Enero 28

Después que yo ya sabía que cuando uno trata de ser bueno sale todo al revés, se me olvidó cuando ayudé a la Domitila. Y ahora lo que pasa es que mi mamá la quiere echar. Porque resulta que todavía no ha llegado y ya es la hora del almuerzo y no hay quién barra la casa, ni haga una cosa ni pele una papa. El desayuno lo tuvo que hacer mi mamá y rezongó tanto, tanto que era como si me martillara la cabeza. Javier y yo arreglamos la pieza y se nos rompió la lamparita del velador. Mi papá dice que si la echa se queda sin nadie todo el veraneo. Por fin, cuando mamá volvió del almacén con unos huevos, jamón y tomates, telefoneó la Domitila para avisar que se había caído del micro ayer en la tarde y que había estado aturdida hasta ahora. Mi mamá no le cree, pero dice que hay que hacerse el que uno le cree porque si no es peor. En todo caso, Javier y yo vamos a tener que lavar los platos con la mamá y nadie puede salir para que no quede la casa sola.

La pobre Domitila llegó tan cansada que tuvo que dormir toda la tarde y yo no salí para abrir la puerta y resulta que nadie tocó el timbre. Así es que, al último me asomé a la calle y pasó Buzeta en auto y me invitó y salí a dar una vueltecita y resulta que, cuando volví, se había quedado la puerta abierta y habían entrado a robar, y se robaron el servicio de té del comedor. Mi mamá estaba echa una furia con la Domitila por haber dejado la puerta abierta o por estar durmiendo, pero la cuestión es que en todo caso después no le dijo casi nada para que no se fuera.