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Cuando desperté esa mañana y puse las noticias locales, Julia Winkler estaba en todas partes. Su rostro bellísimo llenaba la pantalla, con un titular bajo su foto: «Supermodelo asesinada».
¿Cómo podía haber muerto Julia Winkler?
Me erguí en la cama, subí el volumen y miré la foto siguiente. Kim y Julia posaban juntas para los archivos de Sporting Life, uniendo sus rostros adorables, risueños, radiantes de vida.
Los locutores repetían la gran noticia «para aquellos que acaban de sintonizarnos».
Me quedé mirando el aparato, asociando los asombrosos detalles; el cuerpo de Julia Winkler había aparecido en una habitación del Island Breezes, un hotel de cinco estrellas de Lanai. La encargada de la limpieza había corrido por los pasillos gritando que había una mujer estrangulada con magulladuras en el cuello, que había sangre en las sábanas.
Luego entrevistaron a Emma Laurent, una camarera. La noche anterior había atendido las mesas del Club Room y había reconocido a Julia Winkler. Cenaba con un hombre guapo de unos treinta años. Era blanco y robusto, de cabello castaño. «Sin duda hace ejercicio».
El acompañante de Winkler había cargado la cuenta a un número de habitación, la 412, registrada a nombre de Charles Rollins. Éste dejó una buena propina y Julia le había dado el autógrafo a la camarera. Personalizado: «Para Emma, de Julia». Emma mostró la servilleta firmada a la cámara.
Saqué un refresco de la nevera y lo bebí viendo tomas en directo frente al Island Breezes Hotel. Había coches patrulla por doquier, las radios de la policía crepitaban de fondo. La cámara se centró en un reportero de la filial local de la NBC.
Kevin de Martine era respetado y había trabajado con una unidad militar en Irak en 2004. Ahora daba la espalda a una valla con forma de herradura y la lluvia le mojaba la cara barbada, mientras las palmeras se cimbraban detrás de él.
«Esto es lo que sabemos —dijo De Martine—: Julia Winkler, supermodelo de diecinueve años, ex compañera de habitación de la supermodelo Kimberly McDaniels, que aún sigue desaparecida, ha sido hallada muerta esta mañana en una habitación registrada a nombre de Charles Rollins, de Loxahatchee, Florida».
De Martine explicó que Charles Rollins no estaba en su habitación, que lo habían buscado para interrogarlo, y que cualquier dato sobre él debía informarse al número de teléfono que aparecía en la parte inferior de la pantalla.
Traté de asimilar aquella espantosa historia. Julia Winkler había muerto y el único sospechoso había desaparecido.