Enero 15

Mi papá dice que él, a la edad de nosotros, nunca se aburría, pero yo creo que les voy a decir lo mismo a mis hijos. La cuestión es que, por lo menos cuando uno está veraneando, no debe aburrirse. Por eso es que, cuando mi mamá se fue al puerto, nosotros con Javier nos fuimos al garaje de enfrente, y Buzeta, el mecánico, que es tan bueno, nos dejó ayudarlo y todo. Después fuimos a probar un auto que él estaba arreglando y resulta que nos quedamos en pana y empezamos a trabajar y trabajar en él y era como un piano. No se movía. Por fin, se vino encima la noche y ya lo íbamos a hacer andar y a cada rato hacía explosión. Otra vez iba a andar y así hasta que fue tan de noche que tuvimos que llamar al garaje para que vinieran a buscar el auto y remolcarlo y claro que llegamos en medio de la pelotera. Mamá estaba como loca y me dio diecisiete pellizcos. Teníamos tanta hambre y tanto sueño que yo me dormí sin mascar la carne y me amaneció en la boca.

Javier dice que él va a ir mañana de todas maneras a buscar el auto con Buzeta, porque el gusto es más largo que el reto. Pero a mí me pasa al revés: el gusto se me pasa y el reto se me queda dando vueltas.

Me gustaría ver un incendio bien grande, porque no hay esperanzas de ver naufragios. A veces me dan ganas de quemar la casa, pero desde antes ya me vienen los remordimientos y me echan todo a perder.

Yo siempre estoy con remordimientos antes de hacer las cosas y Javier no.

Cuando mi mamá me castiga, pienso que los padres son muy distintos de los de los cuentos y casi me dan ganas de ser huérfano.

Otras veces me dan ganas de haberme muerto para que aprendan a ser justos.