Ciudad de Solaris, Solaris VII
Marca de Tamarind, Mancomunidad Federada
El dispositivo de escucha que el Departamento de Inteligencia había colocado en el despacho del duque Ryan Steiner era muy difícil de detectar. Estaba dividido en tres partes y se había montado de tal manera que desmontarlo requería no sólo una gran sincronía sino también mucha suerte. Aunque era únicamente auditivo, no necesitaba ninguna otra función ya que todo el tráfico visifónico de Ryan estaba intervenido y dos de sus criados eran empleados del Departamento de Inteligencia.
El micrófono del dispositivo era un cilindro metálico del tamaño de un lápiz y se había insertado en una de las tachuelas de la pared. Se encargaba de recoger las vibraciones de la conversación y transmitirlas a través de dos alambres a un dispositivo de grabación totalmente protegido. Estaba instalado en la parte inferior de la pared, cerca de una toma de corriente, de modo que cualquier campo magnético normal pudiera registrar el mínimo indicio de actividad desde el dispositivo. Tenía capacidad para veinticuatro horas de audio. Mediante un minucioso seguimiento del horario laboral de Ryan, los agentes sabían cuándo se llenaba el dispositivo y podían programar la purga para recuperar la información.
El dispositivo de salida estaba instalado en el marco de una ventana. Su función era enviar los datos auditivos a una velocidad de pulso tan elevada que hacía vibrar la gran ventana frontal. Los láseres ultravioletas que había frente a la ventana leían las vibraciones y un ordenador recogía los datos que serían transmitidos posteriormente. Un pulso sónico salía disparado hacia la ventana e iniciaba, detenía e interrumpía el dispositivo de salida para apagar la grabación en caso de que alguien entrase en el despacho.
La información auditiva contenía una codificación y una compresión de sesenta a uno, lo que significaba que tardaba un minuto en recoger una hora de datos codificados. Cuando se enviaban los datos, el dispositivo purgaba la memoria y quedaba preparado para recoger más. Ésta era la parte más delicada del dispositivo porque la información perdida era irrecuperable. Sin embargo, se consideraba un mal necesario porque la purga significaba que, aunque alguien descubriese el dispositivo, Ryan no tendría ni idea de la cantidad de información que se había recuperado.
Mientras que el dispositivo de salida era vulnerable a las vibraciones producidas por ruidos externos, una muestra del sonido durante el proceso de recogida proporcionaba al Departamento de Inteligencia los datos que necesitaban para eliminar esos sonidos de las grabaciones finales. Cuando se había filtrado el ruido de fondo, el sonido se descodificaba, se descomprimía y se volvía a filtrar para separar todas las voces. Cada voz se comparaba con los registros de los asociados conocidos de Ryan para que el DI pudiera averiguar quién ejercía cada función o qué misión se encomendaba a cada uno. A partir de esa información, los agentes creaban un programa sobre la organización de Ryan.
Cuando los agentes fueron a recoger las últimas veinticuatro horas de datos, no tenían modo alguno de saber que éstas contenían la orden de asesinar a Galen Cox que Ryan había dado a Newmark. Aunque aquello no era exactamente el arma del delito, Victor podía demostrar la complicidad de Ryan en la muerte de su madre, ya que la disposición del hombre para asesinar a alguien ayudaría a confirmar que era capaz de cometer un crimen.
Los agentes habían ocupado sus puestos habituales y utilizaban un silbido ultrasónico para iniciar la recopilación de datos desde la unidad. Cuando el sonido chocó contra el cristal de la ventana, el sensible micrófono de la pared lo registró y lo retransmitió a un dispositivo de grabación que lo reconoció al instante. Éste empezó a enviar el material a través de un cable de fibra óptica que acababa en el dispositivo de recopilación instalado en el marco de la ventana. Lo primero en aparecer fue una secuencia de comprobación que permitía saber a los agentes si los láseres leían correctamente la información. Tras la comprobación, un segundo silbido puso en marcha la máquina que empezó a enviar los datos registrados.
La secuencia de comprobación había indicado a los agentes que el dispositivo estaba lleno, así que se apresuraron hacia sus puestos de escucha, donde permanecieron durante media hora. Un dispositivo de emisión podría haber enviado la información con mucha más rapidez, pero también habría sido más fácil de detectar. Como su método de recogida de datos constaba de láseres ultrasónicos y ultravioletas, era totalmente invisible y, además, a las tres de la madrugada, las posibilidades de que alguien entrase en el despacho eran nulas.
Los agentes echaron un vistazo al vecindario y se aseguraron de que todo estuviera en calma. Las calles resbaladizas por la lluvia estaban cubiertas de charcos grasientos que emergían de las alcantarillas obstruidas. La gente aparecía y desaparecía entre las sombras, intentando que su presencia pasase inadvertida. La mayoría cruzaba la calle para no pasar por la acera impecable, donde se encontraba la casa de piedra rojiza que Ryan acababa de restaurar, por miedo a que el poderoso hombre los acechara y cambiara irreversiblemente sus miserables vidas.
Todos se mantenían alejados de la casa de piedra rojiza a excepción de un hombre. Los agentes sonrieron al oír su voz. Lo llamaban el «gritón» y creían que estaba loco de remate. Con la puntualidad de siempre, el «gritón» avanzó por la calle en frente de la casa del duque Ryan. El hombre, obviamente esquizofrénico con tendencias paranoicas, solía sermonearse a sí mismo utilizando dos voces distintas. Sus discursos eran incomprensibles y daba la sensación de que ambas partes acababan perdiendo.
Los agentes lo recordaron porque uno de los chicos tech había preguntado quiénes eran los dos hombres que discutían en la calle. Aquel comentario había provocado la risa de todos los agentes de campo, cuyas mentes les habían proporcionado la silueta sucia y encorvada del «gritón». El incidente había confundido a los chicos en presencia de los agentes de campo, que parecían decididos a no olvidarlo. Los agentes celebraron en silencio que el «gritón» estuviera allí cuando fueron a recopilar los datos.
Pero su mascota extraoficial los traicionaría aquella noche. Atrapado en un combate con sus demonios internos, el «gritón» recogió una piedra de la calle y la lanzó con todas sus fuerzas al escondite del individuo que él veía como el anticristo. No sabía que allí vivía el duque Ryan pero, de haberlo sabido, el «gritón» le habría otorgado el título de anticristo. De lo único que se daba cuenta era de que el edificio parecía estar fuera de lugar en aquel vecindario y, en un momento de lucidez, pensó que rompiendo una ventana conseguiría echar abajo la casa junto con los demás edificios de la calle.
La roca hizo añicos la ventana que se utilizaba para la recopilación. Los agentes que estaban de servicio se quedaron petrificados por un instante, hasta que a uno de ellos se le ocurrió soplar por el silbato que detenía el dispositivo de salida. El micrófono de la habitación logró registrar el silbido y detener la grabación, pero el incidente había interrumpido diez minutos de datos del dispositivo.
La pérdida de diez segundos de datos comprimidos no se consideraba importante, pero para reconstruir el intervalo de diez minutos tardaron una semana y media, además de un día para relacionar el intervalo con el asesinato de Galen Cox. Por desgracia, a aquellas alturas la información que podría haber detenido el plan antes de que se pusiera en marcha era tan efectiva como cerrar la puerta de un establo después de que se escaparan los caballos.
La precaución de Sven Newmark dio una segunda oportunidad a Galen de salvar su vida. Newmark suponía que la Inteligencia Davion tenía espías en los confines de la casa Steiner y que había interceptado las comunicaciones. Para contactar con el agente que perpetraría el asesinato de Galen, salió de la casa donde los vidrieros instalaban cristales antibalas y se dirigió a la estación de tránsito más cercana. Se giró varias veces para comprobar que no lo siguieran y, al no ver a nadie, entró en un banco de visífonos e hizo una llamada.
Newmark colocó la mano sobre el objetivo del visífono para impedir que su interlocutor lo viera.
—Buenos días, estoy buscando al florista.
El hombre asiático de la ventana asintió con la cabeza.
—Ha salido. ¿Quiere dejar algún mensaje?
—Queremos enviar un ramo a il Capo tras la defensa del título —contestó Newmark con voz firme sin dejar que le afectase el hecho de que estaba ordenando el asesinato de un hombre. La referencia a il Capo venía del apodo que Ryan había decidido utilizar para Galen Cox. El rango de Cox, Kommandant, podía interpretarse como il Comandante en italiano, pero il Capo era también un buen nombre y a Ryan le gustaba porque hacía que Galen pareciese un criminal. Sergei Chou, cuyos empleados se encargaban de la vigilancia de Katrina y Galen, entendía la referencia y la había utilizado en varios informes sobre sus actividades.
—Entendido. Cinco mil billetes C.
—Hecho. Cárguelo a la cuenta Rayo de luna —ordenó Newmark. Rayo de luna era una de las varias corporaciones secretas de las que Ryan disponía para hacer sobornos. Chou pediría al personal informático que entrara en la cuenta y la saqueara, lo que permitiría a Ryan negar su complicidad en el crimen en caso de que la cuenta diera indicios de tal complicidad.
Newmark cerró la conexión y volvió a la casa. La policía de Ciudad de Solaris grabó la conversación mediante los micrófonos de escucha instalados en las líneas de Chou y la descargó en los ordenadores del cuerpo. Las máquinas transcribieron la conversación y la leyeron en busca de palabras clave. La referencia al florista no fue detectada, pero sí el término «il Capo», precisamente por las nimias referencias criminales que tanto gustaban a Ryan.
La máquina envió la grabación y el informe a la división de crimen organizado de la policía, donde se compararon las voces con las de los criminales más famosos y se reconocieron inmediatamente. Los ordenadores identificaron a Chou al instante, pero no pudieron hacer lo mismo con Newmark, así que almacenaron la grabación para compararla con las voces de los criminales conocidos, de los medios de comunicación, celebridades y, finalmente, políticos. Las tres primeras comprobaciones, cada una de las cuales tardó un día en hacerse, no dieron resultado porque Sven Newmark no había hecho nunca un discurso en público en Solaris.
La última comprobación, la política, identificó su voz correctamente, pero tardó cuatro días más en llevarse a cabo porque los técnicos estaban más preocupados pensando en cómo reconstruir los datos enviados en el mismo instante en que la piedra del «gritón» rompió la ventana del despacho del duque Ryan Steiner.