Karin Carlsson había dado a luz a su hijo Tomas en casa, en la calle Söder, 12. Cato Isaksen estaba en el despacho de la esquina, sentado tras el gran escritorio, y hablaba por teléfono con un colega de la policía de Estocolmo. Según el registro civil de Suecia Tomas Carlsson nació el 10 de marzo de 1973. El policía sueco le contó que Carlsson estaba encarcelado cerca de Estocolmo, por robo a mano armada. Le quedaba poco tiempo que cumplir y tenía frecuentes permisos, pero el 23 de julio estaba entre rejas. No cabía duda alguna. Sin embargo, la semana anterior, tuvo un permiso de tres días.

Cato Isaksen dio las gracias al investigador sueco, colgó y llamó a Oluf Carlsson. Sonó y sonó. Miró fijamente la superficie pulida de la mesa, cogió un bolígrafo y lo golpeó lentamente contra la superficie. Echó un vistazo al reloj. ¿Dónde se metía Marian? Una teoría había empezado a tomar forma en su cabeza. ¿Y si fuera Britt Else Buberg quien hubiera dado a luz a ese niño y no Karin Carlsson? ¿Y si Oluf Carlsson fuera el padre, que hubiera dejado embarazada a la paciente psiquiátrica que tenía bajo su tutela? Cato Isaksen sintió frío. Tal vez el psiquiatra la hubiera dejado embarazada cuando aún estaba en la clínica. Tal vez por eso tuvo que sacarla del sistema, hacerla desaparecer y borrar los archivos. Eso sería dinamita, y explicaría también por qué Buberg huyó o fue enviada a Oslo. Cato Isaksen salió de su despacho. Esto tenía que contárselo a alguien. Se apresuró medio corriendo hacia el despacho de Roger Høibakk y miró dentro. No estaba allí. Echó una mirada a Randi. Hablaba por teléfono. Cuando vio su expresión, interrumpió la conversación al momento.

—¿Qué pasa?

—Creo que he descubierto algo muy importante.

De pronto, contestaron al otro lado. Era una voz de mujer. Cato Isaksen se presentó y empezó a explicarse. La mujer le interrumpió.

—Eres el que estuvo por aquí, ¿verdad?

—Cierto. ¿Puedo hablar con…?

—Sí, un momento —contestó amablemente.

La voz de Oluf Carlsson sonaba oscura en el teléfono.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó irritado.

Cato Isaksen fijó la mirada sobre una mancha de la pared y se esforzó en hablar con serenidad. Le enfrentó con la información que había obtenido. Por un momento se mantuvo el silencio.

—¿Y qué tiene eso que ver con el caso? —preguntó Oluf Carlsson molesto—. Si mi esposa dio a luz a nuestro hijo en casa, ¿qué importancia tiene? ¿Se puede saber a qué juegan? ¿Debo ponerme en contacto con mi abogado?

—¿Fue un parto en casa planificado? —preguntó Cato Isaksen con calma.

—No —respondió tajante—. Las contracciones simplemente se presentaron. Todo fue muy rápido.

—Yo creía que esos partos rápidos solían tenerlos mujeres jóvenes —dijo Cato Isaksen y el bolígrafo cayó al suelo. Rodó bajo el escritorio.

Oluf Carlsson estaba claramente enfadado al otro lado de la línea.

—¿Eres médico?

—¿A qué hospital llevaron a tu mujer tras el parto? ¿Fue a Västerborre?

—En realidad se quedó en casa. Un médico y una matrona la atendieron allí. No sé si recuerdas que te conté que Västerborre era un verdadero desastre. Falta de personal y caos.

—¿Eso no era en el departamento de psiquiatría?

—Desgraciadamente era así en todo el hospital —dijo fríamente Oluf Carlsson. Y ahora debo colgar.

Ellen Grue notó cómo el bebé de pronto se movía en su tripa, con un salto de pez. Como si alguien la pintara por dentro con un pincel suave. Siguió el movimiento con la mano.

—¿Qué es lo que tiene tanta gracia? —Randi Johansen dio un sorbo a su taza de café.

—Se ha movido.

—¿Quién?

—Él o ella —sonreía cuando el resto de los investigadores entraron en la sala.

Cato Isaksen se sentó deprisa.

—Sentaos —ordenó—. Empecemos ya.

Roger Høibakk se dejó caer al lado de Ellen.

—El bebé nada —sonrió ella.

—Claro, como que yo soy su padre.

Cato Isaksen sacó una silla para Asle Tengs.

—¿Dónde está Tony?

—Viene de camino —dijo Randi quitándose los zapatos debajo de la mesa.

—Como sabéis, hay movimiento —empezó Cato Isaksen. Leyó las anotaciones que tenía en un papel frente a él—. Randi, tú comprueba adónde fue a sus revisiones Karin Carlsson cuando supuestamente estaba embarazada. Es importante. Creo que empiezo a intuir el contorno de algo. Buberg y Carlsson. Ahí hay mucho. Mi teoría es que el psiquiatra la dejó embarazada y que lo ocultó fingiendo que era su mujer quien daba a luz.

Tony Hansen entró en la sala.

—Pero ¿por qué no se ocupó de que abortara? —apartó una silla de la mesa y se sentó.

Cato Isaksen miró a sus colegas.

—Creo que Karin Carlsson no podía tener hijos. Fingieron que era suyo.

—Me pondré en marcha en cuanto terminemos la reunión —dijo Randi—. Intentaré averiguar lo de los controles de su embarazo. Pero hace treinta y cinco años. Por cierto, ¿alguien ha tenido noticias de Marian?

—Parece que Marian ha estado vomitando toda la noche —dijo Roger.

—Entonces, será mejor que se quede en casa. No tenemos tiempo para contagiarnos de algo así ahora —comentó Tony Hansen.

—Recogió a la perra y se volvió a marchar hacia la una y media —dijo Roger Høibakk—. En taxi, lo vi por la ventana.

—¿Por qué en taxi? —Cato Isaksen abrió una botella de agua—. Ha apagado el móvil —dijo molesto y pegó un trago.

—Tenía resaca, era fácil verlo. ¿La emborrachaste en Suecia, o qué?

Cato Isaksen se aclaró la voz.

—¿Os acordáis de la joya que Buberg llevaba puesta cuando la empujaron?

—No, ¿qué joya? —Randi Johansen se inclinó sobre la mesa.

—La verde. Ellen, tú la fotografiaste, junto con sus ropas.

—¿Sí? —Ellen rebuscó en una carpeta y sacó una foto del chándal de chenilla, la ropa interior y la joya que la fallecida llevaba puesta. Lo empujó sobre la mesa junto con la descripción. Cato Isaksen la cogió. La fallecida llevaba un chándal de chenilla color rojo burdeos compuesto de parte superior y pantalón pirata (talla 38). Joya: con piedra de cristal verde. Reloj: marca Swatch (correa marrón). Anillo de diamante: quilates desconocidos. Ropa interior blanca. Se anota: sandalias abiertas, con tiras de piel marrón, reconocidas en la terraza.

—Astrid Wismer tiene unos pendientes con piedras verdes idénticas a las de esta joya. Los llevaba puestos cuando Marian y yo la llevamos para que la identificara. Creo que es un juego de joyas, y que es bastante antiguo.

—¿Y qué? —Roger suspiró y apartó la silla de la mesa de golpe.

Cato Isaksen le miró un instante un poco demasiado largo antes de mover su mirada hacia Ellen Grue.

—¿Qué ha pasado con el color del cabello? No creo que sea muy importante el color del cabello, pero es algo…

—Britt Else Buberg tenía el pelo castaño natural —dijo Ellen Grue—, había empezado a encanecer ligeramente. Le daba un baño de brillo algo más oscuro.

Cato Isaksen anotaba en su papel.

—¿Así que era morena?

—Bastante.

—No es que sea muy interesante —dijo Asle Tengs.

Randi Johansen le miró.

—No necesariamente. Pero he descubierto que antes de que Buberg se mudara a Stovner tenía una dirección ficticia. Un apartado de correos en Tåsensenteret.

Cato Isaksen la miró fijamente.

—¿En Tåsensenteret?

—Sí. Sencillamente había alquilado allí un apartado de correos, pero no le correspondía ninguna dirección. Y Tåsensenteret no está lejos de la calle Nordberg.

—Astrid Wismer tuvo una hija que murió, pero había nacido en 1956, Buberg en 1951 —dijo Cato Isaksen—. Wismer debe de haber tenido una relación especial con Buberg. Hay algo que no nos cuenta. Tenemos que llamar al hospital de Aker.

—Astrid Wismer todavía tiene prohibidas las visitas —dijo Randi Johansen.

Ellen Grue se apartó unos cabellos de la mejilla.

—En todo caso Buberg tenía el pelo castaño.

—Pero, Ellen —dijo Cato Isaksen—, ¿no has pensado que puede haber sido al contrario?

—¿Lo contrario?

—Que la inquilina de Wismer en Nordberg en realidad era morena, pero se teñía de rubio. No deja de ser una posibilidad. ¿Pero qué demonios tiene que ver con el caso?

Cato Isaksen sacudió la cabeza desesperado.

—Nunca antes había tenido un caso en el que una persona prácticamente no existe. No conseguimos averiguar nada, salvo del tiempo anterior a su llegada a Noruega. Hay algo improbable en todo esto. Estamos acostumbrados a hacer un mapa de la vida de la gente.

—Solemos tardar poco en identificar la vida de una persona —dijo Ellen Grue—. Mi cometido es recoger huellas dactilares, cabellos, indicios del escenario del crimen. La interpretación y el seguimiento de las vidas es cosa vuestra.

—Mañana entregaré un informe actualizado —dijo Cato Isaksen irritado—. Estoy trabajando en esto de Suecia, pero Marian copió los documentos de todos los organismos públicos. ¿Dónde coño se mete?

—¿Quieres que vaya a buscarlos, jefe? —Roger Høibakk le miraba.

Cato Isaksen miró la hora. Eran las dos y cinco.

—Lo haré yo mismo —dijo levantándose—. También pasaré por la calle Nordberg, donde vivía Astrid Wismer. Sólo para hacerme una imagen de todo —miró a Randi—. Infórmame cuando sepas algo más de esos controles del embarazo.

Irmelin Quist vivía en Grefsen. Había dejado las dalias que iba a regalarle en dos cajas detrás del garaje. Iba al trabajo en bicicleta y no se las podía llevar. Pasaría un momento para buscar las cajas ahora. A la vuelta podía acercarse a casa de Marian. Algo le hacía intuir que estaba haciendo alguna componenda. Irmelin había nombrado varios archivos en una frase, pero luego pasó a hablar de las dalias.