Apareció una mujer de pelo castaño en la cafetería. A unos metros de la mesa. Estaba en la cincuentena, vestía deportivamente con pantalones y un anorak blanco, como si estuviera lista para dar un paseo. El gesto de Oluf Carlsson se iluminó por unos instantes, antes de reemplazarlo por otro de preocupación. Se excusó, se levantó con prisa y fue hacia la mujer, puso la mano sobre su brazo y la llevó hacia la puerta. Ella se dio la vuelta, miró por encima de su hombro hacia los investigadores, saludó con la cabeza a Oluf Carlsson y volvió a salir. Cato Isaksen echó una rápida mirada a Marian Dahle.

—¿Qué opinas?

—No lo sé, tenemos que comprobar en qué hospital nació Tomas Carlsson. Puede que el retrato que hace de Britt Else sea real. Al fin y al cabo los vecinos han dicho lo mismo, que era callada y retraída. De ánimo un poco oscuro. Son temas muy delicados, Cato. Imagínate la suerte que tuvo que ser para ella encontrar una madre, para luego perderla, por un bebé. Tal vez no estaba del todo sana y eligió marcharse muy lejos. Así seguía estando sola. Y tal vez…

—¿Tal vez qué? Habla rápido, Oluf Carlsson viene de vuelta.

—Tal vez la soledad se convirtió en algo seguro para ella, algo en lo que reconocerse. Siguió siendo una mujer solitaria que limpiaba y fregaba. Luego Astrid Wismer se hizo su amiga. Probablemente ocupó el lugar que Karin Carlsson… Voy a ocuparme de una cosa —Marian Dahle se puso de pie con prisa.

Cato Isaksen la miró marchar desconcertado. Oluf Carlsson volvió a tomar asiento.

—Lamento la interrupción. Sólo era una amiga mía. Solemos dar paseos juntos.

No se veía a la mujer de pelo castaño por ninguna parte. Marian lanzó una mirada hacia el piso de Oluf Carlsson. La limpiadora del delantal amarillo maniobraba una aspiradora y un carro con cubos por el sendero. La fregona se cayó de la pared contra la que estaba apoyada. La mujer estaba a punto de echar la llave. Marian Dahle cruzó el patio a toda prisa, subió un par de escalones y siguió por el pasillo. Se agachó rápidamente y recogió la fregona.

—Estoy de visita con Oluf Carlsson —sonrió a la limpiadora—, estamos en la cafetería. Sólo voy a buscarle las gafas, los ojos de cristal —explicó señalándose los ojos.

La mujer la miró. Tenía ojeras y apretaba la bayeta entre los dedos.

—Es que tenemos que llegar a una oficina del Ayuntamiento antes de que cierren, ¿sabes? —dijo Marian agitada—, le estoy ayudando con un asunto. Ahora en verano está todo muy tranquilo y puede ser buena idea que…

—Ah, sí, vale, pero… ¿eres abogada? —la limpiadora echó el trapo en el cubo y cogió la fregona que Marian le alcanzaba.

—Sí, soy una especie de abogado —Marian Dahle se paró frente a la puerta abierta que daba al piso de Oluf Carlsson.

—Vale. Acabo de terminar de limpiarlo. ¿Tienes llave para cerrar cuando salgas?

—La llevo en el bolsillo —Marian Dahle se dio un golpecito en el muslo—. Huele divinamente a limpio —añadió.

—Gracias, voy a mover la aspiradora.

—Gracias —dijo Marian Dahle, sonrió, entró en el pequeño recibidor y cerró la puerta tras ella. Se quedó escuchando con el corazón acelerado. ¿Y si la mujer de pelo castaño estaba en el apartamento?—. ¡Hola! —saludó. No contestó nadie, el silencio era atronador.

Echó un vistazo a la cocina amarilla, entró en el pequeño y bien cuidado salón, y dio una vuelta a la pulida mesa de comedor. Un sofá estilo rococó con cuatro sillas a juego tapizadas de terciopelo rosa se alineaban junto a la pared. No tenía ni idea de qué buscar, era más bien una vuelta de reconocimiento. La habitación era bonita y elegante, a pesar de que sobraban muebles. El suelo crujió. Se notaba mucho que Carlsson provenía de una casa muy grande. Pensó en el número 12 de la calle Söder.

Encima de una mesita situada junto a una butaca había un montón de libros sobre héroes nacionales y barcos de guerra. Una lámpara de lectura se doblaba desde el borde de la mesa sobre el sillón de descanso de piel negra. Las llaves del coche Fiat estaban en un pequeño platillo encima de la mesa ovalada del salón, brillaban bajo sus ojos.