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Voz de nadie, extranjera
al otoño, y una vez recogida
en el ojo que sangró
tal claridad. Tu tendón
no sana, es
otra cuerda, trenzada
con tinta, doliéndose a través
de esta mano rugosa… que arrastra hacia nosotros
las imágenes: este cadáver
clarividente, cantando
desde el espejo del patíbulo; un mirar, más pesado
que una piedra, se arroja
contra el hielo
de abril, tañendo el fondo
del pozo de tu aliento; un ojo,
y luego
otro más. Hasta que el buitre
sea la palabra
que sacie estos desperdicios, la noche
será tu presa.