—No hay nadie en el interior de su casa, jefe —Asle Tengs los recibió en la puerta. Cato Isaksen se fijó en la mirilla negra—. Abrimos la puerta. Tiene cierre automático. Ninguna huella evidente, pero la puerta de la terraza estaba cerrada por dentro y había una cazuela con agua hirviendo en la cocina; así que, definitivamente, la señora no se ha lanzado a la muerte de forma voluntaria, por decirlo así.
Alguien dio un portazo en el piso de abajo. El golpe reverberó por los pisos.
El apartamento de Britt Else Buberg era pequeño, pero ordenado. Un recibidor con linóleo gris en el suelo, una cocina con una mesa pequeña para comer, cuarto de estar con un sofá verde, una mesa con un mantel bordado, cortinas rojas y una estantería marrón con adornos. La habitación estaba empapelada, pero pintada por encima en color azul claro. Cato Isaksen pensó que parecía un nido. No sabía por qué tuvo esa impresión. En las paredes había cuadros bordados con motivos naturales de ciervos y casitas, y uno de un ramo de rosas en un grueso marco dorado.
—Ninguna foto familiar —comentó con Randi que le seguía de cerca.
La puerta de la terraza estaba cerrada por dentro. Cato Isaksen se acercó, pero no la tocó. Miró hacia el exterior. En la pequeña terraza cuadrada había una silla de plástico tirada en una esquina. La mesa estaba medio caída, apoyada en la barandilla. Sobre el suelo de cemento había una botella verde de vino, algo de tierra de las jardineras, unas flores rotas, un paquete de cigarrillos, dos colillas y un vaso de vino roto.
—Está claro que aquí ha habido pelea —le dijo Cato Isaksen a Randi. La investigadora de escenarios del crimen se movía por las habitaciones.
En el pequeño cuarto de baño las estanterías estaban llenas de colonias, cremas y champús.
Fue a la cocina. El vapor de la cazuela había formado pequeñas manchas en los azulejos sobre la encimera, en la que había un paquete sin abrir de comida precocinada Fjordland. Cato Isaksen se inclinó para mirarlo. Stroganoff. Repentinamente sintió hambre. La baguette reseca que comió de camino en el coche no era suficiente. En la puerta verde de la nevera había colgados varios papelitos sujetos por imanes con forma de flores y animalitos. «Acuérdate de olvidar», decía uno de ellos.
Una breve lista de fechas de mercadillos y subastas estaba sujeta a la puerta lacada con celo.
Cato Isaksen se acercó a la ventana y observó el aparcamiento. Un coche blanco salía marcha atrás.