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Odell

Marca de Crucis, Mancomunidad Federada

15 de enero de 3055

Las lágrimas que asomaban en los ojos de su madre indicaban a Deirdre Lear que no iba a ser fácil.

—Mamá, os quiero mucho a papá y a ti, pero no puedo quedarme aquí. La vida en Odell me está matando —dijo encogiéndose de hombros en señal de impotencia y mirando a su padrastro—. Lo entiendes, ¿verdad, papá?

Detrás de la mujer, la corpulenta estructura de Roy Lear sobresalía por ambos lados de ésta.

—Lo entiendo, Deirdre —contestó el padre colocando ambas manos sobre los hombros de su mujer y atrayéndola hacia sí—. ¿Por qué no vamos a la sala de estar y lo discutimos? Así, de pie en la cocina…

Deirdre captó la indirecta de su padre y los dejó solos por un momento. Pasó por la puerta arqueada en dirección al comedor, lo atravesó y llegó al vestíbulo que conducía a la sala de estar. El elevado techo y la ventana arqueada situados en la parte superior de la pared que tenía delante conferían a la estancia una sensación más propia de una catedral que de un hogar. Deirdre reconocía esa sensación como una reminiscencia de su niñez, cuando la sala de estar se utilizaba exclusivamente para las visitas.

Le resultaba agradable sentir la moqueta de felpa de color marfil bajo sus pies desnudos a medida que avanzaba hacia el centro de la habitación. Pasó junto a la mesita y escogió una silla alta que había frente al sofá de color crema donde sus padres solían sentarse. Se sentó con los brazos alrededor de las piernas y de repente se avergonzó de su camisa azul de trabajo y los harapientos vaqueros. El contraste con la sutil elegancia de la habitación indicaba una vez más su incapacidad para volver a la vida que había conocido antes de la llegada de los Clanes.

Roy Lear la siguió al interior de la habitación y se apoyó en el brazo del sofá.

—Tu madre se reunirá con nosotros en un minuto, Deirdre, pero yo quería decirte que si hay algo… espera un segundo, déjame acabar… algo que pueda hacer con el consultorio para ponerte las cosas más fáciles, házmelo saber. Más dinero, diferente horario, más trabajo especializado.

Deirdre sacudió la cabeza.

—Has hecho más de lo que crees, papá, acogiéndome, dándome una parte del consultorio, ofreciéndome un permiso prolongado y todo eso. Has estado sensacional y no debes pensar que hago esto para herirte de algún modo. No podrías haber sido más generoso, más comprensivo, de verdad.

El fornido rostro del doctor Lear se ensanchó con una sonrisa.

—Ya sé que no soy tu padre de verdad…

—Sí que lo eres. Ésta es una de las cosas que aprendí en Alyina. Una de las cosas que Kai me enseñó. Todo lo que soy te lo debo a ti.

Roy se rascó la punta de la nariz.

—Mira, Deirdre, tú me has hecho sentir más orgulloso de lo que cualquier hija biológica me haría sentir jamás. Cuando decidiste estudiar medicina, en fin, pensaba que mi corazón iba a estallar de orgullo y felicidad. Y cuando volviste y empezaste a trabajar conmigo en el consultorio… Ni siquiera el hecho de que te vuelvas a ir puede robarme esa dicha. Y sabes, por supuesto, que puedes volver cuando quieras. Siempre tendrás la puerta abierta. Ya lo sabes.

Deirdre hizo un gesto de asentimiento, pero el nudo que tenía en la garganta le impidió pronunciar una sola palabra.

Su padrastro bajó el tono de voz al hablar.

—Cuando nos notificaron que estabas desaparecida en Alyina, lo cierto es que tu madre lo pasó muy mal. Tu madre es una mujer fuerte, pero sus emociones también lo son y la idea de perder a su única hija la dejó desolada. Cuando volviste, pensábamos que era un milagro. Sabíamos que estarías hundida y que necesitarías tiempo para recuperarte, pero al menos estabas viva y bien. Entonces llegó David y tú entraste en el consultorio y todo parecía un cuento de hadas.

—Pero no lo era, papá —interrumpió Deirdre inclinándose hacia adelante con las manos juntas y los codos apoyados en las rodillas—. Después de haber estado en Alyina, tratando con gente que lo estaba pasando mal, satisfaciendo sus necesidades humanas básicas, algo cambió en mi interior… Te admiro más de lo que nunca podrás imaginar porque tus habilidades han salvado innumerables vidas y han ayudado a un sinfín de personas —dijo echándose de nuevo hacia atrás con los brazos abiertos para expresar la opulencia de la estancia—. Y también me doy cuenta de lo que tu destreza y tu conocimiento nos han aportado. Sin tales aptitudes, jamás me habría convertido en lo que soy ahora. Y, sin embargo, esta persona se siente incómoda nadando en la abundancia y sabiendo que hay tanta gente que ni siquiera dispone de la atención médica más básica en tantos mundos de ahí fuera. No puedo vivir con esto y tengo que hacer algo, lo que sea.

La expresión de Roy se suavizó con una sonrisa.

—Lo entiendo, de verdad que sí. No sé si te acuerdas muy bien, pero yo conocí a tu madre al llegar de mi estancia con las fuerzas que se apoderaron de la mitad de la Confederación Capelense. He visto las condiciones de las que me hablas e hice todo lo posible por ayudar cuando tuve la oportunidad. No fui nunca al mundo de Zurich, pero puedo imaginar las difíciles condiciones de vida a las que te refieres. Y estoy de acuerdo en que es imperdonable.

Levantó la mano anticipándose al comentario de ella.

—Tú y yo entendemos cómo es la vida en otras partes del espacio. Pero no es fácil para tu madre, que sólo conoció la vida en Bell y luego aquí, en Odell. Ella no ha visto lo que hemos visto nosotros. Es una buena mujer, la mejor, y tiene miedo de perder a su hija por segunda vez.

—Ya lo sé, pero eso no ocurrirá. Zurich no es una zona de guerra.

La expresión de Roy se ensombreció.

—Está lo bastante cerca de la frontera con la Confederación Capelense y la Liga de Mundos Libres para convertirse en un punto de mira en cualquier momento. Incluso hay informes de guerrillas de partidarios de Liao que se están enfrentando al gobierno. Los terroristas atacan con frecuencia a los civiles y tú serías un objetivo perfecto.

——Pero yo soy una doctora, una no combatiente. Trabajaré para la Fundación Tristar y somos neutrales. Trataré con quien tenga que tratar, lo que significa que nadie me querrá muerta —dijo sonriendo a su padrastro—. Estaré bien.

—¿Qué pasa con David? —preguntó Marylyn Lear, que entró en la sala y se colocó junto a su marido con una expresión severa— ¿Has pensado en él?

—Marylyn, eso no viene al caso —contestó Roy introduciendo la mano en el puño cerrado de su mujer—. Por supuesto que ha pensado en David.

Marylyn Lear mantuvo su rigidez y Deirdre se preparó para una dura lección.

—¿Qué tipo de vida tendrá en Zurich? Tú has conocido lo mejor y soportado lo peor en Alyina, ¿pero qué pasa con él? El nació aquí. Ésta es la única vida que conoce. ¿Qué hará cuándo llegues a un pueblo sin agua corriente ni sanidad ni…?

—Se adaptará, madre. Hemos hablado de ello. Sabe dónde vamos.

—¿Ah, sí? Sólo tiene tres años, Deirdre. Vive en un mundo de fantasía que gira a tu alrededor. Esto es una gran aventura para él y lo seguirá siendo durante los dos o tres primeros meses, luego se cansará —dijo Marylyn al tiempo que se sentaba, todavía tensa y apuntando con el dedo a su hija—. ¿Qué harás cuando diga que quiere ir a casa?

—Aprenderá. Vendrá conmigo —dijo Deirdre con los ojos chispeantes—. No hay elección.

La expresión de su madre se agudizó.

—Puede quedarse aquí.

—¡No! ¡De ninguna manera!

—¿Por qué no, querida? —preguntó su madre adoptando un tono de curiosidad compasiva—. Esta es tu aventura, no la suya. Deja que se quede.

—¡No! —gritó Deirdre pese a su esfuerzo por ocultar el enojo, reacción que sorprendió a su madre—. Separarnos es lo que harían los Clanes. No lo permitiré.

Un grito de alegría resonó en la casa cuando David Roy Lear entró a toda velocidad en la sala de estar, sosteniendo en el aire un avión que había construido con unas piezas de plástico de colores que le habían regalado por Navidad.

—Mamá, mira esto.

Mientras su enfado se disipaba como la niebla ante la alegre disposición de David, Deirdre levantó al niño por los brazos y lo sentó en su regazo.

—¿Lo has hecho tú solo?

El niño de oscuros cabellos asintió con fuerza.

—Ah Chen sólo me ayudó un poco.

Deirdre levantó la vista cuando la vieja amah apareció junto al arco de la entrada.

—Perdóneme. Es rápido.

—Lo entiendo, Ah Chen. Estará bien aquí —dijo sonriendo a la vieja mujer que cuidaba a su hijo al tiempo que advertía, como en alguna otra ocasión, que los ojos rasgados y la piel coloreada de David le daban un parecido mayor a Ah Chen que a su propia abuela, sentada en el sofá delante de ella.

—La llamaré si necesito su ayuda.

David se movió en su regazo.

—La abuelita está triste.

El chico se deshizo de los brazos de su madre y saltó al suelo. Caminó alrededor de la mesa y colocó el avión de juguete frente a Marylyn Lear.

—Mamá dice que tienes que subir a un avión para llegar donde vamos nosotros. Ahora ya nos puedes visitar.

Los labios de Marylyn temblaron al abrazar a su nieto con fuerza. Las lágrimas empezaron a rodarle por la cara y Deirdre tuvo que desviar la mirada para contener las suyas.

Se dirigió a su padre.

—Tú entiendes por qué no puedo dejar a David aquí.

Roy pasó la mano por la espalda de su mujer.

—En un sentido intelectual, sí. Tú viste a los Clanes de cerca y entiendes el tipo de gente que crea su programa genético de cuidado y educación para niños sin padres…

Deirdre notó cierta reticencia en su voz.

—¿Pero?

—Pero si estás tan convencida, ¿por qué no te has puesto en contacto con el padre del chico? —dijo Roy levantado las manos mientras Deirdre se hundía de nuevo en la silla—. Puede que pienses que es cruel por mi parte. Dios sabe que he disfrutado de cada minuto como padre sustituto de Davy, pero eso no es suficiente.

¡Kai! Deirdre sintió un repentino escalofrío al oír la pregunta, un escalofrío que nada podía calentar. Era como si conociera a dos Kai Allard-Liao. Uno era el hombre que la había ayudado a sobrevivir en Alyina. Era valiente y compasivo, inteligente e implacable. Había luchado por ella y la había salvado, luego había trabajado con el enemigo para recuperar un planeta de manos de la gente que los había traicionado. Era un héroe sin arrogancia ni distinción.

Cuando se separaron en Alyina —cuando lo dejé— ya había descubierto su verdadera naturaleza. Kai era todo lo que un mundo, una nación o el universo entero necesitaba en un líder. Tenía visión y corazón. Podía forjar alianzas e infundir respeto en hombres que lo habían cazado como a un animal. Era tan grande que podía aprender de sus enemigos y de sus errores. Su lealtad a los amigos y su disposición a aceptar la responsabilidad de sus acciones lo convertían en un hombre destinado a la grandeza.

El desafío de permanecer junto a alguien así le asustaba. Había imaginado a Kai abandonando Alyina y convirtiéndose para Victor lo que su padre había sido para Hanse Davion. Con Kai equilibrando la impulsividad de Victor y dando ejemplo de fidelidad, la Mancomunidad Federada se volvería más fuerte que antes de la llegada de los Clanes. Y eso conduciría a más guerras contra los clanes, más luchas y más muertes. Consentir tales acciones por el hombre al que amaba, aun sabiendo que la matanza sería peor si la dirigía alguien inferior a Kai, era algo que Deirdre no se veía capaz de soportar.

Se había hecho doctora para reparar el daño que hacen los guerreros. Su padre biológico, Peter Armstrong, había muerto sin motivo alguno cuando luchaba en un BattleMech y ahora ella quería hacer todo lo posible por combatir la locura que hacía creer a los hombres que podían asesinar por ideales, bienes materiales o, peor aún, mero deporte. Sabía que Kai lo entendía —de hecho, le había enseñado a valorar esa parte de sí misma—, pero temía comprometer sus objetivos en el momento en que entraran en conflicto con el deber de Kai.

De modo que lo había dejado. La última vez que vio a Kai, Deirdre no estaba segura de llevar un hijo suyo, pero tenía motivos para sospecharlo. Después de todo, habría hecho lo mismo si lo hubiera sabido con certeza. No quería arrastrar a Kai y obligarlo a relegar la grandeza de su ideal de vida al servicio de la humanidad. Lo había dejado en libertad para que pudiera alcanzar la grandeza que había visto en él.

A cambio, él la había humillado. En lugar de utilizar sus dones para ayudar a Víctor al mando de la Mancomunidad Federada en un difícil período de transición, había partido hacia Solaris, donde había seguido los pasos de su padre. Tardó más en convertirse en campeón de Solaris de lo que había tardado Justin Allard un cuarto de siglo antes y lo había hecho sin matar a nadie en combate. Sin embargo, era un gran desperdicio.

Un desperdicio vengativo. Kai sabía que su propio padre había matado al padre biológico de Deirdre en un duelo en el Mundo de Juegos. Le había dicho que su padre lo lamentó profundamente, pero que ni todo el lamento del mundo podía devolver la vida a Peter Armstrong. La decisión de Kai de ir a Solaris respondía a sus habilidades como guerrero, habilidades por las que Taman Malthus y los otros Elementales de los Halcones de Jade lo habían elogiado, pero al mismo tiempo dejaba en evidencia la pérdida y el dolor que ella sentía.

No permitiré que mi hijo sepa que Kai es su padre. Miró a David. Como tampoco permitiré que Kai influya en él.

Al pensarlo, volvió a estremecerse. Una vez más, su parte de dolor por la partida de Kai a Solaris combatía con los recuerdos de él en Alyina. No podía creer que los dos hombres fueran la misma persona, a menos que algo lo hubiera hecho cambiar radicalmente. Sabía que, cuando se fue de Alyina, Kai se enteró de la muerte de su padre. Tal vez era eso lo que le había conducido a Solaris, ¿pero acaso era ahora una persona distinta?

Lo único que puede haberlo hecho cambiar tanto es que yo lo haya rechazado. Deirdre se sonrió por la arrogancia de aquel pensamiento, pero en el fondo sabía que era la verdad. Le había dicho a Kai que no podía estar con alguien tan apegado a la mentalidad militar. Aquello debía de haber debilitado su confianza en sí mismo haciendo que quisiera ponerse a prueba en el gigantesco campo de juegos marciales de Solaris, aunque sólo fuera para molestarla.

Miró a su padrastro.

—Los Clanes se dedican a entrenar a niños para que se conviertan en asesinos de hombres. No dejaré que mi hijo aprenda esas lecciones. La guerra es algo terrible, terrible de verdad. No quiero que esté en un lugar donde no tenga más remedio que aceptarla o glorificarse con ella.

Roy asintió con la cabeza.

—Entiendo tu postura, ¿pero cómo puedes protegerlo de la violencia? Lo que dices es que la falta de contacto con una enfermedad es lo mismo que ser inmune a la enfermedad y los dos sabemos que eso es una falacia.

—Lo has entendido bien, pero te olvidas de algo —dijo Deirdre con firmeza—. Allí donde voy puedo enseñar a David cómo combatir la violencia con la paz, cómo curar en lugar de dañar. Eso no sólo lo hará inmune, sino que además lo capacitará para curar la violencia. Es una lección que desearía que aprendieran todos los hombres.

Roy Lear se echó hacia atrás en el sofá y sacudió la cabeza sorprendido.

—Tú y tu madre sois tan iguales. Las dos os aferráis con fuerza a vuestras pasiones y dejáis que os llenen de energía para conseguir todo lo que queréis. Pero esas mismas pasiones son las que os ciegan cuando estáis a punto de perder vuestras propias batallas. Marylyn, ésta vez te ha tocado a ti. Deirdre y Davy se irán, y eso es todo.

Marylyn no pudo contener un sollozo al dejar a David en el suelo y acariciarle el pelo.

—Supongo que ya no hay nada que hacer.

—Seguro que lo hay, querida —dijo Roy mientras le acariciaba la mano con ternura—. Haz que tu pasión convierta sus últimos cuatro días aquí en un feliz recuerdo, una experiencia que los traerá pronto de vuelta.

Marylyn se esforzó por sonreír mientras se secaba las lágrimas con ambas manos.

—Entonces así será —dijo al tiempo que extendía la mano hacia David—. ¿Quieres ayudar a la abuelita a hacer galletas?

El chico asintió enérgicamente y dejó que Marylyn lo condujera fuera de la estancia.

Deirdre sonrió.

—Mamá y yo tuvimos suerte de que te conociera.

—No tanta como yo. Entonces estaba totalmente confundido y tu madre me ayudó a rehacerme. Es cierto que no quiere perderte, pero siempre respeta tus intereses.

—Ya lo sé, sólo que a veces es difícil verlo —dijo Deirdre antes de hacer una pausa para mirar a su padrastro a los ojos—. ¿Así que crees que mi partida a Zurich es un error que mis pasiones han cegado?

Roy Lear se encogió de hombros y se puso en pie, extendiendo una mano para ayudar a su hija a levantarse.

—No lo sé, Deirdre, de verdad que no lo sé. Espero que no.

Deirdre sonrió y agarró la mano de su padrastro.

—Yo también —dijo casi al tiempo que lo besaba en la mejilla.

Roy le apretó la mano.

—Sólo recuerda que pase lo que pase, aquí siempre tendrás un hogar. Sin reservas, sin recriminaciones, sin preguntas.