—Es Hanne Elisabeth Wismer —dijo Marian apoderándose de la otra foto. Reconocía el vestido. Verlo hizo que el sonrojo invadiera sus mejillas. Era la misma prenda que había pasado con cuidado sobre su cabeza frente al viejo espejo. La foto era anterior al desgarro y la sangre. De pronto, sintió la necesidad de vomitar. Su propia identidad se diluía y flotaba. Las flores eran rojas con un núcleo verde y amarillo. Ella se acababa y el vestido ocupaba su lugar—. Reconozco la media melena castaña —dijo con llanto en la voz—. Aunque lo lleve recogido en una coleta en la foto que hay en el archivo, la reconozco —repitió y supo lo que sucedería, que los sentimientos la invadirían—. Y ésta —dijo cogiendo la otra foto de la mano de Cato Isaksen—, ésta es Lilly Aniela Rudeck. Estoy completamente segura. Se la enseñaremos a Julie y a Shira. Lleva un vestido de estampado floreado. El mismo que vestía la primera vez que Randi y yo estuvimos en Rødvassa.

Cato Isaksen la miraba.

—¿Qué pasa? ¿Te encuentras mal?

—No —dijo, y cerró los ojos un par de segundos. Algo rozó sus pensamientos. De forma tangencial, otra imagen, en blanco y negro. Tres personas.

—Tal vez le haya hecho varias fotos —dijo Cato Isaksen—. Alguna de frente que podamos utilizar en la orden de búsqueda. Luego llamaré a los técnicos. Tendrán que precintar esto y dar un repaso a fondo al piso.

Marian dejó la foto sobre la mesa baja de centro. Cambió de sitio un cenicero sucio y levantó una figurita de porcelana que representaba la figura de una mujer esbelta. Se partió en dos. Se quedó con una mitad en cada mano. Cato Isaksen dio por terminada la conversación telefónica. Ella tiró los restos de porcelana sobre el sofá y se tapó el rostro con las manos. Su mente estaba en carne viva, sentía cada pensamiento como un roce doloroso. Cato Isaksen estaba junto a ella:

—Relájate. No lo hiciste a propósito. Está permitido cometer errores. No pasa nada.

Puso sus brazos en torno a ella y la atrajo hacia él. Ella sintió el olor de su cuerpo, dejó su mejilla descansar un instante contra su hombro antes de zafarse.

—Sólo estoy hambrienta —dijo precipitadamente y se secó los ojos. Tragaba y tragaba.

—Marian.

—Cállate, Cato. No has oído decir que en la guerra la mayor habilidad consiste en someter al enemigo sin pelear. Ésa es mi estrategia. Toma nota: cuanto más débil parezco más peligrosa soy. Ahora volvamos al punto de partida: rompí una figurita de porcelana y estoy muerta de hambre. ¿Vale?

Cato Isaksen la miraba fijamente.

—Vale —dijo lentamente—. Ahora pasa de la cosa esa de porcelana. Tómatelo con calma.

—Lo hago Cato. Paso de la mierda esa —se dio la vuelta para apartarse de él.

—Te enseñaré a abrir puertas con una ganzúa.

—Vale —dio unos pasos por la habitación hacia una cómoda y se inclinó sobre ella. Cogió una pequeña polvera y la miró forzadamente.

Cato Isaksen suspiró y se acercó a abrir la que debía de ser la puerta del dormitorio. Echó un rápido vistazo, vio una cama y una silla de madera. Entró en el cuarto. Sobre la cama colgaba la foto de una mujer que bajaba por una calle. Era en blanco y negro. El cabello le llegaba por los hombros, llevaba un vestido de verano de flores, zapatos de tacón y una maleta en la mano.

Descolgó la foto de la pared.

—Demonios, Marian, mira esto —volvió al salón y dio la vuelta a la foto. Leyó—: «Madre Agnes Hjertnes Hoen se va. Nos deja. Es domingo» —la letra era infantil—. Ésta es la madre de Lennart Hjertnes, Marian. La madre de Lennart y Ewald.

Marian bajó la mirada hacia la foto. Se llevó la mano a la garganta.

—Los abandonó. La madre lleva una maleta. Las otras dos chicas se parecen a ella —una certeza presionaba contra su frente—. A Lennart Hjertnes de alguna manera le ponen las chicas de pelo castaño con vestidos de verano.

—Parece que se ha contenido durante años —dijo Cato Isaksen. Ella notó que hablaba con voz normal, como si no hubiera sucedido nada.

—Hasta que apareció Lilly Rudeck —completó Marian Dahle—. Ha debido de reavivar en él un viejo recuerdo. El dolor se ha hecho demasiado intenso —volvió a girar la foto y contempló la espalda de la mujer—. Agnes Hoen se parece tanto a Hanne Elisabeth Wismer como a Lilly Rudeck.

—Qué lista, qué increíblemente lista —Cato Isaksen se echó a reír.

—No hay ninguna razón para reírse, Cato.

—Y no me río. Este caso es uno de los más complicados… Hemos hablado de fichas de dominó antes, en otros casos. Pero éste…

Marian le dio la espalda. Echó una mirada al árbol que había frente a la ventana. Pronto sería otoño. Un sentimiento desagradable se hizo fuerte en ella. Las estrellas serían blancas en el cielo. Las hojas se marchitarían, y el aire de la noche volvería a ser frío y cortante.