La investigación había dado un giro brusco. Cato Isaksen iba medio corriendo por los pasillos y convocó una reunión urgente en su despacho de la esquina.

—En mi oficina, inmediatamente —gritó mirando a Randi que se levantó de golpe.

—¿Dónde están Asle y Tony? —Randi le miró asustada.

—Asle está en el juzgado, y Tony iba a buscar a su hija en la guardería. Parece que se ha puesto enferma. ¿Le llamo?

Cato Isaksen negó con la cabeza.

—Ya veremos, primero hacemos la reunión, seguramente irán llegando. Será mejor que nos pongamos en marcha. Avisa a Roger.

—¿Qué? Eso sí que es algo —Roger Høibakk levantó el pulgar—. Y lo de la hija de Astrid Wismer… que la violaran y asesinaran.

—¿Algo?, yo diría que es muchísimo —Randi distribuyó rápidamente las tazas de café por la mesa y puso una fuente de cristal con bollos en el centro—. Me da vueltas la cabeza. ¿Qué clase de relación puede haber?

—El hermano de Ewald Hjertnes fue condenado —Roger Høibakk cogió un bollo, se lo llevó a la boca y anotó en su cuaderno.

—Tenemos que determinar dónde estaba el 23 de julio por la tarde —Randi sirvió café en las tazas.

—Claro que tenemos que hacerlo —dijo Cato Isaksen—. Pero no quiero que llamemos y alertemos a alguien de que vamos a ir. Iremos a Rødvassa en cuanto terminemos la reunión. Randi y Roger, vosotros iréis para allá en cuanto demos un breve repaso a la situación. Traed a Ewald Hjertnes con vosotros e intentad averiguar si su hermano aún está allí. Pero, por Dios, no le asustéis. Y nosotros iremos al hospital de Aker, a ver a Astrid Wismer al mismo tiempo. Marian, tú vendrás conmigo. Podemos tener la esperanza de que esté mejor. Pero, primero un breve repaso.

Marian Dahle tomó el relevo.

—Tengo aquí el expediente del caso. Hanne Elisabeth Wismer fue asesinada por Hoen, alias Lennart Hjertnes.

Roger Høibakk se quedó callado un rato.

—Ewald Hjertnes debería habernos contado esto. Y, por supuesto, William Pettersen también. ¿Cómo es el hermano de Hjertnes? ¿Alguien le ha visto? ¿Es mayor, o más joven?

—Es más joven —dijo Marian mordiendo un bollo.

—Hablamos con él cuando estuvimos en Rødvassa —dijo Randi Johansen—. Le dio a Pettersen una especie de coartada.

—Tiene 55 años, dos menos que el hermano —Marian Dahle apretó las palmas de la mano contra la mesa.

—No le miré con mucho detenimiento —dijo Randi.

—Tenía un lunar en la mejilla. Hay muchas fotos suyas en el archivo. Todas de hace treinta y cinco años, pero ninguna reciente. Ha llevado una vida discreta. Tiene una zapatería en Moss.

Roger Høibakk tomaba notas.

—Un hombre de mediana edad, en otras palabras. Estoy pensando en lo que dijo la testigo a cerca del hombre que prácticamente levantó en vilo a Buberg desde la terraza.

—Seguid —dijo Cato Isaksen—. ¿Qué creéis? ¿Qué estamos buscando?

—Pienso a toda máquina —dijo Roger Høibakk—. ¿Qué clase de relación puede haber? No veo ninguna conexión lógica. Lennart Hjertnes salió en 1984, y que sepamos se ha mantenido dentro de la legalidad desde entonces. O eso parece. La vecina de Buberg la vio en el banco que hay frente al supermercado con un hombre de pelo cano. ¿Puede haber sido Lennart Hjertnes?

—Puede ser, sí —dijo Marian y miró a Roger.

—Tiene cinco años más que yo —dijo Cato Isaksen.

—Un viejo —Roger Høibakk esbozó una sonrisa y tragó el último trozo de bollo.

—Al menos, lo bastante mayor para encajar con la descripción de la testigo —dijo Randi Johansen—. Marian, ¿recuerdas que Ewald Hjertnes dijo algo de que iba a visitar a su hermano en Moss? Cuando estuvimos en Rødvassa. Se habló de una hora y de coartadas y cosas así.

Marian Dahle miró a Randi Johansen y se puso de pie.

—Ahora que lo dices, ¿no comentó también que su hermano no estaba en casa?

—Lo dijo —Marian Dahle se levantó rápidamente, se acercó a la pared y cogió una foto de la fallecida Britt Else Buberg. Era un primer plano de su rostro con la vacía máscara mortuoria. Los ojos estaban cerrados, líneas de sangre se dibujaban sobre su frente—. Un hombre con gorra —dijo.

La comisaria Ingeborg Myklebust asomó de pronto la cabeza por la puerta.

—¿Va todo bien?

—Va de maravilla —dijo Cato Isaksen. Todos se pusieron de pie—. Acabamos de descubrir algo. Estamos bien encaminados.

Ingeborg Myklebust entró del todo en la habitación.

—¿Qué? ¿Qué habéis descubierto? —preguntó curiosa.