Marian Dahle entró apresurada en el despacho de Cato Isaksen. Metió la camiseta azul por la cintura del vaquero y apartó unos cabellos de su mejilla.

—He venido en cuanto he podido. Tenía el móvil apagado. Molesta a los perros.

Cato Isaksen tenía el gesto adusto.

—¿Has ido hasta Fredrikstad?

—Sí, no podía saber que iba a pasar algo —sintió que tenía problemas para controlar sus emociones. De repente, las lágrimas desbordaron sus ojos. Era la manera en que le hablaba. Se dio la vuelta. Miró fijamente por la ventana. El anochecer tenía un color indiferente, como el agua.

—¿Un cursillo para perros policía? No me hagas reír, un bóxer…

Marian Dahle fingió un estornudo y se secó las lágrimas. Se volvió hacia él de nuevo y cambió su peso de una pierna a la otra.

—Por diversión, sólo quería probar… está claro que ella no va a ser un perro policía. ¿Estás tonto? Ningún bóxer es perro poli…

—Marian…

Le interrumpió irritada.

—Estoy informada del caso. He estado hablando por el móvil prácticamente todo el camino de vuelta —vio el reflejo de su cara en el cristal de la ventana. Estaba blanca como un huevo.

—Espero que tengas manos libres, en ese caso —dijo Cato secamente.

—Tengo —le miró—. Roger, Tony y Asle están interrogando a los vecinos de los tres bloques en Stovner. Randi acaba de empezar a tomar declaración a la testigo con un policía recién licenciado. Están en la sala de interrogatorios. Aquí tengo una nota con gente que está de viaje y que vive en el mismo portal que la fallecida. Randi me ha dado los nombres. Están sin localizar William Pettersen, Agnes y Roar Lunde, Ewald Hjertnes, y el matrimonio Sally Wahlstrøm y Alf Toregg y…

La interrumpió.

—Ya sé todo eso, Marian. Ahora lo más importante es localizar al portero. Puedes coger este vaso. Busca una bolsa de plástico para meterlo y dáselo a Ellen. Debe identificar las huellas dactilares de una anciana de la residencia de mayores, sólo para comprobarlas en el apartamento de Buberg.

Sonó su móvil. Contestó volviéndose hacia la ventana. Los árboles del exterior se teñían de gris en la oscuridad. Era Ellen Grue. La voz sonaba nítida en su oído.

—Estoy camino del Anatómico Forense. ¿Quién puede identificar a la fallecida? Es que tenemos que estar seguros de que es Britt Else Buberg. Alguien tiene que venir a identificarla mañana.

Cato Isaksen vio el reflejo de Marian Dahle en la ventana gris.

—Sí, lo arreglaremos. Oye, Ellen…

—Tiene que tener familia, ¿no?

Cato Isaksen recogió un papel que se había caído al suelo.

—Todavía no hemos podido averiguarlo —miró a Marian Dahle—. Ocúpate de ese vaso con huellas dactilares —le dijo haciendo una señal para que saliera de su despacho.

—Buscaré una bolsa —dijo contrariada y salió por la puerta.