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El cardo, chorreando de calor,
y la estéril palabra
que te pincha: su grito
recorriendo los surcos.
Aquí se vertía la luz.
Se filtraba a través de la rama borroneada
que escribía su encogimiento
sobre nosotros. Como si,
lejos de donde estás,
la sintiera irrumpir
en mí, mientras andaba
con rumbo norte hacia mi cuerpo.