Milicia universitaria
TAMBIÉN tuvieron influencia en mi vida, cómo no, los tiempos de la milicia universitaria, que hube de cumplir en los años cuarenta. Los dos primeros cursos de Derecho los hice en Zaragoza y a los universitarios de allí nos correspondió ir al campamento de Las Chapas de Marbella, que por cierto se inauguraba con nosotros. Estábamos comenzando la década de los cuarenta y por supuesto a la Costa del Sol no había llegado el frenético desarrollo que la invadió después. Aquel era un sitio absolutamente desolado. Después de un viaje bastante incómodo en unos vagones de tren indescriptibles, tuvimos que plantar las tiendas de campaña y nos encontramos con una incomodidad añadida a las propias de la vida campamental de entonces: había montones de alacranes que por la noche se metían entre las colchonetas. De cuando en cuando oíamos gritar a un compañero que había sido picado. A mí, afortunadamente, no me tocó esa lotería, pero no era nada agradable mantenerse permanentemente alerta por semejante causa.
En el campamento de Las Chapas hacíamos la instrucción, con sus marchas, sus ejercicios y algunas visitas a la playa. Un día nos subieron a la serranía cercana y desde las alturas pudimos ver cómo pasaba toda la escuadra aliada camino del desembarco en Sicilia. Seguimos el espectáculo con prismáticos, y los jefes, pese a que entonces los militares españoles no eran muy favorables a los angloamericanos, no pusieron mayores pegas, quizás porque no dejaba de ser una exhibición bélica sumamente instructiva.
Al año siguiente, si no recuerdo mal, el desolado campamento de Las Chapas fue reemplazado por el de Ronda; pero yo, que ya vivía en Madrid, fui como sargento a La Granja de San Ildefonso, donde por cierto compartí tienda con Manolo Fraga Iribarne en la 5ª Compañía. También estaba conmigo mi primo Ricardo, hijo de mi tío, el diputado de la CEDA asesinado en Madrid al comienzo de la Guerra Civil. Ricardo y yo hicimos toda la carrera juntos y éramos como hermanos.
Todos los compañeros de la 5ª Compañía, y sobre todo los de nuestra tienda asistimos por tanto al espectáculo que siempre brindaba la enorme personalidad de Fraga, que ya se iba decantando en aquellos tiempos. En primer lugar llamaba la atención su espíritu de superación. Quería ser el primero a toda costa y lo consiguió, pues luego lo sería en la carrera y las oposiciones. Siempre quería estar en perfecto estado de revista, hasta el punto de que algún día que andábamos escasos de agua se afeitó con el vino de la ración. Le afeábamos su actitud, pero a él le daba igual, era capaz de cualquier cosa con tal de cumplir con las obligaciones que se nos asignaban.
Una de aquellas noches en La Granja nos proyectaron una película alemana antisemita, El judío Soft. Estaba perfectamente adecuada a la propaganda nazi de entonces. Aparecía el clásico judío usurero de larga barba y aspecto avieso, violador de jovencitas y demás. Asistimos juntos mi primo Ricardo, Fraga y yo. Al salir de la proyección comenté que aquello me parecía inverosímil y Fraga dijo que podía haber exageración pero que de todas formas los alemanes eran gente que «había que tener muy en cuenta». No estuvo muy a favor de los alemanes pero tampoco los criticó demasiado.
Guardo de La Granja un recuerdo muy agradable, especialmente de los fines de semana, cuando salíamos del campamento e íbamos al pueblo donde nos esperaban las chicas para pasear. Es un lugar hermoso y tranquilo.
Al terminar la carrera me correspondió hacer las prácticas de la milicia universitaria y elegí un batallón de cazadores de montaña en Jaca. Allí estuve una larga temporada cerca de la frontera con Francia, en aquellas preciosas montañas por las que había querido deslizarme esquiando, cosa que no conseguí por la negativa del jefe de batallón, que no nos permitió a los universitarios realizar misiones que requirieran los esquís. Conservo un buen recuerdo de aquella etapa.