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Escrutados por nadie
excepto los amados,
los márgenes ensayan
tu muerte, interpretando
la farsa de la desnudez, y las manos
de todos los demás
que habrán de verte, como si algún día
fueras a cantar para ellos y, en el silencio
más extenso del yunque, nombrarlos
como nombrarías este sol: una piedra,
azotada por el cielo.