Zurich

Marca de Sama, Mancomunidad Federada

Sentada tras el escritorio de la sala de urgencias, Deirdre Lear reprimió un bostezo. Hacía horas que estaba allí y se estaba quedando dormida por segundos. Se echó hacia atrás y estiró los brazos, intentando desentumecer los músculos y despejarse un poco.

Sin moverse de la silla, estudió el informe que aparecía en la pantalla del ordenador. Como era una noche tranquila, se había ofrecido a ayudar a Anne Thompson a escribir su informe sobre el niño al que habían visitado un poco antes. Sabía que decir «un niño Zur de cinco años corría desnudo por su casa cuando el perro de la familia se puso nervioso y lo mordió en el escroto» era la manera adecuada de redactar el informe, pero tenía cierta reticencia a hacerlo así.

—Tiene que haber otra forma de hacer esto.

Anne desvió la vista del proyector holovisual que había en un rincón de la sala de espera y se giró para mirar a Deirdre.

—¿Qué estás haciendo, doctora?

—El informe sobre el pequeño Donny Li.

—El chico de las interesantes cicatrices.

Deirdre sonrió casi inconscientemente y sacudió la cabeza.

—Ya estamos. Ése es mi problema. Si intento humanizar el informe, el resultado es penosamente divertido, y si sigo el método tradicional, ya imagino la cara de nuestros colegas leyendo el informe del expediente del chico y comprobando mis esfuerzos para reconstruirlo. Por si no tuviera bastante con la mordedura, revivirá el trauma cada vez que otro médico lo examine.

—Entiendo el problema —dijo Anne haciéndole una seña para que se levantase de su asiento—. Tienes que pensar como una doctora con prisa. Diagnóstico: mordedura de perro. Heridas: dos punciones, una rotura. Tratamiento: antibióticos y siete puntos, dos por la punción, tres por la rotura. Pronóstico: ni cicatrices ni discapacidad.

Anne acabó de puntuar su escrito, pulsó la tecla de entrada y el informe de la sala de urgencias desapareció de la pantalla.

Deirdre sonrió y movió las manos para desentumecerlas.

—Buen trabajo.

—Gracias —dijo Anne observándola por un instante—. Tenía un novio que siempre lo hacía. Era muy bueno en artes marciales.

—Yo también lo era. Aprendí defensa personal.

Anne se levantó y se dirigió al mostrador.

—¿Qué has estudiado?

—Aikido.

—Craig hacía Kuk Sool Wan. Nos conocimos cuando me sacó un horrible bulto del brazo.

Deirdre se acercó también al mostrador y contempló la sala de espera vacía. El equipo de holovisión se reflejaba en la ventana sin que éste le impidiera ver la oscura noche de Zurich.

—¿Era cirujano?

—No, el horrible bulto era un ex novio que no tenía problemas para entender la palabra «no» —contestó Anne lanzando un profundo suspiro—. Craig era un buen tipo. Nos lo pasábamos bien juntos, hasta que un día me dejó.

—¿No sabes por qué?

La enfermera de pelo castaño frunció el entrecejo mientras retiraba el jersey de la silla y se lo ponía por encima de los hombros.

—La verdad es que no. Nunca me lo dijo, pero creo que fue porque acababa de empezar mi último semestre en la escuela de enfermería y tenía mucho trabajo en una residencia de enfermos terminales. Craig no podía acostumbrarse al hecho de que trabajase con ese tipo de enfermos. Sé que las enfermedades en estado terminal afectan mucho a algunas personas, pero pensaba que Craig podría soportarlo.

Se encogió de hombros.

—De todos modos, mi vida amorosa es una historia de desastres —dijo Anne mirando a Deirdre—. ¿Y qué pasó con el señor Lear?

—Ah, esto… mmm… Nunca hubo un señor Lear.

Anne se ruborizó.

—Lo siento, me estoy metiendo donde no me llaman —se disculpó dándose una palmada en la frente—. Siempre me pongo así en el turno de noche. Lo siento.

Deirdre frunció el entrecejo.

—Parece que todo el mundo lo comenta por aquí —dijo golpeando suavemente el hombro de Anne—. Mira, Lear es mi apellido. Mi padrastro me adoptó cuando se casó con mi madre. El padre de David y yo nos conocimos durante la guerra de los Clanes, pero no funcionó. Era un buen hombre, pero era más joven que yo y teníamos unas perspectivas de futuro muy distintas.

—Ya entiendo.

—¿De verdad? —preguntó Deirdre sacudiendo la cabeza— Entonces podrías explicármelo algún día.

Anne Thompson iba a preguntarle algo cuando las puertas de la sala de urgencias se abrieron de golpe.

¡Shangkou, shangkou! —gritó uno de los cuatro hombres Zur que entraban en aquel momento. Entre todos transportaban a un hombre con el uniforme de la policía paramilitar local tendido en una esterilla de fibras naturales.

Deirdre descolgó el teléfono y apretó el botón de intercomunicaciones mientras Anne se apresuraba a sacar una camilla.

—Equipo de cirugía a la sala de urgencias, ¡rápido! —gritó Deirdre antes de colgar el teléfono y correr hacia el otro lado del mostrador. Agarró al agente de policía por un lado mientras los hombres lo levantaban y lo tendían sobre la camilla.

El hombre estaba destrozado. Su camisa azul tenía tres agujeros, cada uno como un pozo negro en medio de un océano cada vez más carmesí. Deirdre le sacó el tirante del cinturón Sam Browne del hombro derecho y le abrió la camisa. Debajo de ésta vio un chaleco kevlar que se impregnaba de sangre por momentos. Bien, puede que el kevlar haya detenido las balas y éstas no se hayan fragmentado al golpear el hueso. Se concentró para no oír las agitadas voces de los Zurs y se acercó a escuchar la respiración, pero no oyó nada.

—Anne, necesito saber el tipo de sangre de este hombre para una transfusión. Empieza con una unidad y suminístrale penicilina —dijo mirando a los Zurs—. ¿Saben quién es? ¿Tenemos su historial? ¿Es alérgico a la penicilina?

—Es Billy Hsing y estaba en una reunión de su pueblo. Los Zhanzheng de guang le tendieron una emboscada. Mira el ordenador. Es paciente de aquí.

Anne empujó la camilla por el pasillo en dirección a la sala de intervenciones quirúrgicas de emergencia con la ayuda de otra enfermera. Deirdre indicó a los hombres que pasasen a la sala de espera y utilizó una de las pocas expresiones chinas que había aprendido en Zurich.

¡Juoxia! Sí, eso es, sentaos. ¡Juoxia!

Mientras éstos cumplían sus órdenes, introdujo el nombre de Billy Hsing en el ordenador. Aparecieron tres nombres iguales y escogió el que tenía unos cuarenta años. La pantalla mostró la fotografía de un hombre sonriente que se parecía mucho al cuerpo que estaba siendo transportado a cirugía. Deirdre pulsó una tecla para ver su historial de reacciones alérgicas a fármacos y descubrió que no tenía ninguna.

—Es un milagro, señor Hsing. Puede que esto te salve —dijo. El historial indicaba que su sangre era O negativa, lo que facilitaba aún más las cosas—. Dos de dos.

Corrió hacia cirugía quitándose la chaqueta blanca y metiéndola en un cubo de basura que había junto a la puerta. Se acercó a Rick Bradford para enjabonarse las manos.

—Hombre Zur de cuarenta y tres años, en buen estado físico, tiene múltiples heridas de bala. Una de las balas ha atravesado el chaleco, lo que indica que ha sido un disparo de cerca o balas de rifle automático. Creo que le ha alcanzado el pulmón derecho.

Rick asintió mientras se enjabonaba los brazos hasta los codos y echaba la cabeza hacia atrás para que Anne Thompson le cubriera la cara con una máscara quirúrgica.

—La herida del cuadrante inferior derecho es muy profunda, pero no creo que llegue hasta el intestino.

—Tercer milagro consecutivo —dijo Deirdre mirando hacia atrás—. Es O negativo y la alergia a la penicilina es negativa.

Anne le puso la máscara quirúrgica a Deirdre.

—Creo que tiene dos balas. Una se encuentra junto a una costilla detrás del pulmón derecho. La otra está junto a la médula. No ha tocado la aorta por un milímetro, pero puede haber afectado a la médula espinal.

—La bala junto a la médula me preocupa —dijo Deirdre mirando a Rick—. Comprueba primero el pulmón y dale respiración asistida. Luego vamos a por el intestino y, en caso de que sea necesario y pueda resistirlo, vamos a por la segunda bala, ¿de acuerdo?

—Me parece bien —contestó Rick secándose los brazos y levantando las manos—. ¡Guantes!

Otra enfermera —Deirdre creyó que podía tratarse de Cathy con el uniforme quirúrgico completo— le puso los guantes de látex. Cuando se separó del lavamanos y Deirdre empezaba a secarse las manos, las puertas de la sala se abrieron de nuevo. Rick se giró hacia el recién llegado y gritó:

—¡No puede estar aquí!

Una bala salió disparada de la boca del rifle automático que sostenía el hombre y el estruendo invadió la habitación. Rick se agachó para esquivar el disparo y, justo detrás de él, explotó un pote de cristal lleno de bolas de algodón. Anne soltó un grito y se apoyó contra la pared, mientras Rick seguía agachado con una rodilla en el suelo y la anestesista levantaba las manos. Cathy se acercó a Deirdre temblando con las manos en alto.

El pistolero señaló hacia el fondo de la estancia con el arma.

—¡Separaos de él! ¡Ahora! ¡Hacedlo! —gritó apuntando al policía con la pistola—. Este hombre es un enemigo del pueblo. Es hora de que muera.