Ahora había que tener cuidado con lo que se decía. Ewald Hjertnes estaba en la estrecha sala de interrogatorios. Sobre la mesa había una foto de su hermano de 1972. Y junto a ella un antiguo titular de prensa. Eran las once y cuarto. ¿Qué sabían? Nadie había nombrado a Lilly Rudeck.
—Tengo que estar de vuelta cuanto antes —dijo levantando la vista hacia el policía moreno—. El camping no funciona solo.
La puerta de la sala de interrogatorios se abrió y entró Cato Isaksen. Saludó brevemente con la cabeza a Ewald Hjertnes y miró a Roger Høibakk.
—Marian y yo nos ocupamos del interrogatorio. No nos dejaron entrar en el hospital de Aker. Tú puedes reunirte con Asle y Tony, ponerlos al día —indicó la puerta con la cabeza—. Marian llegará enseguida.
Cato Isaksen contempló al hombre que tenía delante. Ewald Hjertnes tenía las manos en el regazo, en las mejillas se dibujaba una red de venillas. Parecía cansado. Tenía un profundo arañazo en una mano. Había algo antipático en él, algo indefinible, como si estuviera listo para atacar.
—¿Qué te ha pasado en la mano? —empezó Cato Isaksen.
Marian Dahle entró en la habitación. Llevaba una botella de agua en la mano.
—Hola otra vez.
—Buenas —respondió Ewald Hjertnes.
—Tu mano —repitió Cato de forma tajante.
—Sólo ha sido la hoz. La hierba de detrás del lavadero es tan condenadamente alta. Tuve que darle con la hoz. Son tantas cosas todo el tiempo… Hierba, grava, ratones y gente que exige y exige. Se pasó la mano por la cara.
Cato Isaksen le miraba. Tenía que contenerse para no angustiar demasiado al interrogado.
—Los campings están muy bien —sonrió y adoptó una postura más cómoda sobre la silla—. Por cierto, ¿mantienes el contacto con tu hermano?
—Claro que tengo contacto con mi hermano. Lennart es mi hermano. No sé por qué me preguntáis por él. Pero supongo que es por lo que pasó hace mucho. ¿Por qué habéis dejado aquí este recorte de periódico?
—Tu hermano Lennart Hoen, como se llamaba entonces, fue condenado por violación y asesinato.
—Basándose en indicios, sí, pero no en verdaderas pruebas.
—Cuando hay semen del agresor y sangre de la víctima son pruebas fehacientes. Y huellas dactilares en los botones del vestido, uno de los cuales apareció en su barco.
Ewald Hjertnes adquirió una expresión sombría.
—La policía nunca encontró el cadáver —objetó y se pasó nervioso la lengua por los labios—. Además entonces no había pruebas de ADN, así que fue una suposición.
Cato Isaksen no contestó. Marian Dahle bebió un trago de la botella de agua, apartó una silla y se sentó a su lado.
—Ha cumplido su sentencia. Hace mucho de eso —repitió Ewald Hjertnes bajito—. No podéis mezclar lo que ha pasado ahora con…
—¿Cuándo le viste por última vez?
Ewald Hjertnes suspiró profundamente.
—¿Pero por qué os interesa tanto este asunto ahora, tanto tiempo después? Si la pobre chica lleva muerta casi treinta y cinco años.
—Lo sabemos —dijo Marian—. ¿Pero dónde está ahora? No se encuentra ni en el camping ni en la zapatería.
—Hace unos cuantos días que no le veo. No contesta al móvil. ¿Ha surgido algo nuevo? ¿Habéis encontrado los restos de entonces? Lennart suele darse algunas vueltas con el coche de vez en cuando. No tiene nada de raro.
—No hemos encontrado el cadáver de Hanne Elisabeth Wismer —dijo Cato Isaksen con dureza.
—Jesús —gruñó Hjertnes—. Pero si Lennart no tiene nada que ver con la Buberg esa. Nunca ha confesado el asesinato de la chica Wismer. ¿Y por qué iba a matar a la señora esa del séptimo? Nunca había tenido nada que ver con ella. ¿Cómo iba a haber entrado en su piso? Si dice el periódico que un testigo vio a un hombre salir a la terraza cuando ella estaba allí sentada. Eso es que tenía que ser alguien que la conociera. Esa teoría vuestra es sólo una chorrada, cocinada por policías sobreexcitados.
—No todos los datos del caso aparecen en la prensa —dijo Marian Dahle—. Puede haber conseguido la llave maestra en casa de William Pettersen. Conocía a William Pettersen, ¿verdad?
—Nunca se queda a solas en el piso de William.
—¿Pero ha estado allí?
—No tiene la llave del piso de William.
—Y ¿tiene la llave de tu piso? —Marian Dahle pensaba en el armario para llaves que había visto en una foto del lugar de los hechos.
—Claro que la tiene. Salió en el 84. No deja de hacer una eternidad. Ha llevado la zapatería desde que murió nuestro padre. A Lennart no le destruyó su estancia en prisión. Y ¿sabéis por qué? Porque fue injustamente condenado.
—Un testigo vio a Britt Else Buberg con un hombre de pelo cano. En el banco que hay frente al supermercado, una semana antes de ser asesinada.
Una sombra pasó por el rostro de Ewald Hjertnes. Miró a Cato Isaksen.
—¿Un hombre de pelo cano?
—Sí.
—¿Una semana antes de morir asesinada?
—Sí.
—Bueno, se sentaba allí de vez en cuando con una señora, una anciana.
Cato Isaksen entrecerró los ojos.
—Estaba allí sentada, sí. Junto a un hombre de cabello cano. Alguien que no vivía allí, un desconocido.
Ewald Hjertnes les lanzó a los dos una mirada aviesa.
Marian Dahle tomó la palabra.
—Cuando yo y mi colega estuvimos en Rødvassa dijiste que habías ido a Moss a visitar a tu hermano el día 23, por la tarde.
—Puede ser —Ewald Hjertnes se pasó la mano por la frente y miró fijamente a Marian Dahle.
—Dijiste que no estaba en casa. Lennart no tiene coartada para el 23.
—Pero anda pescando. Seguro que sólo anduvo pescando. Pescamos los dos. ¿Por qué iba a empujar a esa señora? Estuvo en Rødvassa esa noche. Estuve enderezando la caravana de William Pettersen. Vi a mi hermano más tarde. Su coche caravana está al lado.
—¿Cuándo?
—Serían las once.
—¿Estuvo allí también los días anteriores al 23?
—No, creo que no. Trabajó. Lennart está un poco como a la espera —dijo de pronto. No sólo había desafío en su mirada. También una especie de pena.
—A la espera. ¿Qué quieres decir? —Marian puso las palmas de las manos sobre la mesa y se inclinó hacia él.
—Puede parecer escurridizo y superficial. Pero no lo es. Cometió un error. Quiero pensar que no fue culpa suya. Hizo un lío de su vida —Ewald Hjertnes lanzó un profundo suspiro.
—Parece sencillo. Dices que no la mató. ¿Recuerdas a Hanne Elisabeth Wismer?
—No, era mi padre quien llevaba el negocio entonces. La policía encontró razones para creer que Lennart la había violado. Lennart siempre ha dicho que ella… —Ewald Hjertnes se interrumpió—. Violación y asesinato no dejan de ser dos cosas completamente diferentes.