Ciudad de Solaris, Solaris VII
Marca de Tamarind, Mancomunidad Federada
Tormano Liao quiso esbozar una sonrisa, pero no lo consiguió pese a la jovial expresión que mostraba Nancy Lee. La frustración bullía en su interior tras su desastroso encuentro con Kai.
—Sí, Nancy, ¿qué quería?
Le dio un holodisco para que lo introdujese en el visor que había a un lado de su escritorio. Nancy encendió el dispositivo y sonrió a Tormano.
—He encontrado a Deirdre Lear.
¿Lear? Tormano asintió al reconocer el nombre que revoloteaba por su mente.
—Estaba en Zurich, ¿verdad?
—Sí. Trabaja en un hospital clínico de allí.
—¿Y su marido? El tal Dudley o D algo o como quiera que se llame.
Nancy sacudió la cabeza.
—David —dijo pulsando un botón del visor para que apareciera una fotografía en pantalla—. No es su marido, sino su hijo.
El corazón de Tormano dio un vuelco al ver la imagen congelada de la madre con el niño en brazos.
—¿Cuántos años tiene?
—Tres. Nació en Odell, Marca de Sarna.
Tormano se hundió en la silla.
—Muy buen trabajo.
—Muchas gracias, señor, pero ha sido más cuestión de suerte que otra cosa —contestó Nancy dando un golpecito a la pantalla con una de sus largas uñas—. La imagen que se ve procede de una noticia que ha salido de Zurich. La doctora Lear desarmó a un terrorista Zhanzheng de guang y operó al hombre al que había disparado el terrorista, salvando así su vida.
—Parece una mujer extraordinaria —dijo Tormano mientras sus pensamientos se movían a una velocidad vertiginosa. En su mente, decenas y decenas de escenarios se abrían ante sus ojos para luego desvanecerse y morir con la misma velocidad. Sin embargo, en el centro de todo, permanecían dos constantes. Una era la frustración que sentía por el rechazo de Kai. La otra procedía de la conversación entre Kai y Wu DengTang que Tormano había escuchado a través de un micrófono. Mi sobrino dijo que no tenía hijos. Un rápido vistazo a la imagen del visor le confirmó lo que Tormano había intuido desde el principio. El niño tiene los ojos y la barbilla de Kai.
Sonrió con cierto regocijo a su ayudante.
—Sí, una mujer bastante extraordinaria. Me gustaría conocerla, recompensarla por su valentía. Tráigala a Solaris como invitada a mi finca de Equatus.
—Como desee, señor.
—Y, Nancy, ni una palabra de esto a Kai. Quiero darle una sorpresa.
La mujer sonrió.
—Si ése es su hijo, se alegrará mucho.
—Sin duda —dijo contemplando la imagen. Pero sólo si hace lo que yo quiero.