Abril 25

Ayer no pude escribir porque me pasó una desgracia. Resulta que al dar un salto maravilloso, me quebré la pierna. Ni siquiera supe lo que pasó, pero después, cuando desperté adolorido en la cama, me contaron que me desvanecí y que vino la ambulancia y me operaron y todo.

Recién me contaron esto, me dio por llorar porque creía que mi pierna quebrada ya no era mía, es decir, que ya no la tenía.

Pero después me convencí que estaba pegada y además que me dolía tanto y me tranquilicé. Todos me quieren mucho y mi papá me compró el equipo de scout que ya ni lo necesitaba. Pero ahora tengo ganas de mejorarme y hacer excursiones.

Me acuerdo mucho de Arturo Prat, porque los dos pegamos el salto muy confiados y los dos no supimos más al otro lado. Sólo que él se murió y yo no. Pero todavía me podría morir, porque si se me complica el asunto de la pierna, hay esperanzas. Pero no quiero morirme sin ir a la nieve con mi traje de scout y mi cantimplora que es de aluminio verdadero, que es un metal muy fino.

Al principio, cuando sonaba el teléfono, mi mamá contestaba con voz triste: «Ahí está el pobrecito. Sí, muy doloroso. Lo menos para un mes. Ha sido muy valiente. Dile a X que venga a acompañarlo. Gracias. Cariños a todos» y cortaba. Ahora no contesta más que: «Está mucho mejor, gracias. No fue gran cosa. Se entretiene lo más bien solito. Hasta luego». A mí me da bastante rabia porque ella no sabe lo que es quebrarse una pierna ni lo que cuesta entretenerse «solito».