El cadáver fue trasladado a una camilla e introducido en un coche fúnebre. Eran más de las diez y media. El rocío de la noche había humedecido la hierba. Ellen Grue se acercó a Cato Isaksen mientras se secaba las manos con una toallita antibacteriana.
—Te haré llegar un informe en algún momento antes de la media noche —afirmó mientras se quitaba el mono azul de un solo uso. Quitó el papel a una chocolatina y se la metió en la boca—. Te llamaré desde el Anatómico Forense —repitió arrugando el envoltorio transparente.
—Sí, vale. Voy a ver si puedo hablar con una anciana. Sé que es tarde, pero es importante. Veré si está despierta.
Ellen Grue le rozó apenas con la mano. Enrolló el mono y lo sostuvo contra su cuerpo.
—Me dicen que a los mayores los acuestan prontísimo. Y son las diez y media pasadas —esbozó una sonrisa—, hablamos —dijo quitando unos restos de chocolatina de la manga.
Cato Isaksen se quedó mirándola arrancar el coche civil y conducir despacio detrás del coche fúnebre que salía de la urbanización.
Cato Isaksen se volvió hacia un periodista pesado.
—Tranquilízate. No sabemos nada. La mujer probablemente se ha quitado la vida —mintió—, pero además ya es tan tarde que en ningún caso os entraría en la edición de mañana.
—¿Pero a qué se debe este despliegue de policías? —el periodista no tenía intención de retirarse.
—Pura rutina —Cato Isaksen esbozó una sonrisa y le dio la espalda. El periodista se quedó parado un momento antes de retirarse hacia el grupo de curiosos.
La residencia de ancianos estaba en el segundo piso, sobre el supermercado. La pintura de la escalera estaba descascarillada. Dos cochecitos de niño y un andador se alineaban sobre el suelo de piedra arenoso. Alguien había lanzado el viejo felpudo hacia el interior. Cato Isaksen entró en el ascensor y pulsó el botón con el gastado número dos y al lado el cartel de «Residencia de ancianos». No soportaba las instituciones.
Salió a lo que parecía un recibidor vacío. Del suelo de linóleo gris emanaba un olor nauseabundo a cera y desinfectante. Dos puertas llevaban al interior. «Centro de día», decía una; «Internos», la otra. Abrió ésta y entró en un pasillo con ventanas que daban a un cuarto de estar vacío, a un lado, y puertas, al otro. El aire era pesado y olía a cerrado. Las paredes estaban pintadas de blanco.
Una auxiliar bajita de corto cabello rubio apareció por una puerta. Saltaban reflejos de la placa metálica que llevaba atornillada en la parte inferior para permitir el paso de sillas de ruedas. Le miró interrogante y preguntó si podía ayudarle en algo.
—Busco a uno de sus residentes. Sé que es tarde, pero es importante. No conozco su apellido, sólo sé que se llama Astrid —explicó Cato Isaksen con la mirada fija sobre una mancha gris en la pared blanca.
—¿Quieres decir Astrid Wismer de la habitación seis? —la mujer le miró interrogante antes de continuar—, está muy bien que reciba visitas, pero es tardísimo. Yo creo que probablemente ya esté durmiendo.
—Soy policía —Cato Isaksen le mostró su identificación—, lamentablemente debo hablar con esa mujer esta misma noche. Si está durmiendo, debo pedirte que la despiertes.
—¿De qué se trata? Ah, tiene algo que ver con… ¿Alguien se ha caído de un balcón, verdad? Hemos visto la ambulancia y los coches de policía allí fuera. Espera un poco que voy a ver.
Cato Isaksen se quedó esperando junto a la puerta abierta de un baño. Las paredes estaban pintadas de verde claro. En el borde del lavabo había una pastilla de jabón sucia. Los fluorescentes del techo estaban encendidos.
La auxiliar volvió. Sus zapatos sonaban contra el suelo.
—Está despierta. ¿Pero qué tiene Astrid Wismer que ver con esa caída?
—Una vecina de la fallecida nos ha contado que pasaba bastante tiempo con ella, con la que…
La auxiliar parecía asustada.
—Entonces es… la morena, ella…
—Creemos que se llama Britt Else Buberg y que tiene 57. Pero todavía no tenemos la identificación oficial, así que… pero una vecina ha dicho que a veces estaba con…
—Se ha quitado la vida, ¿verdad?
—No. Tenemos indicios de que la han empujado —Cato Isaksen miró serio a la auxiliar que cambió de expresión y pasó la mano con fuerza contra su bata blanca—. Ahí está la habitación número seis, ¿puedo pasar contigo?