Prólogo
Prólogo
Nueva Avalon
Marca de Crucis, Mancomunidad Federada
17 de enero de 3037
Justin Allard observó a su hijo de seis años mientras desfilaba hacia su estudio como un soldado al que acaban de llamar a filas. La chaqueta azul, la camiseta blanca, la corbata a rayas y los pantalones cortos acentuaban su paso firme como una parodia infantil de precisión marcial. Pero Justin sabía que aquello no era un juego para su hijo. El chico se ha impuesto su propio castigo.
Kai se detuvo junto a la silla donde estaba sentado su padre y miró fijamente la mano y el antebrazo de metal que Justin había llevado desde que perdió ambos cuando trabajaba al servicio de la Federación de Soles. Pese a la expresión de temor de su rostro, el suave susurro de su voz no podía ocultar los remordimientos y la mortificación personal del momento.
—Me he portado mal, padre.
El director había informado a Justin de lo que había pasado en la escuela antes de que éste enviara un coche para recoger a su hijo, pero ahora quería escuchar lo que el chico tenía que decirle.
—¿Qué pasa, Kai? El chico apretó los labios con fuerza y tragó saliva. Kai mostraba una autodisciplina inusual para su edad, una autodisciplina de la que ni siquiera MechWarriors mucho mayores que él podían hacer alarde. Aunque le asustaba verlo tan tenso, la madurez de su hijo era su máximo orgullo. Sabía que a Kai le gustaba divertirse con otros chicos, hacer cosas de su edad, pero también podía comportarse como un adulto cuando la situación lo requería.
—Algunos chicos de la escuela han visto un holovídeo de una lucha de ’Mechs en Slaris.
—Se dice Solaris, Kai.
—Solaris, sí, señor —contestó Kai bajando la mirada mientras se sonrojaba—. Decían que tú estabas en esa lucha y que mataste a un hombre. Decían que habías matado a muchos hombres y que por eso te consideraban un héroe. Entonces empecé a pelearme con Jimmy Kefaveur. Decía que su padre podía darte una paliza y cuando le contesté que tú podías matar a su padre se puso a llorar —explicó Kai bajando el tono de voz en señal de arrepentimiento.
Justin asintió lentamente con la cabeza.
—Va siendo hora de que tengamos una charla.
Apartó la silla y tendió la mano de carne y hueso al chico. Padre e hijo se dirigieron al sofá de piel marrón situado a un lado de la habitación y se sentaron frente al oscuro monitor del holovídeo. Justin pasó el brazo por los hombros de su hijo y asió el control remoto con la mano mecánica.
—Kai, hace seis siglos, incluso mucho antes de que naciera tu abuelo Quintus, unos hombres muy listos crearon los BattleMechs. Los hicieron más grandes y altos que un edificio de dos o tres plantas, los llenaron de armas muy potentes (láseres, cañones de proyección de partículas, misiles y pistolas) y los cubrieron con una armadura. Los BattleMechs eran tan fuertes como los caballeros armados de otro tiempo.
—¿Como el rey Arturo o Carlomagno?
Justin acarició el cabello de su hijo.
—Sí, como ellos. En combate, los BattleMechs eran las máquinas más temibles. Toda la Esfera Interior entró en guerra hasta que decidieron unirse y vivir en paz bajo la Liga Estelar. Entonces, hace trescientos años…
—¿Antes de que naciera el abuelo?
Justin soltó una carcajada.
—Sí, antes de que mi padre naciera, un hombre muy malo llamado Stefan Amaris destrozó la Liga Estelar y desde entonces ha habido muchas guerras para intentar reunificarla.
—Tu brazo de metal es por una guerra.
—Es de antes de la última guerra, Kai, pero ésa no es la cuestión —dijo Justin pulsando un botón del control remoto que hizo aparecer una imagen en pantalla y luego otro para quitar el sonido—. Esto es Solaris VII, Kai. Se denomina el Mundo de Juegos[1] porque la gente va allí a jugar a la guerra. Se entablan combates y todos los luchadores quieren convertirse en el nuevo campeón. Antes de la última guerra, Hanse Davion me pidió que fuera a Solaris y luchase para convertirme en campeón. Y como es mi gobernador acepté su petición.
Cuando Kai giró la cabeza hacia la pantalla, Justin notó que su hijo se estremecía.
—Éste es el combate.
En el holovídeo, que había sido editado y emitido por toda la Esfera Interior hacía casi diez años, aparecía Justin a bordo de un Centurión encarado a un Griffin humanoide. Como la lucha tenía lugar en un ruedo denominado La Fábrica, con todos los elementos a escala de los BattleMechs de treinta metros de altura, en el holovídeo aparecía como un combate entre dos hombres con exosqueleto.
El silencio confería a la batalla un aire surrealista un tanto espeluznante.
—El del Griffin es Peter Armstrong, un hombre valiente pero leal a alguien muy malvado. El hombre malvado convenció a Peter para que hiciera algo estúpido.
El holovídeo mostraba el Centurión de Justin saliendo de su escondite y abriéndose paso entre los escombros de La Fábrica apuntando el cañón que remplazaba su mano derecha hacia el Griffin que, a su vez, iba extendiendo los brazos. Armstrong quería que yo disparase primero porque pensaba que tenía un cañón automático ligero en ese brazo.
El fuego que salía de la boca hizo explotar la armadura del pecho del Griffin, que se tambaleó e inició el contraataque. Los misiles empezaron a salir de las lanzaderas del hombro derecho y agujerearon el pecho del Centurión. Aunque éste levantó el CPP de la mano derecha, la saeta azul de rayo artificial alcanzó de pleno su objetivo. A través del remolino de humo que los misiles dejaban tras de sí, podía observarse el fuerte impacto que el Griffin había recibido. Cualquier MechWarrior sabía que un ’Mech con tan poca armadura en el pecho caería tarde o temprano.
—Peter Armstrong creía que yo era un cobarde y quería matarme. Por el contrario, mi única intención era acabar el combate lo antes posible.
Justin sintió el nudo de su garganta cuando la pantalla mostró el Centurión, que arremetía de nuevo contra el Griffin. El segundo disparo del cañón automático hizo volar la armadura del brazo derecho del Griffin en mil pedazos. La explosión alcanzó las fibras de miomero de la mano y el antebrazo y las devoró como si los músculos artificiales fueran carne fresca ofrecida a unos perros hambrientos. El CPP se desprendió de la mano sesgada y explotó mientras los proyectiles del cañón automático abrían una brecha en él.
El láser medio del Centurión lanzó una punta de rubí energética que se clavó en el corazón del Griffin y agravó el daño causado tras el primer disparo del cañón automático, provocando un incendio que afectó a la protección del motor de fusión y consumió el corazón debilitado del ’Mech.
La placa facial del Griffin salió propulsada hacia fuera y Justin rezó para que no ocurriera lo que había visto en las infinitas pesadillas desde el día del combate. Deseaba ver a Peter Armstrong salir disparado de la cabina en su asiento de eyección, pero en el lugar destinado al piloto no había más que llamas. El Griffin cayó lentamente de espaldas mientras un fuego votivo quemaba lo que había sido la cara, despojándola de toda humanidad.
Justin congeló la imagen.
—Kai, Peter Armstrong murió en aquel ’Mech. Yo no quería que muriera, sino que sobreviviera. Por lo que sé, tenía una familia, un hijo o una hija, niños como tú y tus hermanas y hermano. Puede que tuviera mujer como yo tengo a tu madre, y hermanas y hermanos como tus tías y tíos. Es posible que su madre y su padre llorasen su muerte.
Justin vio cómo el labio inferior del chico empezaba a temblar y lo abrazó con fuerza.
—Recuerda esto, Kai, recuérdalo siempre: matar a un hombre no es fácil y no debe serlo nunca. Cuando lo haces, el recuerdo de ese momento te acompaña para siempre. Ésta es la primera vez que he visto el holovídeo de la lucha, pero revivo el combate en cada pesadilla. Peter Armstrong no tenía que morir y sólo lo hizo porque Philip Capet le hizo creer que saltar de un ’Mech era un acto de cobardía.
Kai levantó la cabeza para mirar a su padre y asintió.
—Matar no es fácil y no debe serlo nunca. Yo nunca mataré a nadie, padre.
Justin volvió a abrazar a su hijo.
—Puede ocurrir que un día, en una guerra, te veas obligado a matar, pero mientras seas consciente de lo que haces, mientras no mates sin razón, habrás actuado correctamente, hijo mío.
La sonrisa de orgullo se fue desdibujando del rostro del viejo Allard.
—Ahora has herido los sentimientos de otro chico. ¿Cómo tomarás conciencia de ello?
Kai hizo un mohín de concentración. Justin sabía que su hijo se impondría un castigo mucho más duro que el que su padre jamás sería capaz de implantarle. De este modo aprenderá la lección.
—Debo disculparme. Debo darle algo para demostrarle que lo siento.
—¿Qué puede ser?
—¿Mi libro compacto favorito? —preguntó Kai, y adoptó una expresión resuelta tras el gesto de aprobación de su padre—. Le daré Luna de búho.
—Creo que has tomado una sabia decisión, Kai.
El chico lo miró atemorizado.
—¿No me odias?
Justin borró la imagen del monitor y sentó a su hijo en su regazo. Como tantas otras veces, se lamentó de que la pieza metálica de su mano no le permitiera abrazar a su hijo como hubiera deseado.
—Kai, eres mi hijo. Hagas lo que hagas, siempre te querré. Puede que a veces me decepciones un poco, pero siempre te querré.
—Yo también te quiero, padre.
Justin abrazó con más fuerza a su hijo y se lo quedó mirando.
—Eres un chico muy especial, Kai.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Por supuesto.
El chico volvió a adoptar una expresión de concentración.
—Los niños dicen que fuiste campeón de Solaris. Dicen que por eso eras el mejor.
—Sí, fui campeón de Solaris.
—¿Por qué lo dejaste?
Justin se detuvo a meditar la respuesta, no una respuesta que un niño de seis años pudiera entender, sino una que él mismo entendiera.
—Solaris es un mundo de juego, Kai, donde los hombres luchan sin motivo alguno. Mucha gente busca refugio allí, pero yo no pude. Yo fui allí y luego me marché porque el mundo real me necesitaba.