Antonio Hernández Gil
En la legislatura constituyente, por encima de los presidentes del Congreso y el Senado estaba el presidente de las Cortes, don Antonio Hernández Gil, un hombre de gran altura intelectual, rodeado siempre de una enorme dignidad profesoral e inmenso prestigio jurídico. Precisamente por eso fue elegido por el rey para aquella alta dignidad. Además de su función representativa, simbólica, se encargó de elaborar las normas provisionales que permitieron el funcionamiento de las cámaras en el periodo constituyente, asesoró, resolvió dudas e inspiró iniciativas. No hay que olvidar que tras las primeras elecciones democráticas los diputados no teníamos más reglamentación que la de las Cortes orgánicas franquistas, y no era cosa de utilizarla.
Teníamos unas reuniones en el palacio del Congreso a las que asistía don Antonio, que también estuvo, presidiéndola, en la comisión mixta que dio los últimos toques a la Constitución. No presidió nunca ninguna de las sesiones ordinarias del Congreso y el Senado, solo las de las Cortes Generales, es decir, aquellas en las que se reunían conjuntamente ambas cámaras. Por tanto, presidió la sesión en la que el rey habló por primera vez tras la constitución de las cámaras, aquel día en el que inicialmente la bancada socialista le recibió, si no con frialdad, sí con dudas, que se disiparon cuando habló:
«Señores diputados y senadores, su presencia en este Salón de Sesiones, la representación que cada uno ostenta, la realidad visible de que las nuevas Cortes recogen una pluralidad de ideologías, son la mejor muestra de que, por una parte, se ha traducido a la práctica aquella voluntad de concordia nacional y, por otra, que este solemne acto de hoy tiene una significación histórica muy concreta: el reconocimiento de la soberanía del pueblo español... La corona desea —y cree interpretar las aspiraciones de las I Cortes— una Constitución que dé cabida a todas las peculiaridades de nuestro pueblo y que garantice sus derechos históricos. Permítanme que les reitere el convencimiento de que solo una sociedad que atienda a los derechos de las personas para proporcionarles iguales oportunidades y que evite las desigualdades injustas, puede ser hoy una sociedad libre...».
Hernández Gil era una persona muy prudente, que siempre llevaba la serenidad a las reuniones en que participaba, aportando su gran sentido jurídico a la resolución de los problemas que iban surgiendo.