Lilly Rudeck abrió los ojos. Llamaban con delicadeza a la puerta. Casi inaudible, unos leves crujidos. Al principio, el sonido la atravesó como un témpano de hielo. La sombra del árbol se agitaba tras las cortinas semitransparentes. Echó un vistazo al respiradero. No vio ninguna sombra, nada. Estaba casi desnuda, sólo llevaba la pequeña braguita blanca y el sujetador azul claro. Llamaron otra vez cuidadosamente a la puerta. Se incorporó rápidamente, sintió la sangre latir en su garganta. La intuición venía de su estómago. Lo sabía.
—¿Morris? —dijo con cuidado—. ¿Soma? —susurró.
Puso los pies sobre el suelo. Se acercó a la silla y se echó encima el vestido de verano floreado. Cuando salió del agua… se había secado bruscamente con una toalla que terminó por anudar a la altura de su pecho.
Cuando caminaba hacia el camping, él la siguió con la mirada. Ella no tenía intención de darse la vuelta, pero lo hizo de todas formas al cabo de diez pasos. Apartó su melena y se giró. Él era tan bueno, tenía tan buen corazón, era tan decente…
Volvieron a llamar. Anduvo arrastrando los pies hasta la puerta, puso el oído sobre el marco.
—Soma —susurró.
Tenía llave. La puerta se abrió con un estallido. Gritó. La hora había llegado. Intentó cogerla con los dos brazos, la agarró por las muñecas. Susurró que estuviera callada. La atrajo hacia él. Sintió el dolor en la columna vertebral. La verdad abrió camino al auténtico dolor. Recordó de pronto la habitación de cuando era pequeña, la que compartía con su madre y con su hermano. La habitación se deshizo y parecía agua. Ahora, lo único que le quedaba era ella misma. Iba a morir.
Sus movimientos eran rápidos como el rayo. Se había equivocado. Un cambio se hacía fuerte en su conciencia. Su visión estaba obstruida por la angustia, puntos rojos bailaban frente a sus ojos. La golpeó con sus puños. La arrastró hacia la cama. La ventana estaba cerrada. En todo caso era demasiado estrecha.
Empezó a hablar. No como antes, de otra manera. Sus palabras caían sobre ella como agua fría.
Lilly Rudeck sacó fuerzas de la oscuridad de su interior. Le dio una patada y salió corriendo hacia la puerta. La atrapó de nuevo. La atrajo hacia sí. Las paredes se acercaban a ella.
Ella golpeó con todas sus fuerzas, una y otra vez. Acertó. Le dio. La soltó. Se lanzó hacia la puerta y salió. Cayó sobre la entrada y resbaló hacia abajo. Se puso de pie. Pisó una piedra afilada. Notó un dolor agudo en la planta del pie, apoyó las manos contra la pared de madera, dio la vuelta a la esquina. Siguió corriendo. La sombra tras el respiradero de pronto tenía nombre, ahora sabía quién era él.