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Crecidas con el rezo,
en la extensión escrita por fantasmas
de tu algún sitio,
en el paisaje
donde no habrás de alzarte, fragmentos espirales
de amonites
te reinventan.
Te envuelven con el falso
villancico
de la tierra extendida a tus pies, esparciendo
la mentira de los cien rostros
que te hace visible.
Y a cada golpe de la luz diurna
tu dureza se vuelve arma,
otro arrabal florece dentro.
(Crecida con el rezo, la palabra
clandestina, como si atravesara
la mano que palpó los muros de esta cueva): allí donde
no te encuentro, la turba silenciosa
que vagó hacia la boca
se apiña estrepitosa contra el tiempo.