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Mayales, la blancura,
las flores de la tierra prometida: y todo
lo que atesoras, desmoronándose
al borde del aliento. Por una sola palabra
al aire no hemos respirado, por una piedra,
partida por el hambre
que hay en nosotros; en el caos
del hueso, ira, que nos emparenta
con el gusano. El muro
es tu único testigo. Excluido
de mí, pero sin malgastar nada,
te tiendes sobre cada página
no escrita, como si tu voz
te hubiera abandonado a rastras: y entrado en la blancura
del gemido.