un comisario, como es natural, y los correspondientes funcionarios de policía que trabajaban por nuestra seguridad. Cuando había sesiones solemnes con la presencia del rey se tomaban medidas más rigurosas. Incluso nos habían comentado, creo recordar que alguien del Partido Socialista, que en la época tardofranquista se había planeado un atentado contra las Cortes y que había unos túneles excavados desde el exterior, en el subsuelo de Madrid, para llegar a la sede parlamentaria. La denuncia nos preocupó e hicimos una inspección como consecuencia de la cual se encontró algún indicio de actividad en el subsuelo, pero nada más. Si lo intentaron, nunca llegaron a hacerlo, ni siquiera en una fase inicial. No había túnel alguno.

En dos ocasiones se recibieron amenazas de bomba. La primera vez, por no alarmarme, no me dijeron nada y eso me molestó, porque no me parecía lógico que no se informase al presidente de la institución amenazada. Yo tendría que haber suspendido la sesión para garantizar la seguridad de todo el mundo, que fue lo que hice en el segundo episodio de amenaza de bomba. En ambos casos las amenazas eran falsas, no pasó nada.

Los policías que yo tenía asignados me solían acompañar. Siempre me iban a buscar a casa y luego me acompañaban de regreso. El 21 de julio de 1978, el mismo día que el pleno del Congreso aprobaba el proyecto de Constitución, ETA asesinó en el parque de Las Avenidas de Madrid al general Juan Sánchez Ramos-Izquierdo y a su ayudante, el teniente coronel José Antonio Pérez Rodríguez. Justamente aquel día, por alguna razón que no recuerdo, yo había dicho a los escoltas que no vinieran a buscarme. Al tenerse noticias del crimen, al que siguió una persecución por las calles de Madrid, en la Carrera de San Jerónimo se inquietaron por mí y no se tranquilizaron hasta que llegué. Yo no sabía nada, aunque había pasado por delante del domicilio del general unos minutos antes del atentado. Aquel fue uno de aquellos días amargos, tremendos, en los que ETA golpeaba una y otra vez a la naciente democracia española. En el hemiciclo pronuncié unas palabras de homenaje a los jefes militares y todos los portavoces, salvo Letamendía, condenaron los asesinatos.

La España que soñé
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