Era un grueso archivador que había caído al suelo.
—Lo siento —dijo la mujer en un sueco cantarín, se agachó y volvió a cogerlo. Un par de folios salieron volando. Cato Isaksen se levantó deprisa. Marian recogió las hojas. Aún llevaba en el pecho el dolor del estallido contra el suelo del archivador que la mujer había dejado caer. Le alcanzó los papeles.
La mujer dio las gracias y las puso de nuevo en la carpeta. Llevaba un traje de lino beige, los saludó amablemente a los dos y fue directa al asunto.
—Britt Else Buberg nunca vivió aquí —dijo—. ¿Nos sentamos? —indicó con la cabeza el sofá de dos plazas y una silla. Se sentaron. La mujer en la silla. Marian y Cato en el sofá—. Tiene que tratarse de un malentendido. El caso es que no tenemos ninguna información sobre esa paciente. Nunca ha vivido en Sahlgjärda.
—¡Vaya! —Marian Dahle miró a Cato Isaksen.
—Este lugar se empezó a utilizar en la primavera de 1973 —la mujer se puso de pie y abrió una de las altas ventanas—. Es correcto que algunos de los pacientes vinieron del hospital —continuó—. También es correcto que Britt Else Buberg tenía que haber venido, pero entonces ocurrió algo que hizo que no viniera.
—¿Qué ocurrió? —Marian Dahle sintió cómo su pulso se aceleraba.
—Debéis poneros en contacto con el hospital de Västerborre —continuó—. Puede que sepan algo más.
—Pero el hospital no quiere darnos más información —dijo Cato Isaksen.
—Dijeron que no tenían información alguna —corrigió Marian Dahle—. Recibimos un fax de la policía sueca, diciendo que debíamos ponernos en contacto con vosotros o con no se qué organismo público. Qué extraño que esto sea tan caótico. Tiene que haber alguna información sobre ella —de pronto, se fijó en el cuadro de la pared. Un hombre y una mujer se abrazaban, enredados como dos serpientes. Tuvo esa rara sensación en la base de la espalda.
La mujer del pelo blanco la miró.
—Pero si hablé contigo por teléfono el otro día. Eras tú, ¿no?
—Sí. O mi colega. Puede haber sido Randi Johansen.
—Sí, ahora que lo dices, creo que ése era su nombre. Por lo que sé, os han enviado su historia del hospital, ¿no es así?
—No, no exactamente la historia —dijo Marian deprisa—. Sólo una breve descripción de unas pocas líneas de una especie de enfermedad de la sangre.
Cato Isaksen tomó la palabra.
—Había cosas que nos extrañaron. La describían como muy enferma y con un grado de inadaptación tan acusado que tenemos que investigarlo más en profundidad. Y tenía un padre adoptivo.
—Se trata de un asesinato.
—Un asesinato —la mujer repitió sin emitir ningún sonido lo que Marian Dahle había dicho—. Pero en ese caso yo no soy la persona apropiada —apretó la carpeta contra su estómago con las dos manos.
Cato Isaksen cambió el cruce de sus piernas.
—¿Dices que Britt Else Buberg residió en el hospital de Västerborre hasta enero de 1973?
—Sí, entonces fue clausurado y todos los pacientes dados de alta con causa común.
—Ya. Y eso, ¿qué quiere decir?
—Era temporal, de forma provisional. Hasta que abriera Sahlgjärda. Sólo iba a clausurarse ese departamento del hospital.
—¿Por qué?
—Västerborre no tenía suficiente nivel. Hubo un montón de artículos en la prensa sobre fallos en las rutinas, fallos en el cuidado de los pacientes y programas de rehabilitación insuficientes. Finalmente, fueron los políticos quienes cerraron la planta, casi de un día para otro.
—¿Así que se trataba de un departamento de psiquiatría? —Marian enderezó su reloj.
—Sí. En realidad, una sección cerrada para casos de urgencia.
—¿Y qué hicieron con los pacientes mientras tanto?
—Los que pudieron marcharon a sus casas y fueron atendidos por sus familias. Se dijo que serían sólo dos o tres semanas, pero desgraciadamente se transformaron en tres meses.
—¿Y los otros? ¿Los que estaban demasiado enfermos para irse a casa?
—La verdad es que no lo sé. Ha pasado mucho tiempo, no está documentado con detalle. La mujer hizo señal de que abandonaran la habitación. Volvieron a salir al pasillo.
Cato Isaksen continuó:
—Pero tienes que poder averiguar en los papeles que tienes si vino aquí, si Britt Else Buberg vino tras esos tres meses.
—Pero si ya les he dicho que no vino. Nunca llegó aquí.
—Pero si a mí me informaron de que Britt Else Buberg estuvo allí varios años, en esa sección del hospital —dijo Marian—. No puede ser cierto. ¿En una sección cerrada?
—Veo aquí en la documentación que no volvió —repitió la mujer abriendo el archivador. Se encogió de hombros—. Nunca vino aquí. Tenía un tutor, un tal Oluf Carlsson. Era psiquiatra del departamento en el hospital de Västerborre.
—Su padrastro, Oluf Carlsson. ¿Era su médico? —Marian sintió que el corazón empezaba a latir bajo sus costillas.
—Si se lo dije a la policía que nos llamó. Le proporcioné el nombre.
—Bueno. Habrá sido un malentendido entre Randi y yo —dijo Marian Dahle mirando a Cato Isaksen—. Me informaron de que Oluf Carlsson era el padrastro de Britt Else Buberg, pero no de que también fuera su médico…
—Cuando clausuraron ese departamento en Västerborre, fue nombrado Jefe de Psiquiatría aquí. Pero eso fue mucho antes de mi llegada. Se jubiló hace varios años —la mujer miraba a uno y a otro.
—¿Era su tutor, o su padrastro? —Marian dio la vuelta a su reloj una vez más.
—Creo que su tutor, pero no había sido incapacitada.
—¿Qué quiere decir eso? —Cato Isaksen se quitó las gafas de la cabeza y las dobló en su mano.
—Pues supongo que hasta cierto punto se valía por sí misma.
Marian Dahle se giró hacia Cato Isaksen.
—Hablé con Oluf Carlsson con motivo del entierro. No dijo nada de que también fuera su médico.
—Hoy tiene que tener más de 80 años —dijo la mujer—. Para ser exactos, 82. No es seguro que tenga todas sus facultades intactas.