El centro democrático
En resumen: estuvimos presentes en el proceso de creación de la Plataforma de Convergencia Democrática, pero no nos llenaba. Al tiempo, también trabajábamos en la formación de una coalición de centro democrático, si se quiere con mayor interés que en la otra. Conseguiríamos que cuajara el centro cuando ya estaba constituida no la Plataforma, sino incluso la Platajunta, en la primera mitad de 1977. Este organismo conjunto de la Plataforma y la Junta creó la Comisión de los Nueve, órgano de negociación con el Gobierno del que, por razones que nunca entendí, quedó excluido Joaquín Ruiz Giménez. Por el Equipo de la Democracia Cristiana estaba Antón Cañellas. Como ya he apuntado, aquella comisión mantuvo reuniones con la gente de Suárez, pero no negoció gran cosa. Las conversaciones fueron más bien bilaterales y siempre marcadas por la extraordinaria habilidad negociadora y seductora del presidente Adolfo Suárez.
El 19 de marzo de 1977, en casa de José Luis Ruiz Navarro, nos reunimos unos cuantos amigos con motivo del santo del anfitrión. Ya se estaban dando en aquel tiempo los primeros pasos para la creación del Partido Popular, encabezado por Pío Cabanillas y José María de Areilza. No debe confundirse con el PP actual, aquel era un incipiente grupo formado principalmente por los tácitos, en el que no estaba Manuel Fraga.
Los que en El Escorial dejamos el partido de Ruiz Giménez habíamos formado el Partido Popular Demócrata Cristiano, que tampoco debe ser confundido con aquel Partido Popular de Cabanillas y Areilza, ni tiene nada que ver con el PP de hoy. Lo de Pío y el conde de Motrico fue denominado por Óscar Alzaga, creo que con acierto, «partido ómnibus», al que podía subirse quien quisiera, sin distinción de tendencia ideológica, antecedentes ni nada de nada. Creo que su objetivo era el poder y poco más. Su alma era Pío Cabanillas. Hoy puedo anotar sobre él lo mismo que escribí hace treinta años: «En aquella etapa nos veíamos con frecuencia y siempre era interesante escucharle, con sus claves y paradojas. Supo dosificar su imagen en la Transición y, aun cuando más tarde aceptó desempeñar el papel de consejero áulico, tanto de Adolfo Suárez como de Leopoldo Calvo-Sotelo, pienso que, por entonces, no desechaba la posibilidad de un protagonismo a más alta escala, pero desmarcándose a tiempo consiguió desvanecer los posibles recelos de quienes estaban mejor situados en la escalada. Hay la versión —bastante extendida— de que nunca ha tenido especial simpatía a fórmulas demócrata cristianas, pero yo creo que no es tanto un rechazo ideológico como alergia a tantos sacristanes metidos a políticos, sobre todo si se tiene en cuenta su batalla con el Opus. Quede, en todo caso, constancia de que si el PP en sus comienzos no tuvo el matiz democristiano se debió a su enorme influencia entre los promotores, que aceptaron, en gran medida, su planteamiento».
A la reunión en casa de Ruiz Navarro acudió Alfonso Osorio, que nos transmitió un mensaje de Suárez: si queríamos que el hombre que pilotaba la Transición junto con el rey formase parte de la operación centrista teníamos que dejar al margen a José María de Areilza. El problema que creaba este veto se resolvió en el seno del propio Partido Popular. Areilza, que era muy perspicaz, se dio cuenta de lo que ocurría y se apartó, no solo del centro naciente, sino de su nuevo partido, hasta que más adelante se unió a Fraga.
En abril de 1977 se presentó el Partido Demócrata Cristiano (PDC), surgido del acuerdo entre Unión Democrática Española (UDE) y el Partido Popular Demócrata Cristiano (PPDC), integrándose sus respectivas organizaciones. Pero esta nueva organización no tuvo tiempo prácticamente para nada, ni siquiera para organizarse adecuadamente, pues las elecciones, convocadas para el 15 de junio, estaban encima. Ni siquiera hubo posibilidad de cumplimentar a Su Majestad el Rey, a pesar de haberse solicitado tal cosa a través del marqués de Mondéjar por Geminiano Carrascal al día siguiente de nuestra presentación. El PDC en su breve vida activa no llegó a celebrar una asamblea general —impedido por la proximidad electoral y los acontecimientos posteriores de UCD— pero reunió en varias ocasiones a su consejo político, compuesto por cerca de sesenta miembros, que representaban a militantes distribuidos por todo el territorio español.
Como puede imaginar el lector, los grupos o grupillos que pugnábamos por crear el centro democrático nos dimos cuenta enseguida de que la presencia en él de Suárez era fundamental. Durante un tiempo habíamos sido francamente ingenuos y creímos que eran ciertas las afirmaciones de Suárez de que no tenía intención de ejercer un liderazgo político prolongado tras el cambio en el país.
Después de aprobar la reforma política, Suárez había dicho a sus colaboradores que los miembros del Gobierno no podrían presentarse como candidatos a las inminentes primeras elecciones. Ninguno de sus miembros, salvo el presidente, que era él. Cuando nos enteramos nos pareció sorprendente, pero se trataba de un problema de ellos, y a nosotros el hecho de que Adolfo sí pudiera tomar parte en el proceso electoral nos venía muy bien si finalmente se incorporaba al centro democrático. Lo cierto es que el presidente lo estableció así, e incluso sacó de su gobierno a Calvo-Sotelo para dedicarlo a negociar y muñir lo que finalmente sería Unión de Centro Democrático.
Es verdad que el centro fue lo que fue por Suárez, pero también lo es que no lo fundó él. Adolfo se incorporó a una iniciativa que ya estaba en marcha, y trajo consigo a los que llamábamos con humor «los alienígenas», gente de su confianza procedente del Movimiento. Era lógico, pero a nosotros nos producía cierta incomodidad. Por ejemplo, así ocurrió con la presencia de Fanjul, hombre valioso con el que me llevaba muy bien, que en el Colegio de Abogados defendió a quienes ejercíamos de defensores en procesos de orden público, pero que no tenía ningún historial, no ya democrático, sino ni siquiera señaladamente aperturista, cosa que sí se podía decir de algunos de sus compañeros.
Con todo este proceso en marcha llegó la Semana Santa de 1977, con la legalización del Partido Comunista. Fraga salió al paso de este hecho con unas declaraciones muy duras y a mí me correspondió contestarle públicamente. Dije que me parecía que don Manuel casi estaba invitando al ejército a dar un golpe de Estado. Todos sabíamos la situación extremadamente tensa que había en las Fuerzas Armadas. Bajo la dirección del coronel San Martín, al frente entonces de los Servicios de Información, un grupo de militares jóvenes mantenía contactos con todos los grupos políticos y a su vez pulsaba la opinión de los militares. Estos oficiales informaban al Gobierno y por ello es de creer que Suárez no actuaba a ciegas.
Nosotros apoyamos claramente la decisión del Gobierno de legalizar a los comunistas. Yo tenía desde tiempo atrás muy buena relación con José Mario Armero, que me contó la reunión que tuvieron Carrillo y el presidente en su casa de Pozuelo. Estábamos, pues, informados de la actitud del secretario general del Partido Comunista y por eso no nos extrañó la famosa rueda de prensa en la que aceptó la monarquía y la bandera.
Eran tiempos frenéticos. Pasaban muchas cosas muy importantes. El general Díez Alegría visitó a don Juan de Borbón en París para decirle que en el ejército no se vería con buenos ojos una monarquía encabezada por él y en cierto modo enfrentada a la que encarnaba su hijo, que en ese momento era la monarquía del 18 de julio, la establecida por el general Franco. Fue entonces cuando medió Antonio Fontán, que desempeñó un papel muy importante en aquellos hechos. Habló con el padre y el hijo y poco después don Juan abdicó en el sencillo acto de La Zarzuela por todos conocido. Con más o menos pesar, la mayoría de los monárquicos aceptamos, como es natural, la decisión de don Juan, aunque quedaron al margen unos pocos.
En el momento culminante de la creación de Unión de Centro Democrático, Leopoldo Calvo-Sotelo convocó a todos los grupos que estaban interesados en la operación y nos presentó para su firma un documento en el que venía a decirse que el centro se presentaría a las elecciones como partido político, y no como coalición, que era lo que nosotros queríamos. Intervine para decirle que aquello no era lo que habíamos previsto en los anteriores contactos. Se trataba de coaligar con fines electorales a grupos y partidos de distintas tendencias y hasta ideologías. Un partido, añadí, en el que cohabiten gentes tan distintas corre el riesgo de fracasar a corto plazo. ¡Cómo iban a convivir en una organización partidista disciplinada los democristianos, los liberales y los socialdemócratas! Aseguré, en fin, a Leopoldo que una coalición era lo mejor y que lo de crear un partido me parecía, como poco, prematuro. Calvo-Sotelo aceptó mis razones y suprimió en el documento la parte en la que se hablaba de constituir un solo partido político, cosa que se haría más adelante, con resultados catastróficos.