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Nave de Descenso Taizai,

estación de recarga y transferencia Tetersen,

distrito de Donegal Mancomunidad Federada

24 de diciembre de 3055

La gravedad cero permitió a Kai agarrarse a los travesaños de la escalera de tránsito e impulsarse a través del tubo de acoplamiento que conectaba su Nave de Descenso Zhangshi con la Nave de Salto, la Taizai, que la llevaría de Tetersen a Colinas y luego a Solaris junto a otras cuatro Naves de Descenso. El avance de la Nave de Descenso hacia la estación de carga confería una sensación de gravedad, pero la sensación se disipó cuando la nave se detuvo y su gigantesca vela se extendió para recoger la energía solar que consumiría la hiperpropulsión. Sin gravedad, todo lo que no estuviera bien sujeto flotaría por inercia. De ahí que Kai se diera impulso para alcanzar el centro de la Nave de Salto.

Pasó por un corto pasillo y entró en otro tubo de acoplamiento. Se sujetó a un montante y se deslizó hasta la plataforma sirviéndose del pasamanos para empujarse hacia adelante. Esto redujo su velocidad de tránsito, pero el joven de pelo oscuro no tuvo problemas para avanzar. Aunque se dirigía a la Nave de Descenso kuritana por invitación de un amigo, la invitación había sido transcrita formalmente y solicitaba su asistencia no como campeón de Solaris, sino como el duque designado para ocupar el trono de la Comunidad de Saint Ivés.

Al doblar una esquina del tubo de acoplamiento obtuvo una primera panorámica de los soldados de la Fuerza de Seguridad Interna del Condominio que supervisaban la cámara que conducía a la Taizai. Uno de ellos se parecía a Kai, con los ojos oscuros y achinados y el tono amarillento de la piel de un antiguo linaje asiático. El otro soldado también tenía los ojos rasgados, pero la piel, algo más oscura, y el pelo negro y rizado sugerían que había heredado una fuerte dosis de sangre africana.

Kai se dirigió al fondo del pasillo y, cuando estuvo a unos dos metros de ellos, se agarró con fuerza al pasamanos para permanecer inmóvil. Con los pies en la plataforma y haciendo fuerza para no elevarse, ejecutó una solemne reverencia.

Konnichi-wa —dijo incorporándose lentamente. Mantuvo una expresión neutra, ocultando el esfuerzo que suponía mantenerse erguido sobre la plataforma.

Konnichi-wa, Kai-sama —dijo el joven soldado asintiendo con la cabeza mientras su compañero más moreno le dirigía una mirada de desaprobación.

Kai supuso que la expresión del otro hombre no se debía a la informalidad que había mostrado su compañero. Las palabras «Allard-Liao» eran como un trabalenguas: demasiadas eles y erres para los nativos japoneses. De hecho, él prefería que lo llamaran por su nombre, ya que eso reducía la curiosidad que despertaba en la comunidad del Condominio en Solaris. Pero lo que era todavía más significativo era el uso del título de «Kai-sama», que revelaba que los dos hombres de las FSI se encontraban en bandos distintos dentro de la actual escisión del Condominio Draconis.

Solaris, el Mundo de Juegos, atraía a MechWarriors de todos los imperios estelares de la Esfera Interior. Ciudad de Solaris, la capital, estaba dividida en cinco distritos, cada uno identificado con una de las Grandes Casas dirigentes de la Esfera Interior. Los guerreros de los diversos estados vivían con su propia gente dentro de sus propios sectores de la ciudad y luchaban en ruedos locales. Además de Terra, que presumía de una neutralidad establecida y administrada por ComStar, Solaris era uno de los pocos mundos en toda la inmensidad del espacio humano donde convivían personas de distintas nacionalidades.

Aunque la mayoría de los guerreros gozaban de un gran número de seguidores en su nación nativa mediante la presentación y retransmisión de luchas, los guerreros del Condominio eran diferentes. Los dirigentes kuritanos nunca habían permitido la distribución legal de holovídeos de lucha y trataban las versiones plagiadas del mismo modo que las armas, los explosivos o las drogas ilegales. Incluso la posesión de vídeos privados por parte de los ciudadanos podía suponer la confiscación de éstos cuando el individuo entraba en el espacio del Condominio. Para calmar el sentimiento de indignación de un visitante, normalmente se lo consolaba con la ficción de que el vídeo se le devolvería en el momento en que saliese del espacio del Condominio.

Kai creía que las razones de tan duro tratamiento podían justificarse si se veía desde la perspectiva de la dominante cultura japonesa del Condominio. Tenía su origen en el código medieval de bushido o comportamiento del guerrero. Sus máximas disponían que todos sus ciudadanos eran, en última instancia, posesión del coordinador dirigente y que todas sus acciones se debían llevar a cabo con honor, compasión y deber para con el prójimo, según los deseos de sus maestros. Estos maestros, a su vez, sometían su poder a los deseos de sus propios maestros y así sucesivamente hasta que todo volvía a desembocar en el coordinador del Condominio Draconis.

Los guerreros del Condominio que luchaban en Solaris no eran samurais audaces como sus paisanos brethnen, sino que eran ronin. Durante milenios, los ayudantes ronin habían sido venerados y castigados al mismo tiempo dentro de la cultura japonesa. Como Robin Hoods modernos, eran admirados por su coraje pero se los consideraba deshonrosos porque no reconocían a ningún señor. Con el resurgimiento del bushido en la cultura del Condominio durante los últimos cuatro siglos, los guerreros ronin eran más despreciados que venerados. De hecho, la mínima muestra de interés en los juegos de Solaris se consideraba oficialmente vergonzosa, similar al gusto por la pornografía en otros estados.

«Kai-sama» era un título que Kai había recibido cuando superó al mejor luchador del Condominio, Theodore Gross, en su carrera hacia la gloria. Antes de la batalla, Gross había alardeado de su habilidad e imbatibilidad, mientras que los promotores se referían a la batalla como un combate entre un luchador de ruedos experimentado y un diletante aburrido que necesitaba que alguien le diera una lección. Nadie mencionó en ningún momento el hecho de que Kai hubiese concedido a su opositor veinte toneladas en materia de BattleMech, así que, cuando Kai derribó a Gross a los treinta segundos del primer intercambio, su silencioso compromiso por el trabajo bien hecho le procuró de inmediato muchos seguidores dentro del Condominio.

Pero también tenía enemigos, no sólo Thomas DeLon, el propietario de la agencia para la que Gross luchaba.

Kai sonrió educadamente.

—Vengo por invitación de Kurita Omi-sama.

El hombre mayor asintió con la cabeza.

—Estábamos al corriente de su llegada. Por aquí, señor.

Kai lo siguió mientras observaba con curiosidad la forma en que su túnica y sus pantalones almidonados se le ajustaban a la piel y le permitían moverse con comodidad. El soldado no abrió la boca en el camino a la Nave de Descenso, pero el hecho de que no hubiera nadie más por el pasillo dio a entender a Kai que su paso estaba siendo controlado y su presencia en el lugar se mantenía en el más alto secreto.

La invitación le había llegado a través de los canales diplomáticos normales, el acceso a los cuales estaba completamente restringido. La solicitud de asistencia por parte de Omi había sido enviada desde la Taizai a la estación retransmisora de ComStar en Tetersen y había llegado a Kai en la Zhangshi a través de la oficina del Ministerio de Estado del planeta. Por este motivo, Kai había llegado a la conclusión de que su visita no se había mantenido en secreto para todo el universo, sino para la parte del Condominio de la Nave de Descenso, lo cual tenía cierto sentido.

Dado que el Condominio, por lo general, estaba convencido de que los juegos de Solaris y sus devotos formaban un conjunto de dudosa reputación, permitir la visita abierta de Kai a la nave habría sido una deshonra. El hecho de que Omi se dirigiese a Solaris debía de haber causado un continuo conflicto interno entre los asignados para la misión, ya que, aparentemente, realizar una misión así era una vergüenza. No obstante, Kai no acababa de creer que le hubieran asignado el trabajo como una forma de castigo por transgredir las órdenes de su padre, Theodore Kurita. Después de todo, tampoco conocía la mente del coordinador.

Pero sí que conozco a Omi y sé que nunca permitiría que yo cargase con una parte de su deshonra. Kai se sintió más tranquilo al pensar en ello y tuvo que esforzarse por ocultar una sonrisa cuando el soldado de las FSI llegaba a la entrada de un pasillo cuyas paredes estaban cubiertas de paneles shoji con celosías de papel y madera.

—Tendrá que esperar aquí a su Alteza.

Kai asintió mientras se quitaba los zapatos de suela de goma que había llevado durante el trayecto. El soldado había sacado un par de zapatos de alquiler de un pequeño agujero en la pared y se lo había pasado a Kai. La lengüeta de los zapatos era tan exageradamente larga que le subía por la espinilla y le llegaba a la rodilla. Se puso el derecho y fijó la banda elástica alrededor de la rodilla, uniendo los dos extremos de velero.

Al ponerse el segundo zapato advirtió dos cosas. La primera era algo que cualquiera, excepto la gente del Condominio, habría considerado una insignificancia: el color de los zapatos. El gris hacía juego con sus ojos y combinaba bien con el verde esmeralda de sus pantalones. Los mismos encargados de supervisar su llegada y abrirle paso debían de haberse asegurado de que ni la forma ni el color de los zapatos incomodasen a Kai o a su invitado.

La segunda cosa que advirtió fue que la punta del zapato disponía de los ganchos de polímero duro del velero utilizado para fijar la cinta a la rodilla. Sabía por propia experiencia que los dientes de velero podían clavarse en la carne, por lo que los zapatos no respondían a la última moda en accesorios. Estos pensamientos se disiparon enseguida, exactamente cuando el soldado abrió un panel shoji e indicó a Kai que pasara a la pequeña estancia que había al otro lado.

De no haber sido por el sutil indicio de unas rayas difusas y delicadas que recorrían las esteras de tatami del suelo de la cámara, Kai habría creído estar en una pequeña sala de té. De apenas tres metros cuadrados, la habitación se volvió acogedora desde el momento en que dobló las rodillas y flotó hacia el interior. Si no se hubiera agachado al entrar se habría golpeado la cabeza contra el techo, por lo que se alejó de éste y se preparó para aterrizar sobre la estera. Al caer, se puso de rodillas y se acomodó entre las difusas rayas.

Inmediatamente hizo una reverencia al otro ocupante de la sala.

Konnichi-sa, Kurita Omi-sama —dijo Kai tocando la estera con la cabeza e incorporándose de nuevo con lentitud.

Omi Kurita le sonrió antes de inclinarse ella también. Era alta y esbelta y tenía el pelo largo y negro, recogido en la nuca con una gruesa cinta roja. Llevaba un kimono de seda con una franja verde esmeralda al final de las mangas, el cuello y la bastilla. El vestido era de color marfil, con unos dibujos de garzas tejidas en seda y una faja verde alrededor de la cintura. Kai supuso que había escogido aquel kimono para que combinara con la ropa que él llevaba puesta. Sus zapatos, también de marfil, contribuían a ensalzar su belleza.

—Me alegro mucho de volver a verlo, Kai Allard-Liao —dijo Omi sin eludir ninguno de los difíciles sonidos que componían el nombre de Kai—. Su visita es un honor para mí.

—Como lo fue su invitación —contestó Kai observando cierta precaución en sus azulados ojos, pero sin descubrir el motivo hasta que no se abrió otro panel en la pared que había frente a él. El individuo arrodillado al otro lado mantenía la mirada fija en el suelo y se movía con una rigidez que a Kai le pareció de una formalidad extrema. Lo poco que hemos dicho es una infracción del protocolo. Aquí no somos nosotros mismos, sino representantes de nuestras naciones.

Kai colocó las manos sobre sus muslos, observando el reflejo de Omi en el cristal mientras la tercera persona introducía cuidadosamente un cofre largo y estilizado. El viejo, tan agachado como la edad se lo permitía, hizo descender la caja de caoba hacia la estera y la colocó en su sitio. Aunque estuvo tanteando para encontrar los tres pasadores de metal que aseguraban la tapa, Kai tuvo la sensación de que lo había hecho deliberadamente, lo cual le sorprendió mucho ya que no captó ninguna muestra de disculpa cuando el hombre susurró «Sumimasen».

Kai adoptó una expresión seria. Tus pensamientos se parecen demasiado a los de tu padre y demasiado poco a los de tu madre. Las culturas asiáticas de China y Japón estaban en cierto modo unidas a las del Condominio, la Comunidad de Saint Ivés y la Confederación Capelense. Aunque Kai era hijo de Candace Liao, gran duquesa del Condominio de Saint Ivés y antigua heredera al Trono Celestial de la Confederación Capelense, había crecido en los confines de la Mancomunidad Federada. Comprendía y se enorgullecía de su linaje asiático, pero casi siempre evitaba la lógica de la filosofía occidental, menos elegante y sutil, cuando buscaba su propio camino.

Como si le hubiera leído la mente, Omi asintió levemente en dirección al hombre.

—Jiro Ishiyama es un maestro de té que ha servido al coordinador desde antes de la época de mi abuelo.

Kai prestó suma atención a sus palabras y se relajó. ¡Un cha-no-yu y nada menos que en gravedad cero! Omi me honra, o su nación honra la mía más de lo que ninguna otra nación lo ha hecho jamás. Esbozó una leve sonrisa que contuvo antes de que Omi la pudiera advertir pero que, debido a los vínculos entre sus culturas, seguro que había captado.

Esforzándose por mirar con ojos asiáticos mientras el maestro de té se preparaba, Kai empezó a advertir los sutiles matices que, de lo contrario, se le habrían escapado. El papel de los paneles shoji, por ejemplo, tenía una filigrana que parecía un dragón, y la ropa del hombre estaba desgastada por los codos y las rodillas, una clara muestra del tiempo que debía de hacer que la llevaba. El hecho de que Kai pudiera ver las rodillas del hombre significaba que el maestro de té no llevaba velero y que su capacidad para permanecer inmóvil indicaba a Kai la razón por la que había conservado su oficio durante tanto tiempo.

Aquélla era la primera vez que Kai asistía a una ceremonia de té, pero las que había visto en dramas y documentales holovisuales no tenían lugar en gravedad cero. En todos ellos, la ceremonia transcurría alrededor de una mesa, y en aquella habitación no había ninguna. ¿Dónde colocará sus instrumentos?

El maestro de té sacó dos tazones de un azul brillante del interior del arcón y simuló que los colocaba sobre una mesa invisible. Cuando retiró las manos nudosas y manchadas, los tazones siguieron flotando en el aire a unos diez centímetros del tatami mientras se giraba hacia el arcón. Los tazones se mantuvieron en el aire, bamboleándose ligeramente y sin ninguna sincronización a un ritmo que a Kai le parecía casi hipnótico.

El trance se interrumpió cuando Ishiyama sacó el siguiente elemento del arcón, sosteniendo la gruesa esfera de cristal como si fuera una frágil pompa de jabón. Kai se dio cuenta de que las dos aberturas precintadas estropeaban la perfección de la bola, pero al mismo tiempo se maravilló de lo perfecto que podía llegar a ser un elemento creado por el hombre. Una de las incisiones de la bola se abrió cuando apareció un punto negro cuya circunferencia contenía una cuarta parte de acero inoxidable procedente de la incisión cerrada. La segunda abertura resultó ser una sección de la bola conectada a un claro cilindro que llegaba al centro de la esfera.

El maestro de té sacó también el cilindro del arcón y lo dejó flotando. El instrumento planeó por encima de los dos tazones y, al observar su rotación, Kai se dio cuenta de que lo que creía que era una gruesa pared de cristal en realidad eran dos paredes con un espacio abierto entre ambas. Aislado como un termo, pensó Kai, que reprimió una sonrisa. Entonces debe de ser ahí donde se prepara el té.

Ishiyama se giró hacia el cofre por última vez y retiró un pequeño arcón de té y un cilindro plateado con una boca en forma de aguja. A continuación colocó el arcón de té en el suelo mientras el cilindro plateado flotaba en el espacio como un zepelín. Ishiyama lo sujetó con firmeza, giró la parte inferior y lo levantó. El cilindro se contrajo unos tres centímetros y emitió un crujido casi inaudible.

El maestro de té soltó el cilindro y dejó que flotase perpendicular al suelo. Concentrado en el arcón de té, levantó la parte superior de la pequeña caja octogonal con más fuerza de la que era necesaria. El movimiento produjo un vacío y unos pequeños trozos de hojas de té salieron disparados hacia arriba en cuanto retiró la tapa del arcón. De no haber sido por la gracia comedida y la gravedad de los movimientos de Ishiyama, Kai habría creído que había cometido un error.

Pero no era así. Con un suave golpecito, el hombre abrió el pasador de la esfera de preparación de té y lo lanzó en espiral hacia arriba, siguiendo la línea que dibujaban en el aire las partículas de té. Como si la abertura fuese el polo sur de algún planeta, la esfera se colocó en la posición idónea para recoger las hojas de té. Lenta y delicadamente, chocando entre ellas a medida que se adentraban en el cilindro de cristal, las hojas siguieron elevándose hasta quedar atrapadas.

Casi como si jugara, Ishiyama observó la esfera de cristal de reojo. Volvió a colocar la tapa sobre el arcón de té y, con un giro de muñeca, se hizo con unas cuantas hojas. Él manojo salió volando a más velocidad que el resto, pero sin alejarse demasiado. Kai no tenía la menor duda de que sería capaz de introducirlo todo en el receptáculo —los blancos paneles shoji no ocultarían las hojas que intentasen escapar— y se dio cuenta de que no debía deshonrar al maestro de té intentando descubrir algún movimiento vacilante.

El hombre cerró la esfera de té y retomó el arcón. Devolvió este último al cofre mientras la bola de cristal aterrizaba lentamente sobre la estera de tatami y, antes de que tocara el suelo, agarró con firmeza el cilindro e insertó la aguja en la boquilla de la esfera. Tocando delicadamente la palanca que había en la base de la aguja, introdujo agua hirviendo en la esfera.

Kai sonrió. Eso debe de ser un proceso de calentamiento químico. Ha calentado el agua y ésta se ha expandido y ha creado la presión necesaria para salir propulsada hacia el interior de la esfera. Cayó en la cuenta de que debería haber imaginado todo el proceso con sólo examinar la naturaleza de la tetera, pero intentó deshacerse de aquella idea. Eso es ciencia y esto arte.

El agua caliente se deslizó hacia el fondo de la esfera y revoloteó en su interior a medida que entraba el agua. Cuando ya la había llenado lo suficiente, Ishiyama sacó el cilindro de la esfera y lo devolvió al cofre. Sosteniendo la esfera con ambas manos, empezó a remover el agua cautelosamente hasta impregnar las paredes de la bola. El agua había humedecido el té, que, a su vez, había teñido levemente el agua.

Cuando el agua cubrió el interior del globo, Ishiyama hizo rodar la esfera noventa grados. Las turbulencias del interior desprendían destellos de luz en el agua y el impacto con el cilindro de las hojas de té creó una espuma que se tornó verde pálida. Cuando el agua la rozó, el líquido empezó a oscurecerse.

Cada vez que la moción del agua se detenía, Ishiyama inclinaba el globo o lo hacía girar. En cuanto modificaba la posición de la esfera, el agua adoptaba nuevas y maravillosas formas. Kai creía ver símbolos y criaturas en ellas, los rostros de viejos amigos y fragmentos de pesadillas de tiempos inmemoriales. No intentó catalogar lo que estaba viendo, sino que se dejó llevar por el espectáculo que se desplegaba ante sus ojos.

Al cabo de un momento, que pareció demasiado breve y sin embargo eterno, Ishiyama dejó que el agua se detuviera. Con un delicado y preciso movimiento rotativo y continuo, el maestro de té reunió el agua en el fondo de la esfera y giró el globo para que la boquilla quedara en el polo norte. Como por arte de magia, el maestro sacó un nuevo objeto de la manga de su kimono, una fina aguja de plata de casi treinta centímetros de longitud con un grueso cilindro de plástico y un muelle en uno de los extremos. Insertó la aguja en la boquilla, hundiendo el otro extremo en el té verde.

Ishiyama sujetó el primer tazón azul y lo empujó sobre el cilindro de plástico. Mientras sostenía el globo en el suelo con la mano derecha, se sirvió de la izquierda para hundir suavemente el tazón. Kai oyó el rumor del líquido y observó el vapor que salía del tazón. Sin embargo, desde su posición no pudo ver lo que el maestro estaba haciendo dentro del tazón.

El hombre hizo presión hacia abajo dos veces, esperó y volvió a empujar dos veces más. Liberó el primer tazón y, haciendo una solemne reverencia, se lo mostró a Omi. Ella lo tomó inclinando la cabeza y sostuvo el tazón como si fuera a romperse de un momento a otro. El maestro de té repitió el proceso y ofreció el otro tazón a Kai.

Él lo aceptó con tanta cautela como si se tratase de una granada a punto de explotar. De hecho, podría haberlo sido. Sólo aquéllos más osados o curiosos intentarían beber un líquido que flotaba en gravedad cero. Le parecía interesante el hecho de que el maestro hubiese sido capaz de preparar y servir el té sin dejar un solo rastro flotando en el vacío. Beberlo podía resultar más difícil que su último campeonato.

Ishiyama hizo una reverencia a Omi y Kai y volvió a introducir la mano en el cofre. De la caja sacó una rosa blanca. Protegió el capullo con la mano como si se tratase de la llama de una vela, extendió la mano y lo dejó flotar entre ellos. Al hacerlo, el capullo empezó a florecer y la presión del aire fue arrancando los pétalos uno a uno. Estos empezaron a girar alrededor de la flor mientras Kai observaba el proceso con atención. Luego miró al maestro de té para expresar su admiración y se dio cuenta de que Ishiyama había abandonado sigilosamente la estancia.

Kai contempló su taza de té al tiempo que sentía el calor que de él se desprendía, y sonrió. En el fondo había algo que parecía una pequeña seta de cerámica con un sinfín de agujeros, a través de los cuales el té se había filtrado en la taza. En las paredes del interior de ésta, casi al nivel de la superficie de la seta, un pequeño saliente impedía que el té se vertiera por la parte superior del tazón. Del saliente emergía un pequeño tubo que se elevaba en espirales hacia la derecha y sobresalía del borde de la taza.

Intentando moverse lo menos posible, meció el té y se llevó la taza a los labios, momento en que el caliente líquido fluyó al interior de su boca. El calor y el sabor dulce de éste lo devolvió a su infancia y a los momentos de paz anteriores a la llegada de los Clanes, la muerte de su padre y su viaje a Solaris. Es bueno tener recuerdos porque nunca puedo volver atrás, ¿o sí?

Apretó la lengua contra la abertura del tubo e hizo girar el tazón hacia la izquierda para vaciarlo. Sonrió y dejó el tazón. Frente a él, devolviéndole la sonrisa entre una fina pantalla de pétalos rosa, Omi también dejó el tazón.

—Eres muy intuitivo, Kai. A menudo, el té sale disparado si no lo has hecho nunca.

—Moriría antes que estropear esta ceremonia —dijo Kai parpadeando cuando un pétalo blanco pasó rozándole el ojo derecho—. Ha sido bonito. Domo arigato.

—De nada. Considéralo un regalo mío en vísperas de vuestra Navidad.

Kai titubeó por un instante y sintió cómo se ruborizaba.

—Eres muy gentil. Perdóname, pero no había pensado… Quiero decir que no tengo nada para ti…

Omi sacudió la cabeza en un intento de evadirlo de sus preocupaciones.

—No tienes de qué avergonzarte, después de todo soy yo la que juega a engañar. Te tengo atrapado y no tengo ningunas ganas de hacer esto. Eres un amigo.

—Como tú. Tal vez las naciones que representamos tengan la necesidad de ponerse trampas unos a otros, pero sólo tienes que decirlo y, si está en mis manos, te daré todo lo que desees.

La expresión de Omi se iluminó.

—Supongo que sabes que me dirijo a Solaris.

Kai asintió con la cabeza.

—Sí.

—Y sin duda eres consciente de la opinión general del Condominio sobre los guerreros que luchan en Solaris.

Kai volvió a asentir.

—Sí.

—Como también imaginas la deshonra que supone ser enviada allí por el coordinador.

El MechWarrior entrecerró los ojos. ¿Tienes problemas? ¿Un distanciamiento entre tú y tu padre?

—Eres una amiga, Omi-sama. Lo que otros verían como deshonra yo no lo veo así.

Omi sonrió.

—Bien, entonces no tendrás ningún inconveniente en conceder mi petición.

Kai arqueó una ceja.

—Me gustaría, Kai Allard-Liao, que me vieran en tu cabina cuando defiendas el título.

Kai se quedó boquiabierto.

—Encantado, Omi, con mucho gusto. Si no me lo hubieras preguntado te lo habría pedido yo —dijo y, al recuperarse de la sorpresa, frunció el entrecejo—. ¿Pero por qué? Sabes tan bien como yo que se distribuirán holovídeos piratas de la lucha por todo el Condominio. Si tu visita a Solaris es una deshonra, de esta manera garantizas que trillones de personas sean testigos de la vergüenza.

—Eso ya lo sé, Kai, demasiado bien. De hecho, mejor que tú —dijo Omi con una leve sonrisa en los labios—. ¿Sabes? Esta lucha tuya es la primera y la última que se permitirá emitir por todo el Condominio.

—¿Qué? —preguntó Kai sacudiendo la cabeza con asombro—. No lo entiendo.

—Es sencillo. Esta misión a Solaris se la pedí yo a mi padre —dijo Omi bajando la cabeza y con la mirada perdida en el fondo de su tazón—. Si falla, toda la culpa será mía y, como conlleva un crimen de cierta magnitud, seré aniquilada.