Los Luises
A mi llegada a Madrid me había puesto en contacto con la Congregación de los Luises, que dirigían dos padres muy significados de la Compañía de Jesús: Carrillo de Albornoz y José María de Llanos, el enemigo de Gilda. El primero, Carrillo de Albornoz, había estado en la guerra con Millán Astray y era un personaje de los pies a la cabeza, totalmente distinto al padre Llanos. Carrillo de Albornoz tenía un carácter exuberante, abierto, imparable. Organizaba cursos de todo tipo de disciplinas, incluida la oratoria. Un día montó un debate para ver qué posición debíamos tomar ante la bomba atómica. Todos los oradores, Gonzalo Fernández de la Mora, Jesús Fueyo y otros, fueron desgranando discursos muy preparados y reflexivos, con grandes consideraciones morales y geopolíticas, hasta que le llegó el turno a Carrillo de Albornoz y vino a concluir que la mejor posición ante la bomba atómica era la más alejada posible del artefacto.
En un momento determinado los jesuitas lo mandaron a Roma, donde estaba la cúpula de la orden. Cuando al cabo de dos años volvió a Madrid lo notamos profundamente cambiado. No sé si fue el contacto con el Vaticano lo que lo transformó, pero lo cierto es que al poco tiempo se fue a Suiza, dejó la Compañía de Jesús, los hábitos y el catolicismo y se casó. Vivió unos años en Suiza, ejerciendo de abogado. Había sido un padre notable por su inteligencia y su manera de ser, abierta y generosa.
José María de Llanos, por el contrario, era mucho más reservado. Tenía una enorme fuerza interior, con muy firme idea de la misión que tenía encomendada, que en aquel momento no solo era la sacerdotal, sino la capellanía del Frente de Juventudes. Austero, severo, totalmente centrado en su función como religioso. De otra forma, pero también teníamos mucho contacto con él, sobre todo cuando Carrillo de Albornoz se fue a Roma, porque entonces Llanos se quedó al frente de la Congregación de los Luises. Intentaba marcarnos la pauta de una vivencia religiosa muy vinculada a lo que él sentía entonces, que era una inmensa fe en Dios además de en el régimen.
El edificio de Los Luises estaba en la calle de Zorrilla, y allí acudíamos unos cuantos jóvenes a seguir pequeños seminarios y hacer reuniones propias de lo que éramos, muchachos con inquietudes religiosas y políticas. También hacíamos retiros, y precisamente en uno de ellos, hacia el año 1948 o 1949, el padre Llanos presentó una intensa exhortación para que trabajáramos por la consolidación del régimen del general Franco, en la línea de lo que luego se conocería como nacionalcatolicismo. A mí, que tenía una visión diferente, aquella arenga me incomodó hasta el punto de que le pedí que habláramos.
—Mire, padre —le dije claramente—, yo no estoy muy de acuerdo con esto que dice acerca del Frente de Juventudes y de la necesidad de apoyar al régimen, más bien le diría que si alguna vez tengo actividad estará dirigida en sentido contrario. Como usted es director espiritual quiero que lo sepa.
Se quedó sorprendido y meditó un momento. Luego me dijo que le dejara pensar la respuesta veinticuatro horas. Y así lo hizo. Transcurrido ese plazo me llamó y me dijo:
—Tú sigue tu conciencia, yo te voy a poner en contacto con los propagandistas, gentes que desempeñaron un papel más abierto durante la República, que están más politizadas que los que estamos aquí, y ahora no están muy de acuerdo con el régimen. Con ellos quizás podrás seguir tu camino.
Me puso, en efecto, en contacto con los propagandistas, gentes de la ACNdP (Asociación Católica Nacional de Propagandistas), los de la famosa Editorial Católica, entonces presidida por un gran personaje, Fernando Martín Sánchez. Este hombre era discípulo directo de Ángel Herrera Oria, en ese momento obispo de Málaga y con quien también estuve en contacto. Sabido es que Ángel Herrera fue uno de los puntales de la Editorial Católica, que publicaba El Debate durante la República, y que había mantenido una actitud posibilista sobre la forma de gobierno, es decir, que propugnaba que las derechas actuaran dentro de la República. Luego, llevado por su vocación religiosa, fue al seminario de Friburgo para hacer la carrera sacerdotal. Allí estaba cuando estalló la Guerra Civil, y allí siguió toda ella. En la época en que lo traté ya estaba evolucionando. A la vuelta a España era un nacionalcatólico muy firme, pero ahora estaba sumando a eso una honda preocupación social, y en esa línea actuaba ya como obispo de Málaga.