Campaña en Palencia
De nuevo estaba ante un reto: montar UCD en Palencia a partir de la nada, porque allí no existía estructura alguna. Tampoco contábamos con apoyo gubernamental significativo. Estaba el gobernador civil Pajares Compostizo, eso sí, que era hombre de Osorio más que de Martín Villa, y conocía y controlaba algunos resortes de poder; pero otros puntos vitales más bien estarían en manos de Alianza Popular, en aquella pequeña y conservadora provincia castellana. Además, como ocurría en el resto de España, no había experiencia democrática reciente.
A escala nacional hay que reconocer que el hecho de que UCD ya estuviera en La Moncloa nos benefició. No es que hubiera pucherazo, ni mucho menos, sino que el control de los gobiernos civiles permitía que estos orientaran la campaña por el camino más adecuado en cada lugar. Súmese a eso el efecto indudable que tuvo a última hora la aparición televisiva de Adolfo Suárez, con su célebre frase «Puedo prometer y prometo».
En Palencia Alianza Popular presentó candidatos muy sólidos y arraigados, alguno de ellos jurista de prestigio. Sin embargo, de los tres diputados en juego salimos dos de UCD y uno del PSOE. Los de don Manuel Fraga se quedaron sin representación en la provincia. Los tres senadores fueron de Unión de Centro Democrático.
Además de los factores generales que nos favorecieron debo decir también que trabajamos mucho en toda la provincia. Antes de que comenzara el proceso electoral, el grupo de los demócrata cristianos que estábamos en UCD hicimos gestiones en busca de ayuda económica de nuestros correligionarios de otros países, concretamente europeos y latinoamericanos. De los italianos obtuvimos buenas palabras, pero ni una sola lira, pues todo se lo dieron al Equipo de la Democracia Cristiana. Por el contrario, la CDU de Helmut Kohl sí nos echó una mano, porque seguía la política de poner huevos en distintas cestas. Igualmente obtuvimos fondos del Copei venezolano de Rafael Caldera.
Al saber que habíamos obtenido esas ayudas, Leopoldo Calvo-Sotelo, consciente de que yo era el depositario de los fondos donados por la CDU y el Copei, y como estaba metido en grandes agobios para pagar la campaña de UCD, me pidió aquel dinero, como pidió a los otros grupos el suyo. Se lo di, y creo que fui el único, pero lo hice de corazón, porque creía que en ese momento todos teníamos que arrimar el hombro y aportar cuanto pudiéramos para las candidaturas de Unión de Centro Democrático.
Una vez resuelto el problema de Íñigo Cavero, me fui a Palencia con el beneplácito de Alfonso Osorio, que aún era vicepresidente y el enlace de nosotros los democristianos con el Gobierno, y también con el plácet de Leopoldo Calvo-Sotelo, encargado de organizar las elecciones en UCD. Y allí me encontré con una situación algo confusa. No había más aparato político, como ya he apuntado, que las instituciones gubernamentales. Nada parecido a estructuras de partido, redes electorales o cosa similar, tras tantos años de dictadura. Jesús Hervella y los demás nos encontramos con la obligación de partir, no diré de cero, pero casi. Tendríamos la orientación del gobernador, es verdad, y el apoyo de algunos grupos, sobre todo gracias a Jesús, hombre muy bien relacionado en la provincia; pero nos esperaba un enorme trabajo, al que nos tendríamos que enfrentar, como le pasaba a todo el mundo en aquel trance, sin experiencia alguna.
Sin embargo, la inexperiencia quedó compensada por el entusiasmo. Había en toda la sociedad española, más allá de prudentes reservas y algunos miedos, una gran ilusión. Llegaba la libertad y eso se notaba, y benefició a todos los partidos, sobre todo a los principales. Obtuvimos apoyos e hicimos una campaña que quizás fuera torpe por inexperta, pero al cabo resultó efectiva. E insisto: no la organizamos, como podría pensarse, apoyados en el gobernador, muy eficiente, pero que no tuvo intervención apenas, sino gracias a los contactos de los distintos candidatos.
Nos ayudaron muchos voluntarios, pues la política estaba muy lejos de la profesionalización. Y en los mítines nos acompañaba el grupo Madrigal, que solía interpretar «Libertad sin ira», aquella canción emblemática que la UCD casi convirtió en su himno oficioso. La verdad es que Madrigal era un aperitivo estupendo para entrar luego, ya con buen ambiente, en los discursos.
No estábamos acostumbrados a dar mítines, y por eso la primera vez pasamos muchos nervios antes de que empezara el acto. Fue un alivio ver que el teatro, bastante grande, estaba a reventar. La gente en aquellos días tenía curiosidad por oír a los políticos.
Tras el inicio en Palencia empezamos a dar mítines, charlas y todo tipo de actos por toda la provincia. La acogida era muy buena en todas partes, salvo en el norte, en las zonas mineras como Guardo o Barruelo, donde notamos mayor frialdad aunque luego a la hora de la verdad ganamos las elecciones. Nos recibieron especialmente bien en Valdivia y en Herrera de Pisuerga, donde había un alcalde muy activo. Aquel hombre era Luis Salvador Merino, creador del Festival del Cangrejo, evento que tuvo mucho éxito, y que resaltaba la fama cangrejera del Pisuerga y se aprovechó para nuestro acto electoral. El sentido de la propaganda de Salvador Merino acabó siendo una leyenda en la región y nos ayudó muchísimo.
En Saldaña conté con la inestimable ayuda de mi primo Javier Cortes y de mi amigo Serapio Martín.
Todo era nuevo, incluso precario. Uno de los tesoreros de UCD, propuesto por el grupo demócrata cristiano, contrató el lanzamiento de la propaganda electoral por toda la provincia desde una avioneta. El piloto se equivocó y acabó dejando caer las candidaturas palentinas en Burgos y viceversa.
A lo largo de toda la campaña el partido me pidió que fuese a unos y otros sitios del país para apoyar a compañeros, y así lo hice, por ejemplo acudiendo a Torrelavega. Era poco antes de la campaña oficial, pero ya en plena fiebre mitinera. Un día antes del acto un grupo, presumiblemente de la ultraderecha, había tiroteado el local, por lo que el gobernador rodeó el mitin de un gran despliegue de seguridad. Lo mismo hice en Aragón, Madrid y otros lugares.
En Palencia hablábamos con todas las fuerzas vivas que se ponían a nuestro alcance, incluidos los curas de los pueblos, que como suele decirse sabían latín y estaban al tanto de lo que convenía o no convenía hacer, además de tener su propio carisma y su propia autoridad entre los feligreses.
Carrión de los Condes, uno de los pueblos más importantes de la provincia, tenía fama de ser muy conservador. Cuando dimos allí un mitin algunos de los presentes en la sala nos interpelaron de forma correcta y educada pero políticamente afilada, con preguntas que dejaban a las claras que se inclinaban más bien por Alianza Popular. Al igual que en Guardo, pero en otro sentido, salí del acto con la idea de que allí no teníamos muchas posibilidades y, sin embargo, luego ganamos ampliamente.
Fue una campaña intensa, agotadora. Llegamos al acto de cierre, precisamente el de Herrera de Pisuerga, con las fuerzas justas. Ese último día nos habían convocado en Madrid a todos los cabezas de lista para una aparición en televisión, y luego tuve que volver a Palencia a toda prisa. El mitin de Herrera me animó. Había llegado de Madrid un poco bajo de ánimo y el éxito hizo que me recobrase.
El esfuerzo valió la pena. Ya he dicho que sacamos dos de los tres diputados, Jesús y yo, y los tres senadores, Juan Carlos Guerra, cuyo padre se había presentado con mi padrino Ricardo Cortes por la CEDA en las elecciones del 1936, José Luis Alonso Almodóvar, director del periódico local, que nos ayudó de manera decisiva, y José Luis López Henares, hombre también con mucho arraigo palentino. Los socialistas obtuvieron un diputado. Finalmente el conservadurismo de Palencia no favoreció, como temíamos, a la formación de Fraga, sino a nosotros. La gente que no quería cambios bruscos, optó por quien ya estaba gobernando.
Nos dimos cuenta de que las cosas nos habían ido bien desde que conocimos el recuento de la primera mesa. Habían ganado en ella los socialistas por unos pocos votos, pero correspondía a una zona industrial en la que pensábamos que no tendríamos mucho predicamento. Al ver que incluso allí la gente nos apoyaba supimos que nos esperaba una gran jornada, pues el electorado de Fraga prácticamente no existía. Tuvimos claro durante toda la precampaña y la campaña que nuestro rival directo era Alianza Popular, porque se trataba de una provincia conservadora y en buena medida nos dirigíamos al mismo electorado que la gente de Fraga. Salvo la zona minera y la capital, que tenía un comienzo de industrialización al rebufo de la Factoría FASA de Valladolid, Palencia tenía una estructura muy rural, aunque sin latifundios, y en ella la Iglesia mantenía una gran influencia.
Aunque siempre supimos que UCD tenía posibilidades de ganar, en Palencia y en toda España, la envergadura del éxito en nuestra circunscripción nos sorprendió. Era llamativo que tuviéramos tantos votos después de haber empezado casi de la nada. Porque de la nada me pareció que arrancábamos con ocasión del primero de todos los mítines al que asistí. Fue en Alicante y acudimos Pío Cabanillas, Paco Fernández Ordóñez y yo mismo. Resultó muy poco estimulante porque el público no fue nada entusiasta, más bien lo contrario. Los asistentes increpaban a Pío Cabanillas, nunca supe por qué. Tanto Paco como Pío y yo salimos convencidos de que todo estaba por hacer, que había que trabajar y movilizarse a fondo, porque no se percibía ambiente favorable a la candidatura de Unión de Centro Democrático.
El resultado a escala nacional nos sorprendió, como a todos los españoles. Aunque no logramos, ni mucho menos, mayoría absoluta, sí fue una victoria más amplia de lo que esperábamos. Seguimos el recuento en un hotel de Palencia. Nos llegaban datos de las mesas de nuestra circunscripción y por la televisión veíamos cómo iba el escrutinio general. Fue una noche alegre en la que empezamos no teniéndolas todas con nosotros, pues el comportamiento electoral de los españoles tras cuatro décadas sin poder votar era una incógnita. UCD era, además, una heterogénea mezcla de partidos bastante distintos en algunos casos. Sabíamos que Suárez era popular y había hecho una buena gestión, pero eso no nos garantizaba la victoria.
Entre lo que más nos llamó la atención estuvieron los fracasos de Gil-Robles, que no salió elegido por Salamanca, y Ruiz Giménez, que tampoco obtuvo escaño en Madrid. Sus respectivos partidos no habían logrado ni una sola acta, era tremendo. También tuvo algo de sorprendente, aunque no tanto, la gran hegemonía socialista en el seno de la izquierda. Muchos pensaban que el Partido Comunista de Santiago Carrillo, muy organizado y visible en los años finales de la dictadura y durante el comienzo de la Transición, arrastraría a la mayor parte de los votantes de izquierdas, y no fue así. Y tampoco era previsible el escasísimo apoyo que consiguió Alianza Popular, que presentaba a todos aquellos exministros y se decía que aglutinaría lo que se llamó el franquismo sociológico. De nada le sirvió a Fraga su espíritu combativo, su carisma y su garra, ni los apoyos que le brindaron diversos poderes económicos y de otro tipo. Obtuvo menos votos que el Partido Comunista.