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Pisó un montón de algas secas que se deshicieron de inmediato. Los restos parduscos de las plantas estaban cubiertos de arena y caracolas, y por debajo aparecieron los caparazones vacíos de los moluscos, ¡por todas partes solo había caparazones y moluscos! Mirijam los pisoteó, luego cayó de rodillas y se secó unas lágrimas.

¿Qué le sucedía, por amor de Dios? Tal vez estaba a punto de enfermar; en realidad se encontraba bien, pero ¿cómo explicar la confusión que reinaba en su cabeza y su corazón?

Hacía días que sus sueños eran confusos, soñaba con escenas que al día siguiente no lograba recordar con claridad, solo algunos fragmentos: Gesa en el jardín recogiendo manzanas… caballos sudorosos arrastrando una pesada carga… una mujer que la sostenía en brazos, su madre, al parecer… prados brumosos junto al río… su padre, alzando la vista de sus libros de contabilidad… y Cornelisz. Imágenes de su infancia que habían quedado grabadas en un rincón de su corazón y que ahora surgían para torturarla.

Mirijam se puso de pie y echó a correr a lo largo de la playa.

Últimamente había soñado más a menudo con Cornelisz. ¿Acaso porque seguía pensando en él con frecuencia, en su íntimo compañero de los años despreocupados? Cornelisz, que cantaba y reía con ella, que le enseñó a jugar a las canicas y atrapaba su poni cuando se desbocaba; Cornelisz, que le mostró el nido del chochín en el seto, que le alcanzaba las cerezas más dulces, que la consoló cuando la picó una avispa… Y Cornelisz, prometiéndole que siempre sería su amigo: bajo el sol sus cabellos rubios habían brillado como el oro. ¿Pensaba en él porque la amaba y porque comprendía todos sus sentimientos?

—¡Tonterías! —se regañó en voz alta—, ¡bobadas infantiles!

Mirijam recogió unas caracolas y piedras y las arrojó al mar.

Y esa mujer que se le apareció en sueños, ¿podría ser su madre? Trató de concentrarse, creyó recordar a una mujer de cabellos oscuros que le tendía los brazos y le sonreía cariñosamente. En el sueño sabía que era su madre, pero ¿cómo era posible eso? Cuando su madre murió ella aún era muy pequeña. ¿Se le aparecía ahora en sueños? ¿Por qué? ¿Para advertirle de un peligro o para consolarla?

Sumida en sus cavilaciones, siguió caminando por la playa; después de un tiempo alzó la vista y vio la cúpula blanca de sîdi Kaouki, un santo venerado en esa costa. Impulsada por la inquietud, había recorrido un trecho mucho más largo del pensado, hacía bastante tiempo que había dejado atrás la alargada bahía y la desembocadura del arroyo. Tampoco se veían los edificios del puerto e incluso el fuerte de los portugueses solo se vislumbraba entre las brumas saladas que el viento impulsaba tierra adentro. Suspiró y, aunque hubiera preferido quedarse allí fuera, dio media vuelta y emprendió el regreso.

Mirijam se sentó en una roca que sobresalía de las aguas poco profundas del arroyo, se lavó la cara y las manos y se arregló el vestido. Puede que su madre se le apareciese en sueños porque quería que abriera el paquetito. Hasta ese momento un extraño recelo se lo había impedido. A veces sacaba el pequeño paquete, apoyaba las manos en la suave cabritilla que con los años se había oscurecido y manchado y rozaba el cordel de seda que lo sujetaba. Al tacto parecía ser un pequeño libro, era flexible pero también firme. El mensaje recibido había hecho hincapié en que solo debía leerlo una vez convertida en novia o si estaba en apuros. ¿Por qué su madre habría tomado dicha decisión? ¿Debía tomársela al pie de la letra o tal vez quiso decir que solo debía leer el escrito tras convertirse en adulta?

De pronto sintió una aguda punzada de dolor y se encogió. Últimamente le había dolido el estómago más de una vez, a lo mejor debía decírselo al abu

Cuando le dolor se redujo y Mirijam se puso de pie para emprender el camino de regreso a su casa, notó que en la piedra donde había estado sentada había una mancha de sangre. Verla la consternó. ¿Sangre? ¡Entonces era verdad: estaba gravemente enferma! Sin embargo, excepto cierta presión en el vientre no sentía dolor. Se tocó los brazos, el pecho y las piernas, se palpó la espalda hasta donde llegaron sus manos, pero no descubrió una herida. En ese caso, ¿de dónde provenía la sangre?

Solo al inclinarse hacia delante descubrió el hilillo de sangre que le recorría la cara interior de las piernas hasta los tobillos y, temerosa, se levantó la falda. ¡La sangre parecía brotar del interior de su cuerpo! Mirijam soltó un gemido y volvió a sentarse en la roca.

Como si solo hubiesen estado ocultos tras un delgado velo, de repente los terrores de las mazmorras irrumpieron en su memoria. ¡Volvió a recordar los golpes, las cadenas, los gritos, el miedo horroroso! Y también el dolor cuando la desgarraron, y fue como si una espada le atravesara el cuerpo… y gritó pidiendo ayuda una y otra vez hasta quedarse sin voz… Y la sangre…

¡Así que era verdad que estaba maldita! Siempre lo había sospechado en lo más profundo de su ser: ¡a alguien a quien le había ocurrido algo tan espantoso como a ella en aquel bagno, solo podía estar maldito! Ese terrible martirio, la pérdida de su voz… ¿qué más podían significar que un castigo y una maldición? Y ahora, tras dos años de tranquilidad el terror volvía a empezar con la sangre que brotaba de su cuerpo. ¿Acaso estaba a punto de morir? Algo intangible, grande y malvado, algo como una fuerza oscura se había apoderado de ella y quería castigarla. ¿Por qué? ¿Con qué culpas cargaba? Ignoraba la respuesta, pero al mismo tiempo ahí estaba la demostración: estaba maldita porque sangraba desde allí…

—¡No, no! —gritó, recogió agua con las manos y la derramó por encima de sus piernas. Lavarse, enjuagar la sangre, lavarse… Se frotó las piernas, sollozando y temblando. Más arriba, más agua, mojarse los muslos… Más agua, mucho más…

Salâm aleikum, muchacha. Eres Azîza, ¿verdad?

Mirijam se quedó de piedra y se apresuró a bajarse la falda; junto a la orilla había una mujer negra que conducía una cabra sujetada a una cuerda y llevaba una cesta de mimbre llena de hierbas.

Mirijam se quitó los cabellos de la frente con la manga y con la otra se secó las mejillas empapadas de lágrimas. Tragó saliva y asintió.

Aleikum as salâm. Sí, soy Azîza, la hija de Alí el-Mansour. ¿Te encuentras bien? ¿Cómo está tu familia? —dijo con voz trémula intentando reprimir el pánico, pese al cual logró pronunciar el saludo cortés habitual. Se alisó el vestido. ¿Qué había visto esa mujer? ¿Acaso había oído sus gritos?

—Me encuentro bien. Me llamo Aisha y vivo allí —dijo, indicando una dirección indeterminada con la mano—. Soy curandera y ayudo a las mujeres, por eso llevo estas hierbas en la cesta. No has de asustarte, muchacha, ¿comprendes? Sí, sufrirás cambios, pero no son un motivo para sentir temor —añadió, ató la cabra a un arbusto y se acercó a Mirijam.

»Ven, sentémonos allí en la orilla —dijo, y la condujo fuera del agua—. Estás temblando. Tranquilízate. ¿Es la primera vez que sangras?

Mirijam bajó la vista y notó que se sonrojaba. ¿Por qué le hacía esa pregunta? ¿Qué sabía y cómo lo sabía? Se restregó las manos como si estuvieran sucias y por fin cobró valor y dijo:

—¿Eres Aisha, la que vive allende el oasis? ¿Eres la bruja negra de la que hablan las esclavas? ¿Puedes hacer que vuelva a sanar y no tenga que morir?

El rostro de Aisha permaneció inexpresivo y contempló a Mirijam.

—Oye, niña —dijo en tono sereno—, nunca repitas el cotilleo de las mujeres ignorantes e inútiles. Es lo único que saben hacer, en cambio tú…

Se interrumpió, luego se enderezó y prosiguió:

—Las habladurías sobre brujas o magia no solo son ofensivas, también pueden ser peligrosas. Bien, responde a mi pregunta: ¿es la primera vez que sangras? —dijo en tono severo.

Mirijam asintió con aire intimidado.

—En ese caso has empezado tarde, pero has de saber que eso les ocurre a todas las mujeres. Ninguna muere por ello, te lo aseguro —dijo, cogió un ramito de hierbas de la cesta y lo olisqueó.

»A partir de ahora, regularmente y según el ciclo de la luna, que es la señora de todo lo que fluye, sangrarás durante unos días de tu orificio secreto y hasta que seas una anciana, a saber. Entonces la sangre desaparecerá por sí sola, tal como empezó por sí sola.

Las ideas de Mirijam se arremolinaron. Todas las mujeres, ¿y ella también?

—Pero la sangre…

Aisha sonrió y su dentadura blanquísima brilló en su rostro oscuro. Curiosamente, Mirijam se sintió consolada y aliviada de inmediato: nadie sonreía cuando un asunto no tenía solución. Entonces Aisha le cogió la mano y examinó la palma, asintió con expresión satisfecha y volvió a soltarla.

—No estás enferma y las líneas de tu mano me indican que pasarán muchos años antes de que mueras. Es más, a partir de ahora tu interior se purificará con cada ciclo de la luna. Sangrarás un par de días, quizá sientas algún dolor, pero eso es todo.

Entonces le tendió el ramito de hierbas.

—Es silfio, bueno para los calambres. Prepara una infusión con ello, te ayudará. Mientras sangres serás impura, así que mantente alejada de la leche fresca para que esta no se agrie y también has de evitar la masa fina, porque también podría estropearse. Durante esos días será mejor que no pises la cocina: muchas personas se niegan a comer la comida preparada por una mujer impura. Para proteger tu ropa has de emplear paños limpios que te aplicarás entre las piernas y fijarás con un cinto debajo de tu vestido; también puedes usar una pequeña esponja: la introduces profundamente en tu interior y la cambias varias veces al día.

La negra Aisha volvió a introducir la mano en la cesta y extrajo tres pequeñas esponjas.

—Toma, los pescadores me las traen de la mar, absorben la sangre. Siempre has de enjuagarlas muy bien y secarlas al sol, entonces te resultarán útiles durante mucho tiempo.

Mirijam clavó la vista en las porosas esponjas grises.

—Pero ¿cómo introducirlas en mi interior?

La negra le lanzó una mirada pensativa.

—¿Nunca te has examinado a ti misma?

Mirijam sacudió la cabeza con violencia. ¿Qué estaría pensando esa mujer? ¡Nunca jamás se había tocado allí! Pero recordaba en cuáles de sus orificios corporales la vieja mujer de la cárcel había aplicado un ungüento. Los dibujos anatómicos que aparecían en los libros del abu Alí indicaban que en el bagno, el orificio posterior era del que salían los excrementos… Pero el otro orificio situado más adelante al parecer albergaba un misterio muy especial. Cuando alguien lo mencionaba aunque solo fuera por asomo, las mujeres del taller se ruborizaban, soltaban risitas o hacían comentarios indecentes.

—Introduce un dedo entre las piernas y palpa, entonces sabrás dónde te has de meter las esponjitas. Y cuando hayan pasado los días impuros, vete al hamam y lávate minuciosamente —dijo la negra, y se puso de pie. Por lo visto ya había dicho todo lo que tenía que decir.

—¿Aisha?

—¿Sí? —dijo la mujer, y volvió a sentarse.

—Te ruego que me perdones, no quería herirte ni ofenderte.

—Lo sé.

—¿Por qué sangro? —preguntó Mirijam.

Si todas las mujeres sangraban, entonces quizá no cargaba con una maldición. Tenía que averiguar más al respecto, con el fin de asegurarse.

—Siempre creí… Quiero decir, ¿por qué las mujeres sangran de manera regular? ¿Qué efecto tiene y qué significa?

Aisha la contempló durante unos instantes con expresión pensativa.

—Realmente no lo sabes, ¿verdad? —dijo. Suspiró profundamente y luego prosiguió—: En la tierra natal de mis antepasados, cuando este acontecimiento ocurre por primera vez, se celebra con una ceremonia secreta que consiste en preparar a las muchachas para que jueguen un nuevo papel, porque significa que la infancia ha llegado definitivamente a su fin. Los antiguos dioses dicen que con el primer sangrado se produce un cambio y, debido a ello, a partir de entonces las muchachas pasan a formar parte de las mujeres adultas, con los mismos derechos y deberes. Aquí también comparten las mismas ideas, aunque lo denominan de otra manera y eso significa que la muchacha Azîza se ha convertido en una mujer. Esencialmente, significa que tu cuerpo se prepara para albergar un niño y cuidarlo hasta que nazca.

Aisha reflexionó un momento y luego continuó hablando en voz baja.

—Pero también significa el amor y la pena. Nuestros antepasados dicen que el amor y la pena son gemelos unidos entre sí en el corazón. Representan un gran poder frente al que no existe ningún hechizo eficaz. Son inseparables y quien se encuentre con ellos no podrá rechazarlos, incluso si ello le destroza su propio corazón. Sí, así es.

Al ver que Mirijam se quedaba boquiabierta, Aisha le apoyó la mano en el brazo para tranquilizarla antes de añadir lo siguiente:

—Además, significa que a partir de ahora perteneces al círculo de las mujeres iniciadas y que un día alcanzarás el saber acerca de la gestación y el nacimiento, pero de momento solo significa que de vez en cuando te dolerá el vientre. Seguro que últimamente te encontraste mal y te sentiste inquieta e incluso sufriste calambres, ¿verdad? Sí, es lo que le sucede a la mayoría. Para aliviarlos, lo mejor son los baños de asiento con hierbas que reducen los calambres y también las infusiones calmantes, el calor y el descanso. Los dioses, en su saber infinito, lo han dispuesto así para nosotras las mujeres y hemos de someternos a ello. Cuando hayas sangrado tres veces ven a verme. Entonces te diré más cosas.

Cuando Aisha desató la cabra, cogió la cesta y emprendió el camino hacia Mogador, Mirijam también se puso de pie y contempló las esponjitas que sostenía en las manos. ¿Acaso todo iría bien? ¿No estaba maldita ni sufría una grave enfermedad? Le hubiera gustado mucho dar crédito a las palabras de Aisha.

Entonces inspiró profundamente y le pareció que por primera vez en mucho tiempo volvía a percibir el aroma salado del mar, el calor del sol y la blanda arena bajo los pies.