Mayo 15

Resulta que todo el colegio sabe lo del Soquete y la mitad de los chiquillos dicen que Gómez y yo somos unos idiotas y la otra mitad dice que no. Pero entre la mitad que sí, está Urquieta y anda otra vez buscándome camorra.

Hoy, en el recreo, me dijo:

—Tú me debes una y crees que si no te pego porque andas cojo me voy a quedar así no más.

—En quince días más me sacan el yeso —le contesté.

—Ya llevo una semana esperando y no pienso esperar más.

—¿Qué vas a hacer, entonces? —le dije.

—¿Te daría mucha rabia que te robara tu diario? —me preguntó.

—Mucha. Pero ahora no lo encontrarás con tanta facilidad.

—Eso es asunto mío. Quiero saber qué te da más rabia, el que otros lean tu diario o una bofetada.

—En todo caso no lo vas a encontrar —le contesté.

—Lo veremos. Tú te crees muy gallo, pero yo no soy tonto tampoco.

—Ni con toda tu habilidad lo vas a hallar —le dije y me fui.

Pero al poco rato volvió donde yo estaba.

—¿Qué vas a hacer cuando no lo encuentres? —me preguntó.

—Pegarte otra cachetada.

—¿Y si no soy yo el que te lo roba?

—A nadie más que a ti le interesa mi diario.

—¿Y te crees tú que vas a pasarte pegando porque tienes una pata con yeso y nadie te la va a devolver? A mí también me puede dar rabia.

—Eso es lo que quiero. Que te dé luego, me pegues de una vez y dejes en paz mi diario.

—Eso lo dices porque sabes que castigan al que le pega a un cojo.

Yo sabré lo que hago.

Después, en la tarde, me hizo burla con otros por mi diario y me gritó:

—¡Cómo nos vamos a reír esta noche con tus secretos!

Gómez y yo estuvimos ensayando las pruebas de las botellas con el repostero y por fin me escapé para escribir todo esto.

En este momento se abrió la puerta del baño y asomó su cabeza Urquieta y me dijo: «Escribe bastante para que me ría más» y se fue. Pero justo cuando él salió, sonó la campana para ir a comer y yo no tengo más remedio que esconder mi diario aquí mismo, aunque sea por la última vez.

Mayo 15

Anoche desperté con un disparo y después sonó otro. Encendí mi linterna y vi que nadie se había movido. Entonces oí unos gritos de: «¡Por la derecha, por la derecha!» y salté de mi cama y fui a despertar a Gómez. Pero él ya se había despertado, sólo que no se movía porque estaba asustado. En eso sonó otro disparo y yo no aguanté más, me puse los pantalones y salí afuera. Gómez y Triviño, que es nuevo, me siguieron y salimos al huerto. Pero en la puerta del huerto nos sujetó un agente y dijo que nos volviéramos al dormitorio, porque podría alcanzarnos una bala. Era que andaban buscando al Soquete, que se había vuelto a meter por la ventanita a la bodega y, como ellos pensaron que podía volver a buscar su paquete, lo estaban esperando escondidos en el colegio desde temprano. Y cuando entró a la bodega le hicieron: «¡Alto!» pero él se escapó al huerto y en eso andaban ahora. Estábamos hablando con el agente cuando llegó el Padre José y nos pescó de una oreja y nos mandó a acostarnos. Claro que yo no podía dormir y nos quedamos conversando en secreto con Gómez hasta que se acabó la bulla. Y después tampoco me podía dormir; entonces bajé a buscar mi diario para escribir y no lo encontré. Entonces lo fui a buscar en la cama de Urquieta y se lo pillé debajo de la almohada. Me dio tanta furia con él que, si no hubiera estado durmiendo, le hubiera vuelto a pegar.

Y ya realmente no sé dónde esconderlo, pero lo voy a guardar debajo de mi colchón.