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Cerré la tapa del ordenador, como si así pudiera apagar las imágenes que Henri había activado en mi imaginación.
Luego llamé a Amanda. Hablé deprisa mientras arrojaba ropa a una maleta.
—Henri me envió un vídeo —le dije—. Parece que mató a Gina Prazzi. Quizás esté haciendo limpieza. Liberándose de la gente que lo conoce y sabe lo que ha hecho. Así que debemos preguntarnos qué hará con nosotros cuando el libro esté terminado.
Le describí mi plan y ella puso objeciones, pero yo tuve la última palabra.
—No puedo quedarme aquí sentado. Tengo que hacer algo.
Llamé un taxi, y cuando estuvimos en marcha, me arranqué la cinta adhesiva de las costillas y pegué el aparato de rastreo bajo el asiento trasero.