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Jakob Cohn pertenecía a la aristocrática pero totalmente empobrecida familia judía de la segunda esposa de Van de Meulen, ya fallecida, y por ese motivo gozaba del gran respeto del comerciante. Además, durante los dos últimos años se las había arreglado para volverse imprescindible como asesor jurídico y notario del comerciante.

En aquel entonces, Jakob Cohn le había contado a Andrees van de Meulen, que, a diferencia de muchos judíos, no albergaba la engañosa esperanza de que Fernando e Isabel, los muy cristianos reyes de Castilla, cumplirían con su palabra y también protegerían a los judíos conversos. Con gran inteligencia, a juzgar por las actuales circunstancias, puesto que no solo los sarracenos sino quizás aún más los judíos —sobre todo los neofiti conversos— habían estado sometidos a espantosos sufrimientos debido a la cruel persecución.

En todo caso, Cohn se había unido a un grupo de comerciantes sefardíes, había huido junto con ellos de las tropas católicas y de la Inquisición, atravesó las montañas hacia el norte y por fin encontró refugio en los centros comerciales de Inglaterra, Brabante y la Liga Hanseática.

Prosiguió diciendo que en Londres había empezado por estudiar derecho y después trabajó para diversas empresas importantes, desde Bergen hasta Cracovia y desde Londres hasta Brujas. Y al parecer con éxito y muy provechosamente.

Hacía dos años, Cohn de pronto se presentó ante la puerta, con el fin de darse a conocer a su pariente Lea, la segunda esposa de Andrees. Por desgracia, en aquel entonces Lea ya había fallecido, pero Andrees van de Meulen consideró que los conocimientos del hombre de los asuntos contractuales y su experiencia en los negocios podían resultarle muy útiles. Y encima prácticamente formaba parte de la familia, así que debía ser leal por naturaleza.

El notario carraspeó.

—Tienes razón, amigo mío —dijo Van de Meulen interrumpiendo sus reminiscencias—, pongámonos manos a la obra. El tiempo apremia.

Pero ese día sus ideas parecían tener voluntad propia y volvieron a deslizarse al pasado. Entretanto, Jakob Cohn administraba la agencia, redactaba contratos, incluso celebraba negociaciones y, en general, actuaba como consejero. Además, enseñaba filosofía, español y latín a Lucia y Mirijam, estudios que no le resultaban fáciles a la hija mayor del comerciante; no es que Lucia fuera tonta, solo se negaba a esforzarse por aprender.

El padre suspiró. Lo que fascinaba a su hija mayor eran las visitas, los muebles, las joyas y los bonitos tejidos, y también los últimos rumores que circulaban por la ciudad. Además le agradaban las charlas y los juegos alegres con sus compañeras y últimamente también sentía interés por los hermanos mayores de estas y nunca se cansaba de los comentarios sobre la extraña conducta de los jóvenes. Bien, aún era joven y despreocupada, a veces casi un poco superficial, pero en el fondo una niña muy buena. Pero había llegado la hora de casarla.

Sin embargo, Mirijam asimilaba todo lo que le enseñaban con una facilidad casi juguetona, eso fue lo que le dijo el abogado. Si no comprendía algo preguntaba, leía todos los libros que se ponían a su alcance y lo que más le hubiese gustado es saberlo todo de golpe. Especialmente la fascinaban las cifras. Observando en la agencia había aprendido a jugar y hacer juegos malabares con ellas, como un malabarista de feria, y a menudo se deleitaba cuando sus largas columnas de cifras arrojaban un resultado práctico. Ella también tendría que madurar rápidamente.

Antes de volverse hacia el notario, Andrees van de Meulen suspiró.

—¿Ya han sido firmados los certificados del cargamento de la nave? Excelente, muy bien. Y el comerciante Lange, ¿le pagará a Van de Beurse tal como hemos acordado?

El abogado Cohn alzó la vista de sus documentos y asintió.

—Se cuidará mucho de no pagar.

Van de Meulen se relajó un poco. El comerciante y amigo Lange era conocido por emprender ciertos negocios arriesgados, pero pese a su olfato por las buenas oportunidades —como él lo denominaba— no dejaba de ser un hombre de honor y también actuaba como tal. Un buen nombre valía oro, era puro capital. El precio de compra acordado sería ingresado en su propia cuenta, en un banco de Brujas y el fiel banquero administraría la herencia de Lucia y Mirijam.

De Meulen volvió a dirigir la mirada a la ventana. El sol ya había superado el cenit, pronto oscurecería y llegaría la hora de la despedida. El padre Lucas solo debía acudir para dispensarle los sacramentos una vez que la nave hubiese zarpado; era su deseo, con el fin de evitarles ese trance a las muchachas.

—El escribiente ya aguarda, aún debéis decidir qué queréis hacer con la casa y también con algunos legados. Yo sugeriría que le legarais rentas vitalicias tanto a la tata Gesa como a los otros viejos criados, que recibirían para Pascuas y Pentecostés, para la festividad de san Martín y para Navidades. Es lo que se acostumbra en Amberes. Además, queríais otorgarle el derecho de habitar en la casa de por vida —dijo el abogado, y alzó la vista de sus papeles con expresión interrogativa.

Van de Meulen asintió.

—Y no olvides las donaciones —le dijo a Cohn.

—Sí, la disposición para «honrar a Dios y las buenas causas», tal como vos dijisteis. Ya las he preparado todas según vuestros deseos. Aquí está el inventario de las mercaderías depositadas en los almacenes y depósitos. ¿Queréis echarle un vistazo?

Van de Meulen hizo un ademán negativo.

—Solo dime si todo te parece correcto.

—Absolutamente —confirmó el abogado—. Ciertamente tenéis criados muy fieles: todas las listas están completas y concuerdan con los libros.

Dejó a un lado el primer montón de papeles y cogió el segundo.

—Ahora os leeré lo que ya habéis dejado por escrito; después llamaré al escribiente y a los testigos para que podáis firmar y vuestra última voluntad entre en vigor. Al fin y al cabo, todo debe tener su orden.

Entonces acercó el candelabro y empezó a leer la primera página.

—Bien, empezamos por «En nombre de la Santísima Trinidad: yo, Andrees van de Meulen, viudo y ciudadano de la ciudad de Amberes, gracias a Dios aún en posesión de mis sentidos e ideas, dispongo por la presente en el año del Señor 1520 sobre todos mis bienes fijos y móviles, que…».