Enero 27

Lo que pasó no fue culpa mía. Yo solamente estaba jugando al invisible y, como me había encerrado en el armario de las escobas y de los tarros tanto rato, tal vez me quedé dormido y no desperté sino al otro día, cuando la Domitila sacó la escoba para barrer.

—¡Santo cielo —gritó la muy chillona—. Aquí metido y durmiendo, cuando anda hasta la policía buscándolo. Ahora si que le va a llegar de veras. El patrón le va a romper los huesos.

—Yo no lo hice de adrede —le expliqué, pero ella estaba como atontada y no entendía. Entonces no me quedó otra que ponerme a llorar hasta que se le ablandó el corazón.

—Me da lástima, mi pobrecito —dijo por fin—. Me gustaría librarlo de los palos. Tómese primero un buen desayuno y pensaremos algo para decirle al patrón.

—¿Qué pensaremos, Domitila?

—Alguna mentira, naturalmente.

—Esa la tendrías que decir tú, porque yo no miento.

—No será la primera ni la última —dijo riéndose y se tomó la cabeza para pensar. La cabeza de la Domitila tiene una permanente como nerviosa de crespitos duritos y algunos son como colorines y otros no. Y las manos brillantes me recordaban a mis jaibitas, si hubieran crecido como yo quería.

—Yo le diría que Javierito lo encerró —me dijo con cara de artista de cine—. Eso es un testimonio.

—Pero usted no quiere que digamos la verdad.

—Claro que no.

—Entonces, entre una mentira o un testimonio, da lo mismo. A no ser que usted prefiera que lo castiguen a usted en lugar de él.

—Mejor sería que dijéramos que tú me encerraste —le dije.

Se quedó pensando un rato y después me preguntó:

—¿Y qué me daría usted porque yo me echara la culpa y dijera que yo le puse la llave?

—Dime tú lo que quieres.

—Es que lo que yo quiero usted no me lo puede dar.

—Dímelo primero y yo veré.

—Quisiera salir esta noche y no volver hasta mañana, porque tengo una diligencia que hacer.

—Le diré a mi mamá que te dé permiso.

—Ella no me deja salir de noche. Además tengo que servir la comida y comen tan tarde… —suspiró.

—Lo de la comida se puede arreglar. Es cuestión de que conviden al papá y a la mamá a comer afuera.

—Naturalmente. Así no se daría ni cuenta porque yo volveré tempranito.

—Yo me encargo de que los conviden —le dije, y entonces ella subió con la bandeja del desayuno y al poquito rato me llamó mamá a su cuarto. Y mi mamá estaba tan cariñosa y mi papá también y dijeron que por suerte, como ya me había perdido antes, ya no les daba ni miedo de que me pasara algo, pero criticaron a la Domitila y la idiotizaron y yo tuve que hacerme el que tenían razón. De todos modos como le voy a devolver el favor a la Domitila, no me siento canalla ni cosa por el estilo.

Desde el almacén llamé a la tía Lala y le pregunté si le gustaría que el papá y la mamá fueran a comer con ella. Que yo sabía que ellos tenían muchas ganas de ir, pero no se atrevían a pedirle que los convidara. Que no dijera nada de mi llamado, que yo después le explicaría y que telefoneara luego a la casa. La tía Lala me prometió hacerlo y, cuando llegué a casa, ya estaba hablando con mi mamá. De modo que ya le pagué el servicio a la Domitila y estamos a mano.