Mayo 5

El muy chancho de Urquieta me hizo una cochinada, y en cuanto me saquen el yeso voy a ser campeón de salto, aunque sea para que me la pague.

Me robó el ratoncito, se lo echó al bolsillo y lo bajó al comedor y lo soltó a la hora del almuerzo.

El pobrecito se le subió por la sotana al Padre Carlos y el Padre dio un salto y el ratoncito casi se aturdió con el golpe, pero siguió corriendo y empezó el Mocho a perseguirlo con la escoba, hasta que lo mató. Nosotros nos quedamos mudos, pero a mí me dio tanta pena que no pude ni almorzar y después tuve que revolver todo el tarro de la basura para poderlo encontrar. Y lo habría embalsamado si no hubiera tenido sangre. Pero, así como estaba, preferí enterrarlo y hacerle una sepultura en el jardín. Me da arrepentimiento que me lo hayan regalado para venir a morir asesinado cuando era tan feliz con los Soto. Yo le escribiría a Jacinto para contarle, pero no sé su dirección.

Mayo 5

Esta noche, cuando subimos a acostarnos, encontré debajo de mi almohada un papelito que decía: «Ven esta noche al gimnasio. Es un asunto que te interesa. No averigües y ven callado. Te espero a las 11». El papel no tenía firma y era de cualquier cuaderno y la letra era imitando imprenta. La cuestión es que yo pensé que si no iba me creerían cobarde, y también pensé que todos habían recibido el mismo papelito, pero como había que callarse nadie hablaba de él. Así es que, aunque me daba susto salir del dormitorio cuando todos parecían durmiendo, de todas maneras me levanté, me puse el pantalón y la chomba y fui al gimnasio. No había nadie y esperé un buen rato, tratando de bajar los pelos que se me paraban un poco. Por fin me convencí que era una broma y volví al dormitorio. Cuando llegué, vi que había tres chiquillos encima de mi cama, leyendo mi diario, pero fue tanta mi rabia, que no alcancé a darme mucha cuenta de quiénes eran.

En todo caso vi a Urquieta meterse en su cama, porque duerme en la cama de al lado.

Me fui donde él para pegarle, pero él se hizo el dormido y, aunque lo remecí y lo sacudí, no conseguí despertarlo para darle lo que se merecía. En todo caso, no era sueño mío lo de que estaban leyendo mi diario, porque el pobre estaba tirado en mi cama, abierto y con las hojas arrugadas. Esta es una canallada que me han hecho y mañana voy a desquitarme. Lo primero que tengo que hacer es saber quién me escribió ese papel, porque ése es el que inventó esto.