Los árboles del parque que veían desde la comisaría amarilleaban. Las puntas de las hojas se arrugaban resecas. Los investigadores mantenían la reunión de la tarde en el despacho de Cato Isaksen. La resignación parecía ganarles la partida. Aún no habían encontrado ni a Lilly Rudeck ni a Lennart Hjertnes.

—Se ha fugado —dijo Marian Dahle—, estará en Argentina con una copa en la mano, observando a chicas con floreados vestidos de verano.

—Sea como sea, tenemos que organizar el aspecto formal —dijo Cato Isaksen—; tarde o temprano le cogeremos, ahora tenemos el ADN, ése no era el caso en 1972. Los restos de semen de entonces han sido investigados y analizados. Hjertnes está pillado en los dos casos se mire como se mire. Espero, de verdad, que consigamos que vuelvan a condenarle, pero depende de varias cosas. Éste es un caso muy complicado. Tenemos que encontrar a Lilly Rudeck. Su cuerpo tiene que estar en alguna parte.

—Vamos a seguir a tope y vamos a encontrar a Hjertnes. Sólo hay un minúsculo detalle que interfiere en el caso tal y como lo vemos ahora —dijo Marian.

—El sujetador —dijo Randi Johansen.

—Exacto —dijo Cato Isaksen—. El sujetador azul claro que estaba en el contenedor vivienda detrás de la gasolinera. Los análisis se hicieron contrastándolo con el vestido y las bragas. Era de Rudeck.

Marian Dahle se levantó y se sentó en el borde de la mesa.

—Un error judicial no es lo que queremos, y lo de ese sujetador es extraño. Varios testigos dicen que Morris Soma rondaba a Lilly Rudeck como un lobo. Que andaba por el camping a todas horas.

—Y también ha desaparecido sin dejar rastro —dijo Randi Johansen tosiendo—. Ewald Hjertnes tenía la llave del piso del portero. Es evidente que Lennart Hjertnes ha entrado en el piso del portero y ha cogido la llave maestra. En todo caso, tenemos pruebas.

Ellen Grue, que hasta ese momento había estado callada, se pasó la mano por la tripa que había crecido significativamente en los últimos días. Llevaba el vestido color cereza.

—Las huellas del recibidor de Buberg, alias Wismer, son de los zapatos de Lennart Hjertnes —confirmó—; las alfombrillas estaban en la lavadora del sótano, si no, no hubiéramos tenido esa prueba. Las huellas de las zapatillas Nike son muy nítidas.

Randi Johansen sacó un pintalabios y lo pasó rápidamente por su boca. Ingeborg Myklebust abrió la puerta y entró en la oficina.

—Ha llegado una denuncia de Suecia, sobre unos papeles de no sé qué organismo oficial en Kristinehamn —dijo mirando alternativamente a Cato Isaksen y a Marian Dahle—. Dice que intentasteis retirar una documentación sin seguir las normas, y que luego desaparecieron.