La detención de mi hija

Mi hija menor Mercedes fue detenida en el verano de 1975, cuando se pronunciaron las condenas que acabarían en septiembre con las últimas ejecuciones del franquismo. Militaba en una pequeña organización de extrema izquierda muy activa entonces, el PTE, y fue sorprendida haciendo pintadas contra las sentencias. Fue a finales de ese mes. Yo estaba pasando las vacaciones en Palencia y mis hijas, ya en edad universitaria, se encontraban en Madrid. Una de ellas, María Luisa, me llamó para decirme que habían detenido a Mercedes. La habían llevado a la Dirección General de Seguridad y de allí a Yeserías. Aquello me afectó mucho, fue un disgusto enorme, una gran preocupación. Tuve sensaciones distintas de las que experimenté con motivo de mi destierro o algunos otros tropiezos con el aparato represivo del régimen. Era mi hija, muy jovencita, y eso me llegaba muy hondo, como es natural. Llamé a Jaime Miralles, le pedí que la defendiera y volví enseguida a Madrid.

Una vez en la capital, por mi condición de abogado pude ver al juez, que me pintó un panorama muy negro. La legislación se había endurecido en aquel último coletazo franquista y a los detenidos en relación con aquel proceso a gentes de ETA y el FRAP, aunque nada tuvieran que ver con esos grupos, sino que simplemente protestaran por las duras condenas o por la falta de garantías en el juicio, como era el caso de Mercedes, se les estaban aplicando severas penas.

Estuvo una breve temporada en la prisión de Yeserías. Yo la visité prácticamente a diario. Fue una experiencia que todavía me revuelve algo por dentro. Que a una chica, tu hija de dieciocho años, la tuvieran encarcelada, en un ambiente tan duro como era aquel... Menos mal que ella lo llevó muy bien. Allí, por cierto, me encontré a Eva Forest, que entonces estaba haciendo una huelga de hambre. Me la presentó Raúl Morodo, que era su abogado defensor.

—¿Cómo se encuentra, Eva? —le dije al saludarla.

—Bien. Me alimento de odio.

La respuesta fue escalofriante, desde luego. En todo caso no tenía tan mal aspecto como podía esperarse en una persona que ya llevaba tiempo sin comer.

La España que soñé
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml