Marzo 24

En fin, no sé por qué a uno le pasan cosas tan terribles.

En el colegio están haciendo un pozo inmenso y a la hora de recreo fui a verlo, porque me habían contado que era tan inmenso que yo necesitaba verlo. Los obreros que estaban en el fondo me convidaron a bajar y yo bajé por un cordel. Desde abajo se veía el cielo y había un olorcito rico a tierra mojada. Como a mí no me gusta estar ocioso, ayudé a los obreros a sacar tierra y piedras y yo me encargaba de llenar los tarros. Estaba tan entretenido que no me acordé de nada hasta que vi que el cielo se había puesto medio nublado y sentí un hambre terrible en el estómago. En eso los obreros salieron del hoyo, se pusieron zapatos y ropa y salí yo con ellos.

Eran las seis de la tarde y yo estaba ahí desde la una y media.

Me fui derecho donde el Padre rector y le dije lo que me había pasado.

—Ya me habían notificado su desaparición. Hace media hora se dio cuenta de ella a sus padres.

—Es que no me habrán buscado cuando no supieron que estaba en el pozo —reclamé.

—Aquí, jovencito, hay profesores y sacerdotes. No perros de caza ni tampoco detectives. Por lo demás, el alumno que no quiere estudiar y huye de las clases no tiene por qué estar aquí. Al fin y al cabo, es por el bien de ustedes y no queremos a nadie a la fuerza.

—Padre rector, yo quiero estudiar y nunca me escapé de la clase.

—Eso podía haberlo dicho ayer. Hoy no. Este colegio tiene un reglamento y ese reglamento se respeta. Siento decirle que está expulsado.

—Yo no quiero irme. Quiero que me castiguen, más bien.

—¿Por qué no quieres irte?

—Hablaré con el Padre Carlos. Lo hago porque me ha gustado esta honradez tuya en venir a decirme lo sucedido. Según lo que él piense de ti, te dejaré quedarte. Pero del castigo no te libras, amigo mío.

—Porque no.

El Padre rector es buen tipo y el Padre Carlos, regular. Aunque me perdonó de echarme, de todas maneras me dejó castigado por toda una semana en la clase, sin recreo de la tarde. Y tampoco me ofrecieron té.

Ahora tengo que escribir diez páginas con la misma tontera que dice: «Debo considerar que mi deber es lo primero. No debo meterme en lo que no me importa».

Si el Padre Carlos cree que el pozo es lo que no me importa está sumamente equivocado, porque me importa tanto que pienso todo el tiempo en él. Y me acuerdo del Chato Espiñeira que era el oficial y tan amigo mío como nadie en el mundo. Y uno tiene que volver a ver a sus amigos porque sino, no es amigo, y por la amistad hay que sacrificarse y yo me voy a sacrificar. Aunque me castiguen de nuevo.

He escrito 12 líneas con la misma tontera y ya está oscureciendo y se va acabar el día y yo aquí pegado. Es tamaña injusticia estar castigado cuando uno no tiene intención de ser malo.

Por eso escribo un poquito en mi diario para distraerme porque ya no veo más que la cuestión del deber hasta en los vidrios de la ventana.

Me gustaría que el Padre Carlos fuera chico por un rato, para que se acuerde de lo que es esa edad.