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Tharkad
Distrito de Donegal, Mancomunidad Federada
1 de abril de 3056
¡Prefiero el estruendo de mil pistolas que la fanfarria de una trompeta! Victor Davion no sabía si recordaba esa cita de haberla leído o si se le acababa de ocurrir. Lo que sí sabía era que describía sus pensamientos a la perfección. Si hubiera estado en su poder evitar la espectacular entrega de premios en la sala del trono del palacio de la arcontesa en el Triad de Tharkad, habría ejercido ese poder encantado. E imagino que el hombre al que hoy rindo honor evitarla esta farsa con la misma rapidez que yo.
La fanfarria de una trompeta silbó, resonó y estalló a través del sistema público de comunicación. Victor se estiró la chaqueta de su uniforme de gala, se colocó un mechón de pelo rubio debajo de la corona y se mantuvo a la espera.
—Su Alteza, Victor Ian Steiner-Davion, príncipe arconte de la Mancomunidad Federada, mariscal supremo de las fuerzas armadas de la Mancomunidad Federada, duque de Tharkad, duque de Nueva Avalon, duque de Donegal, terrateniente von Bremen, ministro de la Marca de Crucis y primer señor de la Liga Estelar.
Una trompeta anunció la abertura de puertas y Victor inició su solemne marcha por la alfombra roja hacia los tronos del Triad.
Muchos habrían atribuido su paso impecable a un deseo de precisión militar, pero en realidad se debía a su propio temperamento. Pedí al gran mariscal que eliminase lo de «primer señor de la Liga Estelar» de mi introducción. No me importa si ha sido parte de la ceremonia desde que la Liga Estelar se desmoronó hace tres siglos. Es ridículo y no lo toleraré más.
A medida que avanzaba por la alfombra roja que cubría el pasillo, el Primer Príncipe se esforzó por aflojar el paso y contener su enojo. El techo de la catedral y los enormes pilares de piedra que sujetaban las bóvedas se remontaban a una era en que la fuerza se medía con piedras y los combates se disputaban entre hombres cubiertos de armaduras de acero. En aquella época, pensó Victor, habría sido pasto de la espada de otro hombre.
Los tiempos habían cambiado, pero no hasta el punto de eliminar el uniforme de guerra. Durante los dos milenios posteriores al imperio de Carlomagno en Terra, el hombre había empezado a establecerse en las estrellas. A medida que sus campos de batalla se convertían en mundos de batalla, sus armas mejoraban para adaptarse a los crecientes conflictos. En lugar de llevar armaduras, los guerreros del siglo XXXI se encerraban en los poderosos y potentes BattleMechs.
Sobre la tarima hacia la que Victor se encaminaba había dos pequeños tronos y un par de BattleMechs. A la izquierda había un Marauder, un enorme pero achaparrado ’Mech con dos gigantescos depósitos de armas en los extremos, cada uno de los cuales tenía dos brazos de inverosímil esbeltez. Las patas estaban dobladas hacia atrás y el cuerpo cilíndrico se propulsaba hacia adelante, confiriendo a la máquina de guerra un aspecto extraño y terrorífico. El hecho de que la hubieran pintado de negro y dorado, como correspondía a los Primeros Uhlanos de Kathil, moderaba el terror ya que los uhlanos tenían fama de ser fanáticamente leales al servicio de las fuerzas armadas de la Mancomunidad Federada.
El otro ’Mech, que se encontraba detrás del trono que representaba a la Mancomunidad Lirana, parecía totalmente humano, como un hombre armado esperando una orden de su señor. El Crusader pertenecía a Galen Cox y se había colocado en la sala del trono como signo de su lealtad a Victor. Normalmente tenía el color azul y dorado de los Décimos Guardias Liranos, pero con el permiso de Galen se había pintado el torso rojo y las patas y la banda lateral negras como la unidad mercenaria de los Demonios de Kell. Victor sabía que debían de haber pintado el ’Mech para que combinase con el diseño de color de la Legión Gray Death, pero, mientras que la ceremonia que les brindaba honor duraba un solo día, tardaría bastante más tiempo en pagar la deuda que tenía con los Demonios de Kell.
Victor llegó a la tarima sin mirar a la gente que se alineaba a ambos lados de la alfombra, hecho que no le había impedido asentir con la cabeza de vez en cuando a medida que avanzaba. Casi inconscientemente, se fijó en los colores llamativos y en las esporádicas jóvenes nobles obligadas por sus ambiciosos padres a ponerse en primera fila. Eran pocas, por no decir ninguna, las veces que había accedido a escoltar a alguna de estas mujeres a un evento social. Al recordar los pocos casos en que se había visto coaccionado a hacerlo, cayó en la cuenta de que había disfrutado más hablando con la estudiante del holovídeo que con cualquier mujer noble.
Puede que seas demasiado guerrero para ser un buen noble, Victor.
Subió los escalones de mármol y se inclinó, primero hacia el trono lirano y luego hacia el que representaba a la Federación de Soles. Si Katherine y Peter hubiesen estado en Tharkad se habrían sentado en esos tronos. Subió dos escalones más y se colocó frente al trono más alto, un trono coronado con el sol y el puño de la Mancomunidad Federada.
El gran mariscal —Victor creía que era un primo lejano o algo así— empezó a enviar a los cortesanos de uno en uno o de dos en dos. El viejo hombre anunciaba los nombres y Victor sonreía como si los conociese a todos. La mayoría de los peticionarios querían pequeñas financiaciones para la tierra, exenciones de alguna ley o eran reconocidos por sus contribuciones en áreas que iban de la agricultura al arte y de la gastronomía a la clasificación de trivialidades científicas. Todos parecían extremadamente nerviosos —a excepción de los egotistas sin remedio— y Victor estuvo tentado de detener la ceremonia para realizar una encuesta sobre los que habrían preferido que ComStar les diera el premio.
Había llegado un punto en el que Victor ya no se inmutaba por la luz estroboscópica de los flashes que se disparaban a su izquierda. Cada asentimiento, cada premio, cada sonrisa se inmortalizaba en una holografía que se conservaría para siempre o, en el caso de los rivales políticos, se escondería para siempre. La verdad es que no envidiaba las recompensas de la gente, porque todos habían contribuido en la sociedad de una forma que a veces no entendía o para la que no encontraba aplicación práctica alguna. Lo que más molestaba al príncipe era el tiempo en que no había podido ocuparse de la crisis política que amenazaba con hundir su reino.
Al menos una de estas recompensas matará dos pájaros de un tiro. Victor mantuvo una sonrisa forzada en los labios, consciente de que el premio para el coronel Cray Death Carlyle sería una buena manera de detener al duque Ryan Steiner. El barón von Bulow, titular de un feudo en el planeta Glengarry, siempre había sido partidario de Ryan y, aunque Glengarry era un lugar atrasado y sin importancia, era otro hervidero potencial de rebelión donde se inventaban noticias y se creaba la sensación de problema generalizado en la isla de Skye. No importaba si la huelga fotografiada mostraba a los sirvientes del buen barón haciendo lo que les había pedido a punta de pistola: las fotografías hacían las noticias y todas las noticias sobre la isla de Skye eran bastante malas últimamente.
El renacimiento de la Milicia de Skye Libre preocupaba a Victor, especialmente porque parecía que su primer acto había sido un intento de asesinar a su hermano. Curaitis le había asegurado que los equipos del Departamento de Inteligencia habían confirmado la inexistencia de la bomba durante la visita de Peter a la escuela. Los terroristas se infiltraron más tarde e hicieron creer que el asesinato no se había perpetrado por un simple error. Aun así, la presencia de terroristas significaba un paso adelante en la agitación de Skye, lo que quería decir que Ryan estaba al frente del juego hacia el poder.
Ryan había hecho una buena jugada. Los de Inteligencia habían salido de Solaris y Victor no podía esperar a que Galen y Kai machacasen a los luchadores de Ryan. Curaitis estaba satisfecho con el tipo de información que estaban sacando del despacho de Ryan, pero había señalado que tardarían mucho en averiguar lo que el duque tenía entre manos. Ryan se comunicaba con los subversivos de Skye a través de una serie de códigos y, a menos que Curaitis y su gente consiguieran una clave de acceso a uno de esos códigos preestablecidos, interferir en sus asuntos sería imposible. No obstante, podían investigar una parte de la red y eliminarlos en el momento menos oportuno para Ryan.
Las gracias de Richard Steiner, primo de Ryan y Victor, empezaban a molestar al Primer Príncipe. Richard era el mariscal de campo de las FAMF a cargo del distrito militar de la Marca de Skye. Como era propio de su cargo, había movilizado a las tropas. Sin embargo, el problema era que la rotación había provocado que una serie de unidades partidarias de Skye se estableciesen allí justo cuando Victor habría preferido juntarlos a todos y enviarlos al espacio de los Clanes. Richard soportará la vigilancia.
Justo antes de que empezaran las festividades de la tarde, Curaitis había enviado un aviso que preocupaba más a Victor que la situación de Skye. Para Skye tengo una solución que no me importa aplicar. Para esto… La salud de Joshua Marik, hijo único de Thomas Marik, el capitán general de la Liga de Mundos Libres, había vuelto a empeorar. La leucemia, que lo había obligado a someterse a una serie de tratamientos en el famoso Instituto de Ciencia de Nueva Avalon, se había agravado y lo estaba matando. Esto ocurría en un sinfín de mundos de la Esfera Interior con una espeluznante frecuencia, pero los niños que sufrían estas tragedias no eran herederos al trono de una nación potencialmente hostil.
Curaitis creía que era probable que Joshua muriera y por ello reveló a Victor un proyecto que su padre había iniciado cuando Joshua llegó a Nueva Avalon. Se había utilizado la salud de Joshua a cambio de que la Liga de Mundos Libres produjese materiales de guerra para que la Mancomunidad Federada pudiese luchar contra los Clanes. Como esas armas y municiones eran vitales para detener a los Clanes, Hanse Davion sabía que no podía dejar morir a Joshua.
Y si el chico muriese, no dejarían que nadie lo supiera. Hanse había iniciado un programa para crear un doble físico de Joshua. Aquélla no era la primera vez que un líder nacional hacía algo así. Melissa Steiner-Davion había evitado la muerte una vez utilizando un doble. Victor podía entenderlo y condonarlo. De hecho, si yo tuviera un doble, ahora mismo no estaría aquí.
Sin embargo, lo que su padre había planeado le producía escalofríos. Maximilian Liao, el abuelo de Kai, había estado a punto de conquistar la Federación de Soles poniendo a un doble en el trono en lugar del propio Hanse Davion. El hecho de que Hanse volviese la vista atrás y planease una decepción similar contra Thomas Marik le demostraba a Victor lo desesperado que había estado su padre para detener a los Clanes. Y aplaudo su audacia por haberse beneficiado de esas armas en la guerra.
Lo curioso del caso era que la Mancomunidad Federada ya no estaba en guerra. La enfermedad de Joshua había permitido a Thomas contener a Sun-Tzu dándole excusas para posponer la boda de Sun-Tzu con Isis Marik, lo que significaba que Sun-Tzu no actuaría contra Thomas en caso de que heredase a través de su mujer lo que nunca habría conseguido por la fuerza de las armas. Si Joshua moría, Thomas tendría que aceptar a Sun-Tzu y concederle más poder del que Victor desearía.
Por favor, dios, haz que Joshua se recupere.
Victor esbozó una amplia sonrisa cuando el gran mariscal anunció a la única persona a la que quería ver aquella tarde.
—¡Coronel Grayson Death Carlyle!
El príncipe hizo una mueca cuando el hombre se equivocó al pronunciar el primer apellido de líder mercenario. Todo el mundo sabe que rima con pez, ¡viejo carcamal! Carlyle pareció no darse cuenta mientras avanzaba. Subió a la tarima con un movimiento rápido y seguro, que lo convertía en un hombre militar de confianza y coraje, y su reverencia lo distinguió claramente de los cortesanos aduladores que habían protagonizado los premios de la tarde.
Victor bajó los escalones para colocarse delante del hombre.
—Vaya, el coronel Carlyle. Es un placer conocerlo al fin.
—El placer es mío, Alteza.
Victor señaló el apretado collar de su uniforme para demostrar a Carlyle cómo aborrecía la formalidad de la ceremonia y miró hacia arriba dirigiéndose a los demás presentes.
—Usted ha prestado un buen servicio a la Mancomunidad Federada a lo largo de los años, coronel. De hecho, ha conseguido una importante marca y, por si eso fuera poco, el descubrimiento por parte de la Legión Gray Death del núcleo magnético del ordenador sobre Helm le reserva por sí solo un lugar en los libros de historia. La Mancomunidad Federada está sumamente agradecida por el servicio de comandantes como usted.
El gran mariscal miró a ambos con severidad y envió enseguida a un sirviente vestido con librea y empuñando un sable. El príncipe lo aceptó y frunció el entrecejo mientras miraba a Carlyle.
—La ceremonia requiere de usted lo que yo nunca le pediría. Por favor, arrodíllese y coloque las manos sobre la empuñadura de la espada.
El mercenario titubeó y asintió solemnemente. Aunque Victor se daba cuenta de que al hombre no le gustaba la ceremonia mucho más que a él, Carlyle apoyó una rodilla en el suelo de una forma muy respetuosa, colocó las manos sobre la empuñadura y, con la ayuda de Victor, colocó la punta de la espada sobre el escalón inferior de la tarima.
—Se hace saber a todos los mundos de la Mancomunidad Federada, a los consejos de los Clanes y a nuestros enemigos, que yo, príncipe Victor Steiner-Davion, reconozco los múltiples servicios de Grayson Death Carlyle a la Casa Steiner y Davion. Por la presente, lo nombro barón de la Mancomunidad Federada. Otorgo a usted y a sus herederos, a perpetuidad, la titularidad del feudo y el planeta de Glengarry en la isla de Skye.
Victor observó un atisbo de sonrisa en los labios de Carlyle y él le correspondió sonriendo del mismo modo.
—Se la ha ganado, Carlyle —musitó Victor sin mover los labios—. En nombre suyo y en el mío propio, espero que sea capaz de conservarla.
Carlyle levantó la mirada con los ojos resplandecientes.
Tengo mi respuesta.
—Por favor, barón von Glengarry, repita después de mí. Ante los testigos aquí reunidos, yo, Grayson Death Carlyle, barón de Glengarry, os reconozco, Victor Ian Steiner-Davion, príncipe arconte de la Mancomunidad Federada, como mi señor de por vida y me convierto en su súbdito por mi posesión del planeta de Glengarry.
Carlyle repitió el juramento de fidelidad y prometió, ante la sorpresa de Victor, defender a la Mancomunidad Federada de sus enemigos más allá de la muerte. Ni Victor ni el mercenario despreciaban la importancia de aquel juramento porque Glengarry se encontraba en el avispero de Skye y además su situación lo convertía en un objetivo de ataque del Condominio si la tregua entre el Condominio Draconis y la Mancomunidad Federada se rompía. Conceder el planeta a Carlyle lo hacía peligrar todavía más a causa de la historia feudal de la Legión Gray Death con el Condominio.
—Yo, Victor Steiner-Davion, lo reconozco, Grayson Carlyle, barón von Glengarry, como vasallo de corazón, cuerpo y mente, para apoyarlo y preservarlo mientras dure mi posesión de esta espada de estado —dijo Victor, tras lo cual pasó la espada al asistente, extendió la mano al mercenario y se la estrechó. Luego añadió sin soltarle la mano—: Levántese, barón Carlyle de Glengarry, y deje que los ciudadanos de la Mancomunidad Federada vean la recompensa por el deber desinteresado y la devoción a su nación.