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Como saboreada desde dentro,
la noche. Y de nosotros, las mentiras
que la lengua conoce cuando,
al dar un paso atrás, naufraga en su veneno.
Solíamos dormir
al lado de aquel hambre y, desde el fruto
que es nuestro contendiente, convertirnos
en el nombre de aquello que nombramos.
Como si un crimen, soñado por nosotros,
pudiera madurar en el frío y talar
estos negros, espoleados árboles
que drenan el relato de los astros.