Contactos con otros partidos

Cuando yo era vicepresidente de Izquierda Democrática Joaquín Ruiz Giménez me encargó, junto a otros miembros del partido, que tomara parte en diversos actos y visitas de contacto político. Uno de ellos fue un viaje a la capital de Argelia, pues el régimen de Bumedian invitaba a representantes de la oposición. Se hizo la invitación a través del economista José Ramón Lasuen, buen amigo de Osorio. Hacía poco que se habían producido los acontecimientos del Sahara, la Marcha Verde, la retirada española y todo lo demás, y Bumedian quería aleccionarnos sobre el asunto. Y allí fuimos los todavía opositores al franquismo en avión. Por el grupo de Izquierda Democrática viajamos Jaime Cortezo y yo, la delegación socialista la encabezaba Felipe González y también estaba allí el socialdemócrata Eurico de la Peña, heredero político de Ridruejo, además de representantes de otros grupos. En Argel fuimos recibidos casi con honores de Estado, con alfombras rojas y alojamiento en un hotel de lujo. Nada más quedar instalados nos trasladaron al palacio de Bumedian, donde fuimos recibidos por altos funcionarios. Cuando estábamos reunidos los españoles y los mandamases argelinos apareció el presidente, solemne, revestido de una dignidad muy teatral, imponente. Y nos soltó una auténtica soflama. Dijo que el pueblo español había traicionado a los saharauis, que el nuestro era un pueblo «vendido al rey enano y degenerado de Marruecos». Así le llamó. Siguió en esa línea, concluyendo que parecía mentira que los españoles hubiéramos sido capaces de cometer semejante traición.

Los visitantes, claro está, nos quedamos estupefactos. Yo no me pude contener y pedí la palabra. Más o menos le dije: «Si usted me lo permite, presidente, quisiera hacer una precisión. Si tiene que hacer una acusación a propósito de lo ocurrido en el Sahara, no debe referirse tanto al pueblo español como al Gobierno que tomó esa decisión; porque el pueblo español no fue consultado en ningún momento sobre lo que debía hacerse en relación con la Marcha Verde. Jamás se hizo ninguna consulta. El Gobierno lo decidió todo. Envió al señor Solís, uno de sus hombres más abiertos, primero para que hablara con el rey de Marruecos y luego para que gestionara el problema de la manera que finalmente se hizo. El pueblo español no tuvo nada que ver». Bumedian me dio la razón y rectificó, diciendo que, en efecto, la traición fue cosa del Gobierno español. Volví a tomar la palabra para añadir que no solo fue el ejecutivo español, sino que hubo otros gobiernos que dejaron a los saharauis librados a la voluntad de Hassan. Ninguno de los que podía oponerse de forma efectiva a las decisiones tomadas en la ONU se opuso.

Siguió la reunión y continuó la charla del presidente argelino, cuyo propósito verdadero era aleccionarnos sobre lo que él consideraba la mejor política mediterránea. Nos pronosticó a los opositores de entonces un futuro de mucho peso político y auguró que la nueva España desempeñaría un papel importante en aquella idea geopolítica que tenía en la cabeza.

Luego, discutiendo con los colaboradores de Bumedian, por supuesto todos del partido único, el Frente de Liberación Nacional, Jaime Cortezo planteó que a los españoles nos gustaría tener también algún contacto con representantes de otras tendencias políticas argelinas. Serios y tajantes, nuestros anfitriones replicaron que eso no era posible porque no había ninguna oposición, nadie con quien hablar. Los contrarios a Bumedian estaban en el exilio o en la cárcel, y no era cosa de gestionar encuentros con presos.

Querían, en fin, que hiciéramos una declaración de reconocimiento de la República Árabe Saharaui. Respondimos que no éramos en aquel momento sino grupos opositores que estaban tratando de unirse de cara al futuro político de nuestro país y que por ello carecíamos de personalidad suficiente como para hacer declaraciones de esa clase.

Como este viaje hubo otros, y contactos diversos que servían para ir tejiendo las relaciones entre los grupos de la oposición, todavía alegales o semilegales. Estados Unidos y Alemania procuraron invitar a aquellos a quienes veían con posibilidades para el futuro. Por eso fui a la toma de posesión del presidente Carter y visité la Fundación Adenauer, y en ambos casos tuve ocasión de ir estableciendo o reforzando lazos con otras personas de otros grupos.

Cuando me invitaron a Estados Unidos me preguntaron qué quería ver. Elegí seguir la campaña de Carter. Estuve en Los Ángeles y el día de la elección lo pasé en Nueva York. En ese viaje pude comprobar que el sistema político estadounidense es complejo y que, de puertas adentro, se trata de una democracia que funciona; pero hacia el exterior los norteamericanos son implacables. Nada les detiene cuando consideran comprometida su seguridad en América Latina, Asia o cualquier otra parte del mundo donde tengan intereses.

Volví a Estados Unidos años después, cuando Adolfo Suárez quiso montar la internacional centrista, a imitación de la democristiana, la liberal y la socialista. Con aquella ocurrencia nos mandó a Javier Rupérez, que había sido secuestrado hacía poco por ETA, y a mí al Departamento de Estado. Ni allí ni en otros lugares entendieron muy bien lo que pretendía Adolfo. El presidente de Venezuela, Rafael Caldera, al que también visitamos en aquella ocasión, nos dijo que le parecía una iniciativa absurda y que lo que tenían que hacer los españoles de Unión de Centro Democrático era adscribirse a las internacionales que ya existían, cada cual según su ideología. A mí incluso me recordó que la democracia cristiana española estaba invitada desde el primer día a entrar en la internacional de la que Caldera era figura destacada. El Equipo de la Democracia Cristiana y ahora Unión de Centro Democrático tenían las puertas abiertas.

Cuando fuimos a Estados Unidos y estábamos reunidos con el encargado de las relaciones con España en el Departamento de Estado llegó la noticia de que Suárez había enviado representación, concretamente a Robles Piquer, a la cumbre de los Países No Alineados en La Habana. No tengo modo de describir el enfado que se cogieron los diplomáticos norteamericanos, que se preguntaban qué quería Adolfo Suárez. Javier Rupérez, que es diplomático, siempre muy proestadounidense, y entonces estaba al frente de la política exterior de UCD, lo pasó muy mal. Tiempo después, en Bruselas, Martens nos dijo cosas parecidas a los argumentos de Caldera.

Cuando nos separamos de Ruiz Giménez en el congreso de El Escorial yo tenía interés en seguir manteniendo los contactos y asistí, en representación de mi nuevo grupo, a las reuniones que hubo para crear una plataforma alternativa a la Junta Democrática. Pero allí noté pronto que las propuestas y hasta las resoluciones llegaban precocinadas. Los socialistas, la gente de Ruiz Giménez y otros tenían reuniones previas en las que pactaban lo que luego había de plantearse y votarse en los encuentros generales. Gil-Robles era más reticente a esas reuniones previas, pero los otros las hacían y yo me encontraba en una situación incómoda, cercana a la impotencia política. Tiempo después, leyendo lo que escribieron gentes de Izquierda Democrática, pude confirmar la impresión de entonces. En efecto, se reunían antes de las sesiones generales.

La España que soñé
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