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Ciudad de Solaris, Solaris VII

Marca de Tamarind, Mancomunidad Federada

29 de abril de 3056

Después de salir del palacio de su tío, que de hecho ahora era suyo, Kai ordenó a Tsen, el sobrino de Fuh Teng, que condujese el aerocoche por Solaris. Necesitaba tiempo para pensar y, a la vez, hacía todo lo posible por evitarlo. Daba instrucciones al conductor para que girase aquí y allá y, cuando la introspección lo abandonaba, se giraba y miraba a través de la ventanilla, dejando que el conductor deambulase sin rumbo fijo por las calles.

Kai se recreaba en las vistas y los sonidos de la ciudad. Había vivido allí casi tres años y, sin embargo, le parecía que aquélla era la primera vez que se fijaba realmente en ella. Las luces brillantes, a tiempos deslumbrantes, no ocultaban su sordidez, sino que la disfrazaban. La legión de gente de la calle, desde prostitutas y chulos hasta turistas desgarbados y misionarios coléricos de la secta neopuritana de Wildmon proporcionaban un improbable reparto para los dramas de Solaris. Las imágenes y los ruidos que su vehículo atravesaba en silencio otorgaban un aspecto ficticio a aquella realidad.

Solaris es un mundo para aquellos que no pueden afrontar la realidad. Kai se hundió en la tapicería de piel del aerocoche.

Solaris es un mundo para aquellos que se niegan a afrontar la realidad.

Entonces cayó en la cuenta de que estaba evitando ir a casa no porque quisiera tiempo para pensar, sino porque tenía miedo. Le parecía divertido. Ahí estaba él, Kai Allard-Liao, el campeón de Solaris, el hombre que había matado a miembros de los Clanes y había derrotado a Elementales en combate singular. Nadie habría adivinado qué era lo que lo hacía estar tan nervioso.

Una mujer y un niño. ¿Quién iba a creerlo? Kai sacudió la cabeza. ¿Cómo puedo temer afrontarlos cuando hay miles de millones de personas que afrontan y superan ese mismo temor?

—Tsen, lléveme a casa, por favor.

—Sí, señor —dijo Tsen girando el volante a la derecha y adentrándose con el coche en el camino que conducía a su casa—. Ya hemos llegado.

Kai levantó la vista.

—No hacía falta que fuera tan rápido, Tsen.

—Puedo dar unas cuantas vueltas más si lo desea, señor.

—No, ya está bien. Me bajaré ahora —dijo abriendo la puerta para salir del vehículo. Cerró la puerta y subió los escalones que conducían a la puerta frontal del edificio mientras Tsen aparcaba el aerocoche en el garaje que había al otro extremo de la calle. Kai se llevó la mano al bolsillo para buscar la llave magnética, pero Keith Smith le abrió desde dentro.

—Bienvenido a casa, Kai.

—¿Keith? No esperaba verte aquí —dijo Kai estrechándole la mano—. ¿Hay algún problema?

El experto en informática sacudió la cabeza.

—La verdad es que no. Después de que salieras del despacho de tu tío, un representante de ComStar llegó con la noticia de que se había autorizado a una estrella de Elementales de los Halcones de Jade dirigida por el coronel estelar Taman Malthus a que viniera a Solaris. El holodisco está en tu escritorio y la orden data de principios de marzo.

Kai soltó una sonora carcajada.

—ComStar sí que sabe cómo cubrirse las espaldas.

Keith hizo un gesto de asentimiento.

—Dime una cosa.

—¿Sí?

—Si observara las proyecciones estructurales de mi Nave de Salto desde, digamos, principios de marzo, ¿vería alguna estructura que empiece cerca del espacio de los Halcones de Jade y acabe en la aldea de Joppo en Solaris?

Kai apoyó la mano en el hombro de Keith.

—Sin tu trabajo, no podría haberlos traído aquí. Esperaba que llegase la autorización para que pudieran ver la defensa del título desde mi cabina, pero la burocracia es demasiado lenta en estos casos. Casi al mismo tiempo que los Halcones llegaron a Equatus, se envió un mensaje al capiscol marcial de ComStar en Solaris en el que se explicaba quiénes eran y qué estaban haciendo. Creo que el hecho de presentarles un fait accompli los indujo a dar la autorización y aun así tardaron dos días. No quería mantenerte al margen, amigo, pero si no lo sabías ComStar no podía hacerte responsable. Como yo soy un oficial del gobierno de Saint Ivés y los Halcones están aquí en una misión «diplomática», en fin, es cierto que ComStar puede molestarse conmigo, pero no puede hacer mucho al respecto.

—Gracias por protegerme —dijo Keith volviendo a estrechar la mano de Kai—. Tengo que irme. Parece que Larry consiguió una cita con aquella modelo que conoció en la recepción de tu tío. Kristina y yo hemos quedado con ellos para asistir al estreno de una actuación de Kessler en Silesia y llego tarde.

—Diviértete, Keith, y gracias por lo que hiciste por rescatar a mi hijo.

—Es un niño precioso, Kai. Eres muy afortunado —dijo Keith mientras se alejaba—. Me alegro de haber podido ayudarte.

Kai cerró la puerta detrás de su ayudante y no había llegado ni a la mitad del vestíbulo de mármol cuando Taman Malthus apareció por un pasadizo abovedado que conducía al ala oeste. El Elemental desarmado dio un paso al frente y apretó la mano de Kai con su enorme puño.

—Bienvenido a casa, Kai Allard-Liao.

—Gracias, Taman Malthus —dijo Kai estrechando la mano del Halcón de Jade—. No podré pagar nunca la deuda que tengo contigo.

El Elemental de ojos azules sacudió la cabeza.

—Tú y yo luchamos juntos, nos aliamos y arrebatamos un planeta a ComStar. Entre nosotros no existen los favores. Tú me honraste confiando tu descendencia a mis hombres y a mí. Si tuviéramos que comparar deudas, sería yo el que estaría en deuda contigo porque hacía demasiado tiempo que no luchaba.

Kai sonrió y se puso de puntillas para ver si había alguien detrás de Malthus.

—Seguro que no estás solo. ¿Dónde está el resto de tus hombres?

—La mayoría han vuelto a Joppo para hacer el equipaje. Ahora que tenemos la autorización de ComStar, pasaremos un tiempo en la ciudad —dijo Taman antes de señalar al techo—. Locke y Slane están arriba protegiendo a tu hijo de otra depredación de Tormano.

Kai lanzó un fuerte suspiro.

—No creo que tengamos que preocuparnos por él. Si pudiera elegir intentaría enviarlo contigo y buscarle un puesto en una unidad solahma cazadora de bandidos. Pero, tal como están las cosas, será mejor darle la jubilación y mantenerlo bajo control.

—Por lo que ha hecho merece que acabemos con él y con su descendencia —dijo Malthus con una mirada fría en los ojos—. Puede que tu hijo sea un librenacido, pero posee tu herencia genética. Negarlo a la humanidad habría sido un crimen imperdonable, un crimen por el que la línea de tu tío debería debilitarse y morir.

—Es obvio que tu solución es más limpia que la mía, pero no tengo esa opción. Mi tío era un hombre ambicioso y frustrado y sentía la obligación de actuar —dijo Kai con el entrecejo fruncido—. Si eso fuera un crimen capital en la Esfera Interior, cada mundo sería un osario.

—Y la recolecta de una cosecha de ambiciones sólo dejaría espacio para que creciese otra en su lugar.

Kai sonrió al hombretón.

—Has aprendido mucho sobre la Esfera Interior.

Taman se rascó su cabellera perfectamente peinada.

—La única diversión de Joppo consiste en ver dramas holovisuales. Por supuesto, la serie «Guerrero inmortal» es arte pese a su surrealismo, pero los demás programas sólo hablan de la condición humana.

Es una perspectiva interesante.

—¿Has dicho que mi hijo está arriba?

—Te sentirás orgulloso de él, Kai. Es valiente y fuerte —dijo Malthus con una sonrisa en los labios— y, cuando lo he llamado «librenacido» no pretendía faltarle al respeto. Los Clanes os habrían juntado a ti y a su madre y habrían creado un gran sibko de guerreros.

Kai iba a responder cuando advirtió movimiento a lo lejos. Pensando que los otros Elementales habían salido a saludarlo se giró hacia ellos con una sonrisa en los labios.

Deirdre Lear se despertó de golpe, algo desorientada e incapaz de recordar dónde se encontraba. Las luces brillaban en la habitación, incluyendo las lámparas que había sobre las mesas a ambos lados del sofá donde se encontraba. Se levantó, miró a la derecha y vio a David arropado en una manta azul y tumbado en una cama improvisada. Detrás de él había dos Elementales, en guardia y bien despiertos, con una expresión que denotaba cierta confusión.

Oyó unas voces que venían del piso de abajo y se filtraban por la puerta, primero el tono grave de Taman Malthus y a continuación una voz más suave. No reconoció ninguna palabra, pero el tono y el ritmo de los sonidos le resultó familiar. Se peinó con los dedos, se estiró las mangas de la blusa y pasó corriendo junto a David en dirección a la puerta.

Se detuvo en lo alto de las escaleras, empezó a descender y se quedó helada cuando él la miró.

—¿Kai?

—¿Deirdre?

A pesar del cansancio que se reflejaba en el rostro de Deirdre, todos los signos de fatiga desaparecieron cuando esbozó una amplia sonrisa. Vio la misma luz en sus ojos que la había atraído desde el momento en que lo conoció y empezó a subir las escaleras con la elegancia que recordaba de Alyina.

—Dios, Deirdre, ha pasado tanto tiempo.

Su corazón empezó a latir con fuerza en su pecho y sintió que se sonrojaba. Siguió bajando las escaleras, más rápido de lo normal pero no tanto como para perder el equilibrio.

Pasó los brazos alrededor de su cuello y lo apretó con fuerza contra ella. Sus brazos la rodearon y él también la atrajo con fuerza hacia sí, haciendo que el miedo que había pasado durante su estancia en la finca se desvaneciera por completo.

Ella deslizó las manos por debajo de su pecho y lo empujó suavemente hacia atrás. Él la soltó lentamente y colocó las manos sobre sus brazos mientras ambos daban un paso hacia atrás. Deirdre observó sus grises ojos y bajó la mirada.

—Me he portado tan mal —dijeron los dos al unísono.

Kai echó la cabeza hacia atrás y rió y Deirdre se recreó en ese sonido que tanto había echado de menos desde Alyina. Podía decir por su voz que no había cambiado mucho desde la última vez que estuvieron juntos. Parecía más seguro de sí mismo, pero la tentadora gentileza de sus manos deslizándose por sus brazos hasta alcanzar las suyas le recordó su meditada precaución.

El «Kai» de ella ahogó el suave «Deirdre» de él, y éste inclinó la cabeza para indicarle que hablara.

—Kai, tengo que explicarte algunas cosas. Estaba muy confundida, increíblemente confundida hasta no hace mucho. Sobre ti y sobre mí. Te juzgué de una manera que no debía. Lo siento.

Kai le acarició la barbilla con la mano.

—No importa, Deirdre. El pasado es el pasado.

—Sí que importa, Kai, por favor —dijo conduciéndolo a un banco tapizado que había debajo de un espejo en una de las paredes. Al sentarse vio de reojo cómo Taman desaparecía a través de una puerta del piso de arriba—. Te juzgué mal. Cuando volví a Odell, ya habías iniciado tu carrera ascendente hacia lo más alto de Solaris. Pensaba que habías decidido venir aquí para molestarme. La muerte de mi padre en este mundo en manos del tuyo fue lo que nos separó cuando nos conocimos y creía que me estabas enviando un mensaje.

Se recolocó un mechón de pelo negro detrás de la oreja.

—Cuando tuve a David, mi padrastro me insistió para que me pusiera en contacto contigo, pero por aquel entonces ya te habías convertido en una gran personalidad. Los medios de comunicación mostraban cuánto te parecías a tu padre y aquello me corroía por dentro. Creé de ti el peor estereotipo de guerrero que pude imaginar, convirtiéndote en un ogro borracho y mujeriego cuyo único placer era herir y matar a sus enemigos. No quería tener nada que ver contigo y quise proteger a David de ti.

»Quería creer lo peor y, a causa de ello, no advertí los signos que indicaban que, en realidad, no habías cambiado. Por descontado, sabía muy poco hasta que hoy tuve una conversación con Keith y me enteré de todas las reformas que has instituido, pero mi decisión de negarme a creer nada bueno sobre ti tampoco me permitía tener pista alguna de tus actividades. Entonces, cuando llegué a Zurich, a una clínica financiada por las Organizaciones Benéficas de Cenotafio, creí que dabas dinero porque eras tan rico que querías alardear de ello. La acción benéfica de dar ropa a los niños se transformó, en mi mente, en un descarado intento de hacer publicidad.

Ella le apretó las manos con fuerza.

—Me di cuenta de lo ciega que había estado cuando tu tío nos tuvo como rehenes. Sabía que aquel acto era malvado y que sólo podía beneficiarlo a él, limitando de algún modo tus acciones. El hecho de que te opusieras a él, en fin, dejaba claro que tú no eras el malo. Si fueras el monstruo que había imaginado nos habrías abandonado.

Kai palideció y sus manos temblaron.

—Sí que os abandoné.

—No. Keith no me ha dicho dónde habías ido ni qué habías hecho, pero, si estaba relacionado con el hecho de que la dama Omi Kurita estuviera en tu casa, debía de ser muy importante. Como no soportaba eso, Keith me explicó todo lo que habías hecho para evitar que tu tío supiera que lo habías desafiado. Igual que en el pasado, dejaste tus preocupaciones personales a un lado por el bienestar de otros.

Deirdre vaciló un momento y una lágrima le resbaló por la mejilla. Kai le secó la cara.

—No tienes por qué hacer esto, Deirdre. No tienes por qué castigarte a ti misma.

—Pero no puedo evitarlo, Kai. Mi castigo es pedirte perdón —dijo levantando la vista y topando con la inquebrantable mirada de él—. Verás, te había convertido en un monstruo no por algo que hubieses hecho, sino porque creía que habías utilizado lo que yo te había dicho para justificar tu viaje aquí.

Estaba enfadada contigo por distorsionar y traicionar lo que habíamos vivido juntos en Alyina y por no vivir de acuerdo con las posibilidades que temía que me consumieran.

Kai soltó una tierna carcajada, acercó las manos de ella a sus labios y las besó.

—Tenías derecho a estar enfadada conmigo. Sí que te traicioné y no merecía ser el padre de tu hijo.

Ella lo miró extrañada.

—Pero las organizaciones benéficas, los contratos que ofrecías, lo que has hecho para enfrentarte a tu tío son cosas de las que puedes estar orgulloso.

—Supongo que tienes razón.

Deirdre arqueó una ceja.

—Creo que me he perdido algo.

—Como yo, doctora… —dijo Kai mirándola sin poder reprimir una sonrisa—. Cuando me dejaste en Alyina dijiste que era porque tenía una mentalidad militar. Taman y los demás Elementales me convencieron de que era un guerrero muy bueno y tus palabras se convirtieron en una opinión generalizada. Con eso en mente, y debo reconocer que poco más, vine a Solaris. Me desvié para asistir al funeral de Hanse Davion y para visitar la tumba de mi padre, pero nunca perdí de vista mi objetivo.

»Verás, durante toda mi vida, mi padre fue el mejor guerrero que había conocido jamás. Me metí en la cabeza que si venía a Solaris y duplicaba su éxito yo también demostraría que era un gran guerrero. Habría aceptado tu opinión sobre mí porque significaba que habías visto al verdadero yo. Después, parte de la filosofía de los Clanes empezó a mezclarse en mi cerebro hasta que, tras derrotar todo lo que este mundo tenía para ofrecer, me sentí como si estuviera rindiendo homenaje a mi padre. Con cada victoria no sólo aumentaba mi fama, sino también la suya. Por eso llamé a mi agencia «Cenotafio», porque la había creado en memoria de él. Ayudando a otra gente que había estado en Alyina o en la guerra, difundí aquella idea en memoria de los fallecidos durante la guerra contra los Clanes.

Kai tragó saliva.

—Pero hace poco conocí a alguien cuyos sueños de gloria colisionaban con mis esperanzas de paz y me di cuenta de que no glorificaba a mi padre, sino que me burlaba de él. El mensaje que me quedó más grabado es de cuando luchó y mató a tu padre. Me dijo que matar a un hombre no debía ser fácil y yo le prometí que nunca violaría aquella máxima. Ya había matado suficiente en la guerra y pensaba que honraba a mi padre ganando aquí gracias a mi habilidad y no en medio del caos.

»Lo que me faltaba por aprender era una lección mucho más importante. Una vez le pregunté por qué había dejado Solaris después de convertirse en campeón y me dijo que era porque el mundo real lo necesitaba. Muy lejos de aquí me di cuenta de que me había estado escondiendo del mundo real. Todas las organizaciones benéficas, todas las reformas, todas las cosas que había hecho no eran más que concesiones para mi conciencia, sobornos para quedarme aquí y evitar mi destino.

Deirdre acercó las manos de él a su rostro y las besó.

—Pero aquellos programas ayudaban a la gente. Son una verdadera ventana de tu alma. En Alyina me dijiste que estabas dispuesto a aceptar las responsabilidades de un guerrero y, aunque son terribles, permitían a otros que no las soportaban no tener que intentarlo. Ahora ya lo has hecho y lo has hecho muy bien.

—Sí, Deirdre, sí, pero no he aceptado todas las responsabilidades que puedo aceptar. Cuando volví aquí y decidí cómo enfrentarme a mi tío, lo hice sin remordimientos. Un guerrero lo habría matado, pero yo encontré la manera de neutralizarlo sin causar su muerte. Tengo la confianza de Victor Davion (un bien desaprovechado por aquí) y debo estar disponible para él. Tengo responsabilidades para con mi familia y la gente a la que mi madre gobierna. Al ocupar el puesto de mi tío al frente del movimiento por una Capela Libre reconozco mis responsabilidades con los sueños de mucha gente que desea volver a ver la unión de la Confederación Capelense.

Kai sonrió.

—Por descontado, reformaré Capela Libre, la canalizaré y dirigiré mis esfuerzos a preservar nuestra cultura y fortalecer a los capelenses como pueblo. Puedo guiarlos y los guiaré. Al menos eso creo. Espero poder.

El corazón de Kai se ensanchó al ver sonreír a Deirdre.

—Puedes y lo harás. Lo harás maravillosamente.

Él bajó la mirada, incapaz de topar con la de ella.

—Y luego está la mayor responsabilidad de todas, pero no creo que pueda afrontarla… —dijo Kai levantando la cabeza—. Al menos no solo. ¿Tú podrías…?

Deirdre apretó su mano contra los labios de Kai para que callara.

——Basta de charlas.

—Pero…

—No —dijo Deirdre levantándose del banco y estirando el brazo de Kai para que hiciera lo mismo—. Ven conmigo, Kai Allard-Liao, hay algo muy importante que debo hacer —añadió con una sonrisa en los labios que borró la distancia que los cuatro últimos años habían erigido entre ambos—. Es hora de que te presente a tu hijo.