Marzo 17

Esta mañana comulgamos y cantaron unos gallos en la misa y me dio casi éxtasis. Era tanto lo santo que me sentía que hice promesa gratis de no comer chocolate y ni siquiera me acordé que era domingo. Y justo que en la tarde vino a vernos la mamá y nos trajo chocolates.

Tuve que probar los chocolates para que mi mamá viera que no estaba enfermo y entonces tuve que dejar la promesa para cuando se me acabaran.

Los chiquillos tienen los papás y las mamás más raros que los vienen a ver y unas hermana con carteras y pinches en el pelo. Debe ser bien raro tener hermanas. Son tan mironas y se ríen cuando debían estar serias.

Fidel Ríos seguía detrás de mí hasta que me dio la rabia y le dije: «¿Sois cola mía, acaso?», y llegó Ríos y me plantó un golpe. De todas maneras, me habría caído sin su bofetada, porque estaba tan a la orilla de la grada del patio, que una mosca me podía hacer caer. Ahora resulta que Ríos se cree un matón y ni se acuerda de que yo le enseñé a pelear.

2 de la mañana

Pasó algo tan terrible que es mejor que lo escriba en mi diario porque me gustaría contárselo mi mamá, y se me puede olvidar.

Estábamos durmiendo muy tranquilos cuando, de repente, despertamos con un ruido atroz. Es decir, Ríos y yo, porque los demás seguía durmiendo. El cuarto se iluminaba con una luz refulgente y después entraban unas sombras de fantasmas con olor a azufre. Al poco rato, volvía a oírse el ruido tremendo. Ríos y yo nos metimos en mi cama llenos de miedo y, aunque queríamos despertar a los demás, no nos atrevíamos a bajarnos al suelo. Nos temblaba el catre y no sabíamos si estábamos soñando una pesadilla. Ni podíamos hablar porque volvían las luces y los fantasmas y el olor y el ruido. Pero los demás seguían durmiendo. De repente, se abrió de par en par una ventana y entró un fantasma enorme y mojado. Tenía mil pies pequeños que pataleaban en el suelo como si escribieran a máquina y su respiración era tan helada que nos metimos debajo de la ropa. A través de la ropa se veían las luces, los golpes nos hacían saltar y ese ruido terrible que se acercaba y se acercaba. Yo le dije a Ríos al oído:

—Este es el fin del mundo. Recemos.

—Reza tú. A mí se me olvidó —me contestó y, junto con oír esto yo, también me olvidé hasta el Padrenuestro. Y todo el tiempo se oían golpes y más golpes y luces y estampidos. El pobre Ríos tiritaba tanto que me hacía tintar a mí. En esto, empezó un lamento muy grande y muy largo que venía desde lejos y se acercaba como un avión. Yo apreté los ojos y los dientes y me tapé los oídos y Ríos comenzó a gritar más fuerte que el lamento.

Hasta que por fin se despertó el Mocho y encendió la luz del dormitorio. Cerró la ventana, sacó a Ríos de mi cama y le dio unas gotas en un vaso de agua y dijo que era muy nervioso.

—No es más que una tempestad eléctrica —dijo riendo con su cara ancha como de rana y se quedó muy convencido. Es claro que él despertó con los gritos de Ríos y no vio ni oyó nada de lo terrible que había pasado antes. Por eso lo llamó tempestad eléctrica. De todas maneras, se veía tan raro en camisón de noche que a uno se le borraban los fantasmas que acababa de ver, por mirarlo a él que parecía un barrilito con patas. Pero de ninguna manera se puede dormir cuando uno ha visto y oído lo que yo vi y oí y uno se queda como esperando que vuelva el fenómeno y aparezcan de nuevo los fantasmas, las luces, el aliento helado y el monstruo con mil pies.

Si mi mamá supiera lo que pasa en este colegio embrujado después de medianoche…