Marian Dahle miraba fijamente la pantalla del ordenador, la visión del nombre del asesino la atravesó con una certeza inconcebible. Dios mío, era absurdo. Tenía que haber una relación. Ese nombre. ¿En 1972… y ahora? Las señales llegaban de varias partes. Su cerebro intentaba atar los hilos, unificar la información. ¿Cuál podía ser la relación?
Agarró el móvil y marcó el número de Cato Isaksen. Echó a un lado el sobre vacío del vestido. Dio la espalda al escritorio y se sentó a medias sobre él. Sonó una vez, y otra, luego contestó. Notó un dolor que bajaba por su mejilla derecha.
—Sé que sólo hace un cuarto de hora que te marchaste —empezó agobiada mientras bajaba la vista hasta el sobre vacío que había contenido el vestido—. ¿Ya estás en la oficina?
—Sí. ¿Ha pasado algo? ¿Qué ocurre?
Oyó que Cato Isaksen sujetaba unos papeles. Crujían.
—¿Estás con los papeles de Suecia?
—Sí. Acabo de sentarme. ¿Pasa algo?
—Sí —Marian sintió cómo los músculos de su cara se tensaban. Se llevó la mano a la garganta. A la vez, otra cosa pasó por su mente, algo que decía la esquela que había dejado caer en el inodoro. Astrid y Rolf, Ola y Kari. Y la abuela.
—¿Qué?
Tragó saliva rápidamente.
—He vuelto a comprobar los nombres de los vecinos de Buberg en Stovner con las listas de penales —se impulsó para levantarse, se dio la vuelta y se agachó para coger la relación que había impreso. Oía a Cato respirar—. La respuesta no está en Suecia, Cato —bajó la mirada hacia el papel.
—¿Qué quieres decir?
—Ewald Hjertnes, el vecino de Buberg del segundo no está en la lista de penales…
—No, qué… ¿el encargado del camping?
—Sí.
—¿Qué? ¿Qué pasa con él?
—Él no está en la lista, pero su hermano sí, Cato —Marian cerró los ojos y lo vio frente a ella.
—¿Su hermano?
—Sí, su hermano. He hablado con él en Rødvassa.
Cato Isaksen se levantó despacio. El aire vibraba bajo el techo. La ventana sucia estaba cubierta de sol. Observó el árbol que había enfrente, sus ramas se movían despacio arriba y abajo. Muy lejos, oyó la voz de Marian que continuaba.
—Esto de la hija de Wismer que murió. Ya sabes, a los 17…
—Sí, Randi dijo… ¿Y qué?
—La hija de Astrid Wismer no murió de muerte natural. Fue asesinada, Cato. En el camping de Rødvassa. Un tal Lennart Hoen la violó y la mató en 1972. A Hoen le cayeron trece años. Ahora tiene 55. Y no se llama como entonces.
—¿Y cómo se llama ahora y cómo se llamaba antes? ¿Cómo has descubierto todo eso?
—Lennart Hoen ahora se llama Hjertnes. Lennart es el hermano de Ewald Hjertnes, quien vive en el mismo bloque en el que residía Buberg en Stovner. ¿Entiendes? Lennart tiene la caravana aparcada abajo, casi en la playa.
Cato Isaksen sintió cómo la información atravesaba su cerebro y se fijaba en su pecho como una garra helada.
—No, no entiendo…
—En realidad yo tampoco —dijo Marian—, pero el asesinato de Buberg…
—¿Hjertnes? —Cato Isaksen sacudió la cabeza. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por unos golpes en la puerta—. Ahora no —gritó en voz alta.
—Le cayeron trece años, Cato, le condenaron en enero del 74 —siguió Marian alterada—. Ese mismo año Ewald Hoen cambió su nombre y pasó a ser Ewald Hjertnes. Es el nombre de soltera de su madre. Cumplió diez años. Cuando Lennart Hoen salió de prisión en el 84, también cambió de nombre. Es fácil imaginar que el apellido Hoen estaba marcado, después de todo lo que publicó la prensa en relación con el caso Hanne Elisabeth. Supongo que ya no podrían llevar ese nombre.
La puerta de la oficina se abrió de golpe, y apareció Sigrid con su hijo Georg.
—Hola Cato. Pasábamos con el coche y hemos visto que tu ventana estaba abierta, así que pensamos…
Cato Isaksen levantó la mano para hacerla callar. Marian seguía hablando.
—Ewald Hjertnes está ahora en Rødvassa y su hermano también.
Georg echó a correr, rodeó el escritorio y se lanzó sobre su padre. Cato Isaksen esbozó una sonrisa y rodeó a su hijo con el brazo libre.
—Tendremos que ir al camping inmediatamente —dijo.
—Será mejor que citemos a Ewald Hjertnes para un interrogatorio —dijo Marian Dahle—. No salgamos con esto de forma inmediata. Vayamos con cuidado para averiguar si Lennart Hjertnes de verdad está involucrado en el asesinato de Buberg, si estaba en Stovner a la hora relevante y cosas así. Y hay algo más, Cato.
—¿Qué más? —levantó la cabeza y miró a Sigrid.
—No quiero hablar de ello por teléfono. Oigo que tienes visita. Luego iré por allí.