Un suave olor a champú, gomina y jabón salía de las duchas. Las paredes de madera habían acumulado el calor del sol todo el día. La habitación era pequeña y cerrada y casi no quedaba oxígeno. La ausencia del sonido peligroso descansaba en el silencio. Caminaba arriba y abajo en la oscuridad. El oído, el ojo, la nariz y el pómulo en el respiradero, ¿serían imaginaciones suyas?

Lilly Rudeck se agachó y miró por el ojo de la cerradura. Llevaba puesto el gastado camisón. Había tres puertas en el pequeño distribuidor. Una daba a su habitación, otra a las duchas. Los aseos estaban en un edificio separado, más cerca del puesto de recepción. Pero y la tercera puerta…, ¿adónde llevaba?

Oyó un ruido, pero no podía ver a nadie en el respiradero del techo. ¿Se estaría alguien duchando en medio de la noche? Tenía que haber una habitación minúscula detrás de su cuarto. Tal vez pudiera abrir la cerradura de la tercera puerta. Descubrir quién se escondía allí, quién era él.

¿Sería Ewald Hjertnes o el hombre de la moto? ¿O el de la autocaravana? ¿O el de la barba, el que llevaba una cruz colgada del cuello y tocaba la guitarra a la entrada de su tienda?

La luz del exterior ya no dejaba ver cada hilo de la basta tela de las cortinas. En el árbol de enfrente los pájaros estaban callados. No se atrevía a dormir con la ventana abierta. No se atrevía a dormir de ninguna manera. Apartó las cortinas con un brusco tirón, abrió un poco la ventana, sintió el olor a tierra y hierba, dejó por un breve instante que el aire entrara por la rendija. Luego la cerró y se acurrucó en la cama. Oyó que alguien pasaba por delante y volvió a levantarse. Miró por una pequeña rendija de la cortina. Vio pasar al hombre de color que trabajaba en la gasolinera. ¿Qué hacía él aquí? Dio un trago al vaso de agua que estaba en la mesilla junto a un jarrón con flores marchitas. Tenía una grieta. Un hedor maloliente emanaba del agua con los tallos podridos.

Se tumbó boca abajo sobre el edredón, juntó sus manos y puso la cabeza entre los brazos. La angustia la atenazó otra vez. Ya no estaba a gusto en este trabajo. Las cosas habían cambiado. Los campos de fresas habían sido mucho mejor que esto, a pesar de todo, aunque tuviera que compartir la habitación con otras tres chicas.

¿Y si sólo fuera una sombra tras la rejilla o algo que estuviera allí? A lo mejor la rejilla se movía arriba y abajo con el aire, y era el sistema de ventilación el que hacía que pareciera una cara.

Se puso boca arriba y se metió rápidamente bajo el edredón. Oía su propia respiración, escuchaba. Se retorció en la cama, se enredó en las sábanas. Notaba el escozor del sudor en sus axilas. Apretó la cara contra la almohada. Se durmió. Y soñó.

Junto a su cama había un hombre que se inclinaba hacia ella. Sabía quién era. Le había visto sin verle. La visión del hombre en la linde del bosque, cuando cerraba su chaqueta y se marchaba en dirección contraria, hizo que su corazón se parara un instante. El sueño era un prólogo. ¿Por qué se daba la vuelta cuando se encontraba con ella en el sendero? Levantó la vista hacia el cielo. Iba a llover. Pensó en la historia que Julie y Shira le habían contado, la de la chica joven a la que habían asesinado. Lilly Rudeck se oyó morir a sí misma.