25
25
Ciudad de Solaris, Solaris VII
Marca de Tamarind, Mancomunidad Federada
16 de abril de 3056
A Peter Steiner-Davion le costaba decidir qué era lo que más le sorprendía, si haberse desplazado de Tharkad a Solaris en tres días o la prepotencia de Victor. Era más alto que su hermano desde que eran niños y a Victor siempre le había fastidiado que la gente pensase que era el menor a causa de su tamaño. Peter creía que hacía tiempo que Victor había superado aquellos celos, pero ahora se daba cuenta de que sus inseguridades debían de ser mucho más profundas de lo que pensaba.
Peter nunca había evitado ni evitaría una lucha necesaria. Podía cuidar de sí mismo y por su mera corpulencia nunca se había visto obligado a aprender a ser tan escurridizo como Victor. De haber sido por Peter, Victor y él habrían establecido sus diferencias de una forma honorable: en el campo de batalla. Sin embargo, como Victor sabía que no podía ganar, no tenía otra elección que humillar a su hermano menor.
Aunque Peter se sentía traicionado por él, se había prometido a sí mismo que no dejaría que las acciones de su hermano lo hundiesen. Asignarme la misión de cuidador de Tormano es una bofetada en la cara, pero también es un graveerror por parte de Victor. El no se ha dado cuenta y yo puedo beneficiarme de ello. El error, desde el punto de vista de Peter, era haber dado a su hermano menor una plataforma pública sobre la que actuar, una plataforma que estaba demasiado lejos de Victor para ejercer control fácilmente.
Peter se planteó el conflicto y lo atacó mentalmente como si se tratase de una larga campaña. El primer paso sería identificar y aislarse de los agentes de Victor en Solaris. No podía hacer nada por deshacerse de los hombres de seguridad, pero sabía que cumplirían sus órdenes sin rechistar. El problema no eran ellos, sino la gente como Kai Allard-Liao y Galen Cox.
En segundo lugar, tenía que cumplir su deber con Tormano a la perfección para que Victor no tuviera nada que reprocharle. Peter sabía que si ejercía una sutil influencia sobre Tormano, el hombre bailaría al son de su música. Además, en su papel de guardián de Tormano, podía alcanzar la gloria o hundirse en el fracaso según las circunstancias. La gente lo consideraría un líder, que era lo que quería cuando volviese a enfrentarse a Victor.
—¡Peter!
Peter no pudo reprimir una sonrisa cuando su hermana Katrina corrió hacia él en la sala de VIPS del puerto espacial. Dejó caer la bolsa y la abrazó con tanta fuerza que acabó levantándola. Katrina soltó un grito indecoroso que se transformó rápidamente en risa y contagió a Peter.
——Hola, Kath… Katrina. Ya me acostumbraré.
La volvió a dejar en el suelo y ella dio uno o dos pasos hacia atrás.
—Estás maravilloso, Peter. Me alegro tanto de que estés aquí.
La sonrisa de Peter empezó a desvanecerse por las comisuras de sus labios.
—Tu presencia calma el dolor que me produce el exilio.
Katrina lo miró sorprendida.
—¿Sólo el dolor? Debo de estar perdiendo mi tacto. ¿No estás contento de verme?
—Sí, claro que lo estoy. Como siempre… —dijo Peter con el entrecejo fruncido mientras sopesaba lo que debía decirle y se daba cuenta al instante de que nunca podría esconderle secretos a Katherine… Katrina—. No me gusta haber perdido el mando.
—Por supuesto que no —dijo Katrina al tiempo que se giraba y agarraba del brazo a un hombre uniformado—. Peter, ya conoces al Kommandant Cox, ¿verdad?
Peter estrechó la mano del hombre y enseguida advirtió la rapidez con la que su hermana pasaba el brazo por debajo del de Cox.
—Sí, me alegro de volver a verlo, Kommandant. Lo felicito por su victoria en el ruedo. Vi una reposición cuando venía hacia aquí.
—Me temo que no es el tipo de ejemplo que debería dar un oficial de las FAMF —dijo Cox con una sonrisa en los labios.
Katrina besó a Galen en la mejilla.
—Sé bueno y trae la bolsa de Peter aquí —dijo al tiempo que le soltaba el brazo y sujetaba la mano de Peter—. Ven conmigo, Peter, porque de verdad que es maravilloso que estés aquí. No cabe duda de que es un paso más allá de la Milicia de Skye.
—¿Ah, sí? —dijo Peter con una expresión de sorpresa. Tú no eres una MechWarrior, Katrina. No puedes saber lo que se siente al ser despojado de lo que habías nacido para tener—. Preferiría cualquier puesto que me permitiera pilotar un ’Mech.
Katrina soltó una carcajada ronca.
—De eso estoy segura. El Kommandant Cox pensaba igual cuando le pidieron que me escoltase, pero ahora ha cambiado de opinión, ¿verdad, Galen?
Cox se echó la bolsa al hombro.
—Por supuesto, duquesa —contestó haciendo un guiño a Peter—. Aunque yo todavía puedo pilotar un ’Mech de vez en cuando.
—Y tampoco se trata de traer el caos a una reunión social para conseguirlo —dijo Katrina con los ojos cerrados y apretando la mano de Peter—. Aunque puede que no estés en un ’Mech, tu trabajo como oficial de contacto de Tormano es importante. Te eleva de oficial de la milicia a jugador en el escenario de la Esfera Interior.
—Cualquiera podría hacerlo —dijo Peter con recelo—. Podría grabar una cinta holovisual y pedir un equipo por el visífono para que lo hiciera. «Sí, Mandrinn, suena muy interesante. Lo tomaré como un consejo y lo mantendré informado, pero por ahora no haga nada.» —dijo Peter ocultando sus intenciones a ojos de Galen, pero consciente de que Katrina vería más allá de su decepción.
Katrina sonrió con complicidad.
—¿Entonces qué? ¿Privarías a Tormano del sabio consejo que tanta falta le hace? Escuchar y tomar decisiones será un buen entrenamiento para ti.
—El único entrenamiento que necesito es un simulacro.
—¿Acaso alguien ha inventado un simulacro de arconte durante mi ausencia en Tharkad? —preguntó Katrina estremeciéndose mientras Peter le pasaba el brazo por los hombros—. A Victor no le faltan enemigos y puede que algún día acaben con él. Si eso sucediera…
Peter se quedó mirando a su hermana.
—Si eso sucediera, tú te convertirías en princesa arcontesa.
—Yo podría gobernar, Peter, pero no puedo dirigir —dijo Katrina con un énfasis que no pasó inadvertido a Peter—. Puede que las responsabilidades de la Mancomunidad Federada sean tan grandes que se necesiten dos dirigentes, como sucedía cuando nuestros padres vivían.
Y si Victor consiguiera su objetivo, Omi Kurita gobernaría a su lado. Peter hizo un gesto de asentimiento a Katrina.
—Me estás dando el tipo de consejo que esperas que yo dé a Tormano.
—Tú has nacido para defender y destrozar y yo para curar y ayudar.
—Espero, si llega el momento, que los dos sepamos lo que necesitamos para desempeñar nuestro trabajo —dijo Peter advirtiendo la expresión de extrañeza de Katrina e inclinando la cabeza—. Victor nos oculta secretos.
Katrina se detuvo y se giró para observarlo desde el pasillo que se alejaba del vestíbulo de la plataforma de acoplamiento. Al hacerlo, intentó reprimir un gesto de sorpresa, pero no pudo evitar estremecerse.
—¿Qué tipo de secretos?
Peter desvió la mirada y observó a Galen.
—Secretos de familia.
Galen titubeó por un instante y asintió con la cabeza.
—Creo que iré a comprar un paquete de caramelos de menta —dijo antes de echar a andar hacia la concurrida tienda de regalos—. ¿Alguien necesita algo?
—No, gracias —dijo Katrina con una sonrisa en los labios y mirando de nuevo a Peter—. ¿Qué secretos?
—Sabe quién mató a nuestra madre.
—¿Qué? —exclamó Katrina llevándose la mano a la boca—. ¿Quién?
—No lo sé. Nunca me lo diría —contestó Peter encogiéndose de hombros con impotencia y enfadado consigo mismo por haber puesto tanto énfasis en algo de lo que apenas podía dar información—. Dijo que no tenía pruebas y por eso no podía actuar, pero que lo haría cuando las tuviera.
—Ya veo… —dijo Katrina pasando el brazo inconscientemente por debajo del de Peter y conduciéndolo hacia donde se encontraba Galen examinando un placa conmemorativa de la pared del puerto espacial. Al acercarse, los movimientos de Katrina se volvieron más delicados y sus labios volvieron a esbozar una sonrisa—. ¿Una lectura interesante?
Galen asintió.
—Acabo de recordar que yo veía las luchas de Solaris cuando era niño, pero nunca creí que vendría aquí, especialmente sin luchar. Es increíble cómo las cosas nunca salen como uno espera.
—Lo increíble sería que salieran como uno espera —dijo Peter imitando la sonrisa de su hermana, cada vez más acostumbrado al efecto artificial que otorgaba a su rostro.
—Tiene razón. ¿Preparados para irnos?
Katrina entrelazó su mano con la de Galen.
—Tengo a los dos hombres más guapos de Solaris como escoltas. No podría ser más feliz.
—Esperemos que sea contagioso —dijo Peter en un tono casi inaudible.
—Lo será, ya lo verás. Bueno, Peter, tienes tiempo suficiente para ir al «Puño armado» y deshacer las maletas. Luego vamos a cenar y, cuando acabemos, a ver algunas luchas a Ishiyama en la cabina de Thomas DeLon —dijo Katrina tirando de él cuando éste redujo la marcha para pro-testar—. Y no discutas, Peter, que no te conviene. Tú eres un Steiner y esto es una orden.
Peter soltó una carcajada y miró a Galen de reojo.
—No ha cambiado nada —dijo al tiempo que hacía un rápido saludo a su hermana y le sonreía gentilmente—. Obedeceré vuestras órdenes, arcontesa Katrina. Soy un esclavo de vuestros caprichos.
El asesino sabía por el material holovisual de Ciudad de Solaris que Peter Steiner-Davion había llegado al puerto espacial unas cuatro horas antes que él. Aquella información le llamaba la atención simplemente porque añadía otro posible objetivo a su lista. No obstante, descartó a Peter como objetivo casi de inmediato porque Victor podía deshacerse de su hermano sin tener que contratar a un asesino. Lo único que debía hacer era enviar a Peter en una misión secreta a Glengarry, donde seguro que la gente de Skye Libre lo capturaba y lo mataba.
La Nave de Descenso Columbus aterrizó sin dificultad y avanzó por la pista en dirección a un hangar militar. Una legión de agentes del Departamento de Inteligencia acordonaban el lugar mientras un grupo de cinco lo escoltaba hasta la limusina. El asesino sintió el aire húmedo de Ciudad de Solaris y sonrió. De nuevo en casa, de nuevo en casa. Pronto burlaré a mis captores.
Los agentes del DI lo metieron en la oscura limusina y condujeron sin rumbo a través de la ciudad para limitar la habilidad del asesino para adivinar dónde lo destinarían finalmente. Aunque no veía nada a través de las ventanas negras, el asesino estuvo a punto de decirles que no se molestaran en intentar despistarlo porque sabía que lo llevaban a las Colinas Negras. Silesia estaría demasiado cerca de su objetivo y los simpatizantes davionistas de las Colinas Negras facilitarían la tarea de limitar la información sobre él.
La limusina entró en una zona de aparcamiento subterráneo y los agentes sacaron al asesino del vehículo y lo llevaron a la casa de seguridad. Lo metieron en una habitación espartana con una decoración minimalista y un espejo empotrado que enseguida descubrió que era reversible. El asesino sonrió a su propio reflejo y se sentó a los pies de la cama.
Un hombre alto de mirada dura y helada apareció en la estancia e hizo salir a los demás agentes con un mero asentimiento. Esperó a que salieran todos y se sentó en el borde de la mesa, dando la espalda al espejo.
——Está aquí por si lo necesitamos.
—Siempre me necesitan, tarde o temprano.
—Eso espero. Supongo que querrá un equipo. Le proporcionaremos uno cuando le asignemos la misión.
El asesino sonrió.
—Creo que sé cuál es mi misión. Conozco Solaris y sé lo que necesitaré.
—¿Ah, sí?
El asesino hizo un gesto de asentimiento.
—Eso nos ahorrará tiempo. Aquí hay un hombre llamado Sergei Chou. Es un capelense al que usted conoce porque le di su nombre durante el interrogatorio. Tiene acceso a algunas de las cosas que dejé cuando me fui de aquí. Necesito un rifle.
—Lo conseguiremos —dijo el hombre observándolo con ojos escrutadores—. Necesitará más cosas.
—Su análisis de los archivos de mi ordenador habrán seleccionado uno que se llama «SLAP». Tengo que dar los detalles a Chou.
El agente del DI sacudió la cabeza.
—Conseguiremos lo que necesite.
El asesino se encogió de hombros.
—Chou me conoce y negociará conmigo, pero si lo ve a usted saldrá corriendo —dijo bostezando tranquilamente—. Dígaselo a su príncipe. El aceptará mi petición de ver al hombre.
—Supone demasiado.
El asesino sonrió.
—Sé que me necesita. No me negará ninguna petición.
—Si yo fuera usted, no me fiaría tanto.
—¿No?
—No —contestó el hombre de la mirada de hielo antes de detenerse para abrir la puerta—. Usted asesinó a su madre y eso es algo que no ha olvidado ni probablemente olvidará jamás.
De pie en la suite del ático del hotel «Sol y espada», Galen Cox miró hacia el noreste. Las luces de neón de la ciudad robaban la tenebrosidad de la noche otorgándole un carácter siniestro. En muchos sentidos, el paisaje urbano de la ciudad le recordaba a una anciana marchita intentando ocultar la vejez bajo una capa de cosméticos y sombras.
Sonrió al darse cuenta de que sus pensamientos mórbidos sobre Ciudad de Solaris no tenían nada que ver con su estado de ánimo. La noche había ido muy bien. Él y Peter habían mejorado su relación, aunque era obvio que Peter pensaba que Galen no era más que un espía al servicio de su hermano. El hecho de que Katrina confiase completamente en Galen le había valido el respeto de Peter y, a medida que avanzaba la noche, el joven empezó a relajarse.
Katrina parecía haber utilizado la reacción de Peter hacia él como una especie de prueba de acidez. Galen y Katrina habían afianzado su relación día a día y habían compartido conversaciones emotivas y sinceras durante las noches que siguieron a la lucha. Galen se deleitaba en la franqueza de Katrina y, sin embargo, el hecho de saber que nunca podrían estar juntos lo echaba hacia atrás. Se sentía confundido, pero de una forma tan maravillosa que no temía lo que podía ocurrir al final de la noche. Sentía, sabía, que las cosas cambiarían en algún momento y que podían llegar más allá de lo que era prudente o acabarse todo por completo, pero Galen no soportaba pensar en ninguno de los dos resultados.
—Te doy un pfennig si me dices en qué estás pensando, Galen —dijo Katrina acercándose a él por detrás, apoyando la barbilla en su hombro y rodeándolo con sus brazos—. Es tan decadente y corrupto.
—Ahórrate el pfennig porque te lo diré gratis —dijo apartando sus brazos y lamentando inmediatamente la separación—. Duquesa, tenemos que hablar.
—Ya lo hacemos bastante últimamente, Galen —dijo en tono de broma antes de bajar la vista con timidez. Cuando por fin la volvió a levantar, él advirtió que algo había cambiado en ella—. Sí, seguramente deberíamos hablar.
Katrina le tomó la mano, la sostuvo entre las suyas y lo condujo hacia el sofá que se había convertido en el lugar oficial de sus conversaciones nocturnas.
—Quiero darte las gracias por esta última semana, Galen —dijo al tiempo que le indicaba que se sentase junto a ella—. Nunca habría sobrevivido sin ti. De no ser por ti habría explotado o me habría hundido.
El sacudió la cabeza.
—Eso no es cierto. Eres demasiado fuerte, Katrina. Si yo no hubiera estado aquí, te las habrías arreglado sola.
—Tal vez, Galen, pero tú me has facilitado las cosas —dijo acariciándole la cara—. Me siento tan cerca de ti, yo…
Katrina se echó hacia adelante y le dio un beso en la boca al que Galen correspondió con la misma pasión pero, al darse cuenta de lo que estaba haciendo, la asió por los hombros y la empujó hacia atrás con delicadeza.
—Espera, duquesa, espera.
—No, Galen, no. Entre nosotros no existe ningún rango —dijo tomándolo por la mano y besándole la palma—. Quiero escucharte decir Katrina. Quiero sentir tus caricias en mi rostro, en mi cuello.
Katrina colocó la mano de él sobre su mejilla y dejó que la fuera bajando mientras cerraba los ojos.
—Katrina, duquesa, detente —dijo mientras una angustiosa frustración se filtraba en sus palabras—. Por favor, no me lo pongas más difícil de lo que ya es —añadió acariciándole de nuevo la mejilla—. Por favor, no lo hagas.
—¿Hacer qué, Galen? Lo que siento por ti no lo he sentido jamás por ningún hombre —dijo apartándose de él y dejándose caer en el brazo del sofá—. No sabes lo que es vivir en una pecera. Desde que tenía catorce años me han relacionado con todos los candidatos posibles entre dieciocho y ochenta años. Los políticos me consideran la charlatana más indicada para sellar alianzas. Los insignificantes nobles me ven como un modo de complacer a sus nietos. Los vídeos sensacionalistas me ven como un modo de aumentar las ventas.
Katrina miró fijamente a Galen.
—Cuando empezamos este viaje ya sabía que los vídeos sensacionalistas hablarían de nosotros y así fue. Pero esta vez era distinto. No me resultaban desagradables y fuéramos donde fuéramos, en todos los mundos, la gente parecía alegrarse de que estuviéramos juntos. Dicen que hacemos una bonita pareja, una pareja de cuento de hadas.
Galen levantó las manos.
—Ya lo sé. Yo también los he oído, pero no puedo dejar que me influyan. Eres increíblemente guapa y deseable y daría cualquier cosa por que estuviéramos juntos.
—Pero me rechazas —dijo inclinándose hacia adelante y colocando un dedo sobre sus labios—. Déjame acabar, Galen. Te vi en el funeral de mi padre y luego cuando Morgan Kell se retiró. Me pareciste un hombre de dignidad y la confianza que Victor tenía en ti me impresionaba. Victor y yo no lo vemos todo con los mismos ojos, pero es un hábil juez de la humanidad. Tú eres capaz de ponerte frente a él y obligarlo a reconocer cosas que no quiere admitir, lo que requiere una fuerza de carácter que pocos hombres poseen.
Katrina bajó la vista.
—Es un rasgo que me gustaría que tuviera mi futuro marido.
¿Marido?
—No, duquesa, no funcionaría.
—¿Por qué no?
—Soy doce años mayor que tú.
—¿Y? Mi padre era veintisiete años mayor que mi madre.
—También era Hanse Davion y nadie podría haber detenido su empeño por conseguir a tu madre.
—Y yo soy su hija. ¿Tú crees que cedería antes que él? —dijo Katrina echando la cabeza hacia atrás y soltando una carcajada—. No soy una niña, Galen. Tengo veinticuatro años y pienso las cosas. Serías un marido excelente. Eres un héroe de guerra leal a mi hermano, eres de la isla de Skye, te has hecho famoso en Solaris y ayudaste a rescatar a Hohiro Kurita de manos de los Clanes, incluso conoces a un Khan del Clan de los Lobos y has luchado junto a él. Eres un premio, Galen, y yo sé más sobre ti de lo que ve la demás gente.
Katrina le dio un golpecito en el pecho de forma juguetona.
—He visto tu corazón. Sé que eres un hombre sensato y compasivo, puedes ser un gran apoyo sin intentar resolver los problemas por mí, eres considerado y amable, trabajas incansablemente al servicio de otros, ya sea mi hermano o las víctimas de un terremoto, eres valiente y fuerte y cualquier mujer se sentiría orgullosa de llamarte marido.
—Esto está yendo demasiado rápido —dijo Galen sacudiendo la cabeza sin detenerse a considerar las posibilidades—. Yo no soy nadie, duquesa. No soy un noble.
—Puede que no lo seas de sangre, Galen, pero lo eres aquí —dijo volviendo a colocar la mano sobre su pecho—. Si quieres un título, yo lo puedo arreglar. Victor proclamó barón a Grayson Carlyle y puede hacer eso y más por ti. ¿Te gustaría ser duque de Solaris? Puede arreglarse. Yo lo haría por ti, Galen, si eso te hiciera feliz.
Galen sentía cómo su resistencia se hacía añicos.
—Y yo lo aceptaría si otorgarme un título te hiciera feliz.
Katrina sacudió la cabeza.
—Sólo me haría feliz si fuera algo que realmente desearas.
—Yo quiero cualquier cosa que te haga feliz, duquesa.
—¿Y si te digo que tenerte en mi cama esta noche me haría feliz?
Galen cerró los ojos y tomó una decisión.
—Tendría que decirte que eso me obligaría a traicionar la confianza que tu hermano tiene depositada en mí, lo cual me entristecería en gran medida. No juegues conmigo, Katrina.
—Sólo escucharte decir mi nombre me hace feliz, Galen —dijo con una radiante sonrisa en los labios—. No te obligaré a escoger entre Victor y yo, si me prometes algo.
Galen tragó saliva.
—¿Qué es?
—La próxima vez que veas a Victor le pedirás mi mano en matrimonio.