—¡Cato! —medio susurró, medio gritó Marian en el teléfono—. ¿Habías apagado el móvil?
—No. Estoy cortando el césped. No lo oía. Bente vuelve mañana.
—Estoy en el delicatessen, tengo que hablar bajito. Cato, escúchame, el psiquiatra Oluf Carlsson era uno de tres hermanos. Tenía un hermano y una hermana. Adivina cómo se llama su hermana pequeña —Cato Isaksen no tuvo tiempo de contestar antes de que Marian Dahle gritara en su teléfono—: ¡Astrid!, ¿lo entiendes? Astrid Wismer.
Cato Isaksen se esforzaba al máximo para que su cerebro relacionara los datos.
—¿Astrid Wismer? No entiendo muy bien lo que dices.
—Fui a la residencia de ancianos. Revisé su cuarto. Dos fotos de familia idénticas, Cato. Reconocí la foto de Astrid Wismer. Oluf Carlsson tenía la misma foto. Tres hermanos en los años cincuenta. El nombre de soltera de Astrid Wismer ha tenido que ser Carlsson. Voy a salir a la acera, tengo a Birka atada fuera. Espera un momento.
Los coches que había aparcados en la calle estaban brillantes como espejos. Se agachó y dio unas palmadas a Birka. El olor del pelo del animal la envolvió.
—¿No recuerdas lo que dijo Astrid Wismer?
—¿A qué te refieres?
—Lo que dijo de hijos únicos. Toda la familia ha estado siempre llena de hijos únicos, dijo. Mi marido no tenía hermanos. Yo no tenía ni primas ni primos.
—¿Dijo eso exactamente así?
—Sí, lo hizo. Pero no es verdad. No es hija única, tiene dos hermanos. Uno de ellos se llama Oluf Carlsson. ¿Por qué no lo dijo?
—No entiendo cómo puedes recordar lo que la gente ha dicho en un comentario, hasta el último detalle.
Le interrumpió: su nombre incluso figura en la esquela. Oluf y Karin, están los dos.
—¿Sí?
—Sí, pero en ese fax no se ve muy bien. Otra cosa. ¿Por qué Astrid no tiene puesta la foto de la confirmación de su propia hija?
—No lo sé. ¿No la tiene?
—No.
—Por otra parte, su hija fue asesinada…
—No creo que la mataran, Cato. Métete en el coche ahora mismo. Ven a mi casa.