Congresos fallidos

¿Cómo se había ido forjando mi ideario democristiano? Es difícil precisar una fecha, por supuesto, pero yo creo que desde los primeros años de contacto con los propagandistas más críticos con el régimen, gentes de la vieja CEDA que en cierto modo representaban las ideas de la Internacional Demócrata Cristiana. Gil-Robles aún estaba en el exilio, pero algo nos llegaba de lo que estaba ocurriendo en la Europa de Konrad Adenauer y Alcide de Gasperi. Ya en el año 1960, a través del movimiento europeísta, tuvimos una primera aproximación real a los democratacristianos alemanes, italianos, belgas y franceses. Ese año asistí, junto a dos compañeros, Juan Luis de Simón Tobalina y Juan Pascual Sanahuja, a un congreso en Charleroi de la Democracia Cristiana Belga. Para nuestro asombro, hubo una gran discusión entre flamencos y valones por ese viejo problema que hoy todavía sigue sin resolverse.

También en 1960, a través del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo, pedimos el hemiciclo del Consejo de Europa para celebrar allí una reunión de europeístas españoles. Nos ayudó Gironella, que escribió la carta con la solicitud correspondiente. Iban a asistir los exiliados del consejo, núcleo ya muy sólido y hecho desde el año 1949, y gente del interior, es decir nosotros. Pero el Ministerio de Asuntos Exteriores movió sus piezas. Presionaron los embajadores en Bélgica y en Alemania y al final no pudo ser. Conservo la carta del presidente del Consejo de Europa en la que nos dice que, lamentándolo mucho, no nos puede dejar el hemiciclo.

En el Consejo de Europa había una cierta inquietud, o quizás sea mejor decir curiosidad por lo que estaba pasando en España y sobre el futuro del régimen de un general Franco que se iba haciendo mayor. Por ello buscaban informadores, fuentes fiables sobre la situación española. Primero convocaron a la gente exiliada, los del Consejo Federal. Asistieron Gironella y Rodolfo Llopis, que dieron una primera información. Luego el Consejo de Europa convocó al Centro Europeo de Documentación e Información (CEDI), y allí que fueron Manuel Fraga y no sé si Martín Artajo, para dar su punto de vista sobre España. Finalmente nos llamaron también a los de la asociación.

Fui con Íñigo Cavero, Carlos Bru y José Luis Ruiz Navarro a Estrasburgo a informar sobre la situación de nuestro país. Nos advirtieron de que la información que dábamos ante la Comisión de Naciones No Representadas, como la llamaban, era absolutamente confidencial. Aunque no acabábamos de creer que lo que dijésemos no fuera a salir de allí, nos mostramos bastante duros a la hora de calificar al régimen franquista, sobre todo desde la perspectiva que interesaba a la gente del Consejo de Europa, que era la del porvenir, la de qué futuro podía esperarse del sistema vigente. Como temíamos, a los pocos días nuestras palabras llegaban al Ministerio de Asuntos Exteriores y no tardé en recibir una carta indignada de Gonzalo Fernández de la Mora. Mi amigo de otros tiempos me preguntaba cómo era posible que descalificase, como en efecto había hecho, y con razón, al CEDI, al que ahora pertenecía Gonzalo y que presidía el archiduque Otto de Augsburgo y siempre se reunía en El Escorial.

Tras el frustrado congreso del año anterior, en 1961 hicimos un nuevo intento, esta vez en Palma de Mallorca. Nos ayudó gente de la isla. De nuevo se trataba de hablar de las posibilidades de España en el seno de Europa. La cosa pareció ir bien en un principio, pero en el último momento el gobernador de Baleares recibió una llamada del ministro de la Gobernación, que le dio tajantes instrucciones de prohibir el encuentro. Tenía que disolvernos y mandarnos para casa. Y así se hizo, no sin que antes José Luis Ruiz Navarro consiguiera que se levantara acta notarial de lo acontecido.

En la Asociación Española de Cooperación Europea, que por entonces me ocupaba la mayor parte de mi tiempo político, es decir, del que no dedicaba a las actividades profesionales, convocábamos debates y reuniones sobre muy diversos asuntos. Allí daban conferencias españoles y extranjeros, gente de dentro y de fuera. En una ocasión pedimos a un miembro del Consejo de Europa que viniera a hablarnos de la Convención Europea de Derechos del Hombre. Nosotros habíamos editado el texto de la Convención de manera medio clandestina y lo habíamos enviado a muchos sitios, fundamentalmente a grupos universitarios y colegios profesionales, que eran los que en cierto modo encarnaban mejor el nuevo espíritu europeísta que asomaba en España. La conferencia sobre la Convención la habíamos organizado en colaboración con la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, en la que yo había estado trabajando como profesor ayudante de Derecho Procesal, con el decano Prieto Castro. Precisamente él nos ayudó. Se convocó el acto y... otra vez en el último momento el Gobierno se puso muy nervioso. No quería que el conferenciante, el señor Polys Modinos, griego, viniera a España a hablar de derechos humanos. Esta vez no hubo prohibición tajante, sino presiones y amenazas ministeriales a nuestro presidente, Francisco de Luis.

Finalmente la conferencia medio se celebró, y digo lo de «medio» porque no pudo tener la resonancia que habríamos querido. Además forzaron a Francisco de Luis a dimitir, lo que nos planteó el problema de buscarle sustituto al frente de la asociación. Tras darle muchas vueltas al asunto ofrecimos la presidencia a don José Yanguas Messía, antiguo ministro de la monarquía y profesor de Derecho Internacional. Aceptó y adoptó la posición de defensor de la integración de España en la Europa democrática. Incluso hubo un curioso cambio de notas con el Ministerio de Asuntos Exteriores, que nos mandó una carta de advertencia. Mucho cuidado con lo que hacen, venía a decirnos, con ese Consejo Federal Español del Movimiento Europeo, en el que hay socialistas, exiliados y otra gente peligrosa, y la relación con los cuales no es aconsejable. Respondimos con una contranota en la que decíamos que no solo era aconsejable, sino necesaria, porque si finalmente España entraba en Europa tendríamos que estar todos de acuerdo.

Yanguas mantuvo inicialmente una posición firme, pero cuando fuimos a Estrasburgo a dar la información que se nos requería sobre la situación española se redoblaron las presiones sobre él. Esta vez le hizo la vida imposible el grupo de ABC, y aunque el bueno de don José resistió un tiempo más, acabó dimitiendo.

De nuevo teníamos ante nosotros el mismo problema. ¿A quién elegir? Por entonces, en el año 1961, ya teníamos desde hacía tiempo en España a Gil-Robles y pensamos en él, pues era una figura indiscutible y adecuada. Otra vez nos llegaron advertencias de Exteriores. Decía ese ministerio que si elegíamos a Gil-Robles se nos iban a poner las cosas mucho más difíciles, no se nos autorizarían las conferencias y tendríamos mil trabas... No hicimos caso: le propusimos y él aceptó. Y con su fuerte personalidad, vio claro desde el principio que había que celebrar el gran congreso español dos veces frustrado.

La España que soñé
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